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george floyd
Photo by: Lorie Shaull ©

El racismo que asfixia esta sociedad

Los acontecimientos dramáticos de estos últimos días nos obligan a hacer una pausa en nuestra serie de editoriales escritos por especialistas de distintas áreas quienes analizan para ViceVersa Magazine las posibles consecuencias que ocasionará el Covid-19 en el mundo.

El homicidio, filmado momento a momento, del afroamericano George Floyd por parte de Derek Chauvin, un policía de Minneapolis, ha puesto en evidencia una vez más el cáncer incurable que padece Estados Unidos: el racismo.

George Floyd, un hombre de casi cuarenta años, estaba esposado y echado boca abajo, incapaz de moverse. A pesar de eso Chauvin apretó su garganta con la rodilla durante 9 minutos, hasta sofocarlo. Y lo hizo delante de todo el mundo, a sabiendas de que había gente que lo estaba filmando con su celular. Lo hizo con la seguridad de la impunidad. Con la omnipotencia que le deriva del uniforme de policía -que debería significar protección y no abuso- y de su piel blanca. Una estúpida sensación de superioridad no le permitió valorar las consecuencias de un acto que es solo la gota que rebosó el vaso.

La protesta explotó en cada rincón de Estados Unidos con violencia, con rabia. La muerte de George Floyd y poco antes las mentiras de Amy Cooper han destapado la olla podrida del racismo que permea la sociedad norteamericana. Y miles de personas se han volcado a la calle para gritar ¡Basta!

El racismo en este país tiene caras diferentes y diferentes matices. Los afroamericanos son la población más pobre, los niños tienen menos oportunidades porque las escuelas públicas a las cuales acuden no tienen recursos para ofrecerles una educación de alto nivel, los jóvenes tienen que trabajar para ayudar a sus familias y solo pocos logran cursar estudios universitarios. Si todas las madres se preocupan por la seguridad de sus hijos adolescentes, para las madres afroamericanas la salida de un hijo o una hija significa una agonía que termina solo cuando los oye regresar.

La población carcelaria es predominantemente afroamericana y pobre. Son ciudadanos quienes, en su mayoría no pueden costearse abogados capaces de hacerles justicia y el sistema judicial, en general, favorece a las clases privilegiadas. El sistema sanitario no les garantiza una atención médica adecuada. Son más expuestos a enfermedades pulmonares, a causa de las condiciones de insalubridad, humedad, hacinamiento de algunas casas; tienen problemas de columna y de tensión arterial por la necesidad de desempeñar los trabajos más duros y sus sueldos no les permiten una alimentación balanceada y sana. Las mujeres afroamericanas embarazadas muchas veces están obligadas a trabajos agotadores hasta los últimos días antes del parto y a menudo denuncian discriminación a la hora de dar a luz.

Injusticias que se han evidenciado de manera dura y descarnada durante esta pandemia. Aun en las ciudades con bajos porcentajes de afroamericanos, son ellos quienes han sufrido el mayor número de muertos y contagiados por el Covid-19. Es una población que representa el 30 por ciento de la totalidad del país, y sin embargo, el 70 por ciento de las víctimas mortales del coronavirus son afroamericanos.

George Floyd murió y su muerte saltó a los honores de la crónica; sin embargo, como bien dice Trevor Noah en The Daily Show, cuántos otros fueron y seguirán siendo los heridos, los humillados, los que quedan con problemas de cervical de por vida, por iguales abusos policiales, sin que nadie sepa nunca de su existencia.

La dolorosa, injusta, muerte de Floyd fue la chispa que desató el incendio de un depósito de rabia, dolor, indignación que se ha ido llenando día tras día en un país que desde hace tres años ha perdido su rumbo, en una sociedad que -repetimos de nuevo las palabras de Noah- ha quebrantado el pacto que debería sostenerla. Años en los cuales las franjas más reaccionarias que habían quedado agazapadas esperando el momento de poder resurgir, salieron a flote con mayor fuerza. Hace unos días, en plena pandemia, varios hombres, con el rostro cubierto, uniformes militares y equipados con armas largas, irrumpieron en el Capitolio de Michigan sin que nadie bloqueara su ingreso. Y ahora, en las calles de Minneapolis, han llegado de todo el país para transformar las protestas en una destrucción incontrolada. Los anima la esperanza irracional de una nueva guerra civil, de un estado dominado por los supremacistas blancos, al estilo hitleriano.

Racismo y democracia son conceptos opuestos, no pueden comulgar. Un país en el cual el racismo siente que puede manifestarse impunemente se está alejando peligrosamente del sendero democrático. Y lamentablemente la violencia genera violencia.

La sociedad norteamericana tiene que luchar para volver a encontrar la senda de la justicia legal y social, la convivencia, la solidaridad.

Si a pesar de la muerte de Floyd, que mostró en toda su crudeza hasta dónde puede llegar la brutalidad policial contra un afroamericano, y de las traumáticas consecuencias de la pandemia, la sociedad norteamericana no será capaz de cambiar, morirá asfixiada por el peso de la rodilla de sus males.


Photo by: Lorie Shaull ©

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Luis
Luis
3 years ago

Es evidente el muy acentuado «parti pris» de la autora de este artículo y no sé si ella quiere simplemente aparecer como políticamente correcta o son otros sus amores lo cual no importa aquí. El hecho es que el racismo en USA no es unilateral y en particular los latinos somos discriminados en Estados Unidos bastante más por los negros que por los blancos. Otra cosa es que los disturbios ocasionados, no carecen (todo lo contrario)de esa misma poderosa e interesada «actividad» que quiere hacer aparecer ante el mundo que Trump es lo peor de la nación americana. Tampoco habría… Seguir leyendo »

Carlota
Carlota
3 years ago

El racismo está vigente en todas las partes del mundo. Es increíble que siga en pie en pleno siglo XXI.
Nada justifica la violencia y menos entre seres supuestamente racionales.

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