La oposición en Venezuela sigue condenada a su laberinto. Entrampada, confundida. Tiene la sensación, por no decir la certeza, de ser mayoría. O, cuando menos, de que lo son los insatisfechos, los descontentos y los indignados políticamente hablando. Sin embargo, las urnas dicen lo contrario. Así, el Gobierno del presidente Maduro celebra por todo lo alto el triunfo en las elecciones del 15 de octubre. En cambio, en las filas de la Oposición, quienes no votaron se alegran por un resultado que les permite afirmar: “teníamos razón”.
El “Aventino” no era solución. Nunca lo fue. La Mesa de la Unidad Democrática, con su archipiélago de partidos, no podía permitirse el lujo de repetir los errores del pasado. Decimos, desertar el proceso electoral como hizo con las parlamentarias en 2005. Cuando un régimen con vocación autoritaria abre la puerta a una elección no se puede decir “no”. Hay que participar, aun a sabiendas de que el camino estará sembrado de dificultades. Después de todo, ningún gobierno autoritario acepta el desafío de una elección sin la seguridad del triunfo.
Los resultados del 15 de octubre, que el Consejo Nacional Electoral dio a conocer apenas unas horas después del cierre de los centros de votación, representaron una sorpresa. Las encuestas de opinión, todas sin excepción, le otorgaban a la Oposición una ventaja abrumadora. Mostraban un gobierno en dificultad mientras la Mud (Mesa de la Unidad) parecía ganar espacios. Todo cambió en pocos días. Una vez más el “chavismo” demostró ser capaz de transformar en triunfo lo que parecía condenado a terminar en una derrota.
¿Trampas en las urnas? No las hubo. Y así lo reconocieron honestamente algunos líderes de la Oposición. Estas, para el gobierno, eran el último recurso. Sin embargo, el proceso electoral fue plagado de irregularidades e ilegalidades bendecidas por un Tribunal Supremo de Justicia sumiso y complaciente. En fin, cómplice del poder al que pertenece y obedece.
La decisión del Consejo Nacional Electoral, a pesar de las protestas de la Mesa de la Unidad Democrática, de no cambiar los tarjetones provocó desconcierto. Mantener los nombres de todos los aspirantes a las gobernaciones, aun de quienes se habían retirado, ha sido un factor potencial de confusión. Sin duda alguna, contribuyó a diluir el voto. El cierre de centros de votación y la reubicación de electores en otros atiborrados, con pocas mesas y en urbanizaciones lejanas, también crearon desconcierto. La desinformación alimentada por el mismo Consejo Nacional Electoral, los retrasos en la apertura de los centros de votación y las máquinas inservibles hicieron lo propio. Todo contribuyó en sembrar desesperanza, frustración y decepción en los electores. Y no ayudaron los mensajes contradictorios de los líderes de la Mesa de la Unidad.
Ahora la coalición de la Oposición no podrá eludir una profunda autocrítica. Reconocer sus errores y desaciertos para no repetirlos en un futuro próximo. También deberá proceder a una profunda reorganización interna. Sin embargo, la tarea más difícil será ganar nuevamente la confianza del elector. Para devolverle a los venezolano entusiasmo y optimismo, tras la derrota, los líderes de la Mud deberán tener un discurso único. Y hablar con la verdad. En fin, evitar promesas imposibles y la tentación de caer en la trampa del populismo. Ya no podrá decirle a los venezolanos lo que quieren escuchar. Al contrario, deberá enfrentarlos con la realidad. En primer lugar, explicarle que quien construyó la derrota del 15 de octubre no fue el Gobierno con su maquinaria propagandista. Fue la Oposición, con sus indecisiones, promesas imposibles de cumplir y mensajes contradictorios.
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Photo Credits: Carlos Adampol Galindo ©