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Photo Credits: Nicolas Raymond ©

El Tratado de Libre Comercio, ni tan bueno ni tan malo

Estados Unidos y México firmaron un nuevo acuerdo de libre comercio. Después de 13 meses de negociaciones, marcadas por tensiones, dejan a sus espaldas el viejo Tratado de Libre Comercio de América del Norte. Mejor conocido en el mundo anglosajón con el nombre de Nafta, por 24 años reglamentó las relaciones entre Estados Unidos, México y Canadá: una zona de libre comercio en la que viven más de 450 millones de personas y que representa un mercado potencial de un billón de dólares al año. 

Trump, al llegar a la Casa Blanca, tachó el Nafta como el peor acuerdo de la historia. De hecho, lo culpó de la pérdida de competitividad de la industria norteamericana. En particular, la automotriz. De ahí, el comienzo de las negociaciones en 2017. Fueron negociaciones plagadas de polémicas. Y estuvieron a punto de terminar en un chasco. ¿La causa? Los continuos ataques de Trump a sus vecinos y socios. En particular, dirigidos contra México, por el tema de la inmigración. 

Trump no es un político, acostumbrado a hilar relaciones. Tampoco es un industrial, habituado a negociar con sindicatos. Mucho menos es un intelectual, curtido en los análisis y ducho en las mediaciones. Es simplemente un especulador con un gran olfato para aprovechar el momento. Nunca ha construido nada. Y, aún cuando pocos lo recuerdan, no le ha temblado el pulso al momento de declarar la quiebra para evitar pagarle a sus obreros. Los electores suelen tener  la memoria corta. 

Trump, en las negociaciones del nuevo TLC, supo aprovechar la coyuntura. Sus amenazas de ruptura surtieron efecto. Con la espalda contra la pared, México firmó un acuerdo que, sin ser el mejor ni el más deseado, permite limitar los daños. Concluye así el mandato de Enrique Peña Nieto, una deslucida presidencia plagada de escándalos y de desaciertos. De hecho, en pocos meses entregará la banda presidencial a Manuel López Obrador, cuya elección ha despertado ilusiones y temores a la vez. 

No firmar, para México, no era opción. El acuerdo ayuda a reducir la incertidumbre y a crear un clima favorable para las inversiones. Estados Unidos, guste o no, es su principal socio comercial. Es el mercado para el 80 por ciento de sus exportaciones. Y lo seguirá siendo en los años venideros. 

Son esencialmente tres los puntos clave del acuerdo. A saber, la clausula de terminación automática, la industria automotriz y la solución de controversias. 

México, como hemos dicho, ha logrado limitar los daños. De hecho, el escenario más temido era la aprobación de la cláusula de terminación automática. Esta obligaba a renegociar el acuerdo cada 5 años. Ahora, el tratado tendrá una duración de 16 años. Al finalizar el período, se revisarán los términos para adaptarlos a la realidad económica. Los firmantes tendrán otros 10 años para seguir negociando y buscar soluciones a sus controversias. Es un lapso más que suficiente para alejar el clima de incertidumbre que habría acompañado la “terminación automática”. 

En realidad, la cláusula, para Trump, era tan solo un instrumento de negociación. Sabía que nunca se aceptaría. Sin embargo, le permitió obtener concesiones en el sector automotriz. Y este, al fin y al cabo, era su objetivo; era lo que realmente le importaba. 

Respecto del sector automotriz, el acuerdo crea un equilibrio nuevo y establece reglas nuevas. La más controvertida, sin duda alguna, es la que impone a la industria de autopartes mexicana que no menos del 40 por ciento del contenido de los coches sea fabricado por empleados que ganen al menos 16 dólares la hora. Además, para poder cruzar la frontera, el 75 por ciento del contenido original de los vehículos deberá ser norteamericano. ¿Los alcances de estas exigencias? No están claros.  Los salarios de los obreros, en México, son extremadamente bajos. Y, hasta ayer, representaban una ventaja comparativa. Es probable que el superávit de México con Estados Unidos, en los años que vendrán, sea mucho menor. La industria automotriz mexicana tendrá que reformular sus esquemas. En fin, estudiar estrategias para adaptarse a las nuevos requerimientos y ser competitiva. 

La solución de controversias es otro aspecto polémico. Está considerado la mayor concesión de México. Se desconocen los detalles. Sin embargo, pareciera que el País quedará desprotegido. De hecho, los expertos consideran que será un “punto caliente” en las negociaciones trilaterales, las que deberían desarrollarse con la participación de Canadá. 

¿Tenía México otro camino? Probablemente, no. El 80 por ciento de sus exportaciones tienen como destino a los Estados Unidos. Si Trump le hubiese exigido lo imposible, el equipo negociador mexicano se lo hubiese entregado. El presidente Peña Nieto quiso despedir su decepcionante y desacreditado sexenio con un acuerdo que le permita un lugar en la historia. Y le entrega a su sucesor, López Obrador, un acuerdo comercial con los Estados Unidos. Seguramente no es el mejor tratado comercial. ¿Se hubiese podido exigir más? Tal vez. Sin embargo, y este es un aspecto positivo, no pareciera comprometer la estrategia de desarrollo económico que, en los años 90, enlazó las economías de los tres países del hemisferio norte de América.


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