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People wave Cuban and Vatican flags as Pope Francis arrives for Mass at Revolution Plaza in Havana, Cuba, Sunday, Sept. 20, 2015. Pope Francis opens his first full day in Cuba on Sunday with what normally would be the culminating highlight of a papal visit: Mass before hundreds of thousands of people in Havana's Revolution Plaza. (AP Photo/Alessandra Tarantino)

El Papa y Cuba

Decepción y admiración. Lecturas distintas de la visita de Papa Francisco a Cuba. Algunos, sin estar abiertamente descontentos, no pueden evitar pensar que hubiera podido hacer más. Suele pasar, cuando no se entiende, o no se quiere entender, el valor real de los acontecimientos. Y, por lo tanto, pasan desapercibidos los pequeños detalles que encierran una palabra o un gesto. Los viajes de los Papas al exterior nunca han sido fáciles. Más, pocas veces han sido tan difíciles como el de Papa Francisco en tierra cubana y estadounidense. Lo ha sido por las expectativas y las esperanzas que ha despertado en América Latina, en las comunidades cubanas en los Estados Unidos y en la misma Cuba. Expectativas magnificadas por sectores radicales que hubiesen querido palabras de condena abierta al régimen de los hermanos Castro, prédicas encendidas contra la represión policíaca y encuentros con representantes de la disidencia. Nada más equivocado.

A Papa Francisco, en esta oportunidad, le ha tocado escoger entre el abrazo a la disidencia cubana y el camino de la diplomacia; entre el discurso apasionado y vehemente y la prudencia sutil que exige la razón. Entre dos aguas. Escogió el segundo camino, el más difícil.

Sobrio, comedido, equilibrado. El Papa ha escuchado la voz de la diplomacia prudente acostumbrada a enhebrar hilo tras hilo para construir, sin extraviarse, el camino a la paz. Un viaje en aguas turbulentas en el cual cada palabra, cada inflexión, cada gesto ha sido estudiado con precisión meticulosa. Nada ha sido dejado al azar. Nada ha sido improvisado. La experiencia milenaria de la Iglesia ha tomado su lugar natural. El camino ha sido trazado por las exigencias del momento más que por la sencillez del gesto espontáneo.

Una visita política más que pastoral. El Papa Francisco no ha venido a América Latina para reafirmar sentimientos religiosos ya suficientemente arraigados en la conciencia latinoamericana. Lo ha hecho para profundizar el proceso de “deshielo” que Estados Unidos y Cuba comenzaron el año pasado en silencio, lentamente, midiendo cada acción y cada palabra; un proceso de aproximación que deberá concluir con el fin del embargo y del aislamiento de la Isla.

Papa Francisco, a diferencia de su predecesor, ha demostrado fehacientemente no ser un conservador más anclado a una Iglesia que mira al pasado con nostalgia, teme los cambios y rehúye las novedades. Sus palabras de comprensión hacia el divorcio y de tolerancia hacia las parejas del mismo sexo han traído a la Iglesia una revolución profunda. Es un Papa progresista e innovador.

A pesar de su actuación pública, prudente y comedida, lejos de oídos indiscretos, Papa Francisco seguramente habrá solicitado a las autoridades cubanas que se permitan a la disidencia mayores libertades, no sólo religiosas sino también de expresión y de opinión.

Quienes esperaban palabras de condena a las violaciones de los derechos humanos en Cuba y expresiones severas contra las restricciones a las libertades en la Isla, ha sido defraudado. No hubo nada de eso. Cuanto menos, en público. Papa Francisco, como lo exige la diplomacia, ha sido pragmático, realista. En fin, consecuente con sus objetivos: contribuir al “deshielo” entre Estados Unidos y Cuba.

En Estados Unidos, Cuba ha estado presente en la agenda del Papa. En primer lugar, por haber sido Bergoglio el primer jefe de Estado en llegar directamente a Estados Unidos proveniente de la vecina isla. Sin embargo, en Washington, en Filadelfia y en New York el levantamiento del embargo a Cuba ha estado compitiendo con temas de candente actualidad.

La diplomacia vaticana seguirá su rumbo. Cuba no dejará de ocupar un lugar importante en la agenda de Papa Francesco. El fin del embargo y el aislamiento serán prioridades, para dejar que sea el libre flujo de las ideas el que conduzca paulatinamente al fortalecimiento de las libertades democráticas. Ha comenzado una revolución pacífica y silenciosa; una transformación no muy diferente a la que alimentó calladamente por años Helmut Kohl hasta la caída definitiva del Muro de Berlín, la reunificación de las dos Alemanias y la desaparición de un régimen falsamente construido sobre las bases de una corriente del pensamiento que predicaba la igualdad, la lucha contra la explotación y el bienestar de los ciudadanos. En fin, un mundo mejor en el cual todos quisiéramos vivir.

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