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bitter laughter
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El mundo que queremos 

La diversidad puede ser un factor de enriquecimiento y un motor de diálogo. Es lo que evidenció nuestro segundo Bitter Laughter, Arte y Activismo, gracias a sus cuatro extraordinarios huéspedes: la fotógrafa y curadora Lissa Rivera con su partner y musa Bj Lillis, la cantante de rap Audry Funk y el DJ Loup Rouge. Lissa Rivera y BJ Lillis son los autores de la hermosa serie fotográfica Beautiful Boy muy apreciada por el público y por la crítica, mientras que Audry Funk y Dj Loup Rouge han transformado la música en un instrumento de cambio, de esperanza, de “resistencia”, como ama decir la misma Audry. Entrevistados por la escritora y poeta Keila Vall de la Ville, no solamente analizaron sus respectivos trabajos que ahondan en temáticas como identidad sexual, masculinidad, feminilidad, machismo, feminismo, inmigración, derechos de la comunidad LGTBQ, derechos de la mujer y en general derechos humanos, sino que hablaron de sus vidas. Emergieron intimidades diversas, historias y memorias diferentes pero también las convergencias que derivan del simple hecho de ser todos seres humanos. La cultura, la educación son el puente que permite unir y crecer a través de las vivencias de los demás. El diálogo es lo que ayuda a romper muros construidos con los ladrillos de los lugares comunes, a superar miedos y desconfianza, a ver al otro, a vernos nosotros mismos a través del otro. 

Son conceptos de fundamental importancia en un momento histórico en el cual los populistas van ganando espacios, los nacionalismos se impregnan de racismo y xenofobia, los otros se transforman en enemigos que asustan y que hay que combatir. 

La sentencia de la Corte Constitucional de los Estados Unidos que ha considerado legítima la orden de Trump de restringir, en diversos grados, el ingreso a Estados Unidos de ciudadanos de cinco países de mayoría musulmana (Siria, Irán, Libia, Somalia y Yemen), de Corea del Norte y de Venezuela, fue aprobada con cinco votos a favor y cuatro en contra. 

Modificaciones en la escritura del documento final que llegó hasta la Corte Suprema, así como la inclusión de otros dos países, Corea del Norte y Venezuela, mimetizaron la discriminación religiosa que había permitido a tribunales inferiores de impedir la aplicación del decreto.  

Más allá de la gravedad de una prohibición que estigmatiza a pueblos enteros por el simple hecho de haber nacido en determinados países, preocupa la motivación que esgrimieron los jueces para dar luz verde a un decreto que otros tribunales habían bloqueado ya dos veces. 

La Corte Suprema explicó su resolución aduciendo que el Presidente tiene el poder de decidir la política migratoria siempre que su objetivo sea la protección de la seguridad nacional. 

En síntesis dejan carta blanca al Presidente en materia migratoria, si puede justificar sus decisiones como medidas necesarias para asegurar la incolumidad de los ciudadanos norteamericanos. 

La labilidad de esta decisión es dolorosamente evidente.  

Si para los norteamericanos la tendencia conservadora que han evidenciado las últimas sentencias de la Corte Suprema, abre una etapa de grande incertidumbre en tema de derechos humanos y logros sociales como el aborto, el matrimonio y el derecho a la adopción de las parejas gay, entre otros; para el resto del mundo queda evidente la intención de fomentar sociedades cada vez más encerradas en sí mismas. 

Los nacionalismos así como los fanatismos religiosos y políticos, ahondan sus raíces en los sentimientos más primarios de las personas, en sus miedos, rabias y frustraciones. La falta de educación y acceso a la cultura es el caldo de cultivo en el cual brotan y se reproducen estos gérmenes de odio e intolerancia. Generalmente el populista logra crear una dependencia y una subordinación que poco tienen que ver con el razonamiento que acompaña una normal escogencia política. Entran en juego sentimientos profundos que permiten justificar actos y declaraciones que serían ásperamente criticados en otros y que favorecen una relación de fidelidad absoluta al líder.  

Basta analizar el enorme respaldo que recibió Trump de sus electores, después de las críticas que algunos políticos republicanos movieron a su decisión de separar a los niños inmigrantes de sus padres, un respaldo que le otorgaron a pesar de compartir ellos mismos ese rechazo. 

Utilizar a los inmigrantes como chivo expiatorio de todos los males, ofrecerlos en sacrificio al monstruo de la rabia y la insatisfacción de quienes sufren cada día las consecuencias de sociedades desiguales, capaces de generar necesidades pero no soluciones, se está expandiendo como hierba mala entre los países del mal llamado primer mundo. 

En Europa el crecimiento de movimientos xenófobos, reaccionarios y racistas es casi incontenible. No solamente se anidan dentro de las sociedades alimentando odios y rencores sino que han llegado al poder. Centenares de personas que huyen desesperadas de conflictos, violencia y pobreza extrema, mueren en el mar mientras intentan llegar a las costas europeas. Mueren bajo la mirada indiferente de políticos y ciudadanos y es inútil el esfuerzo de los voluntarios quienes ponen en riesgo sus propias vidas para ayudarlos.  

Es el resurgimiento de la banalidad del mal del que hablaba Hannah Arendt, porque el mal es siempre banal, simplista, ignorante. Es la lógica que promueve la aniquilación del otro, su degradación a ser inferior, la lógica del blanco y negro: de un lado los buenos y del otro los malos. Al cancelar todos los grises se borra toda posibilidad de síntesis y de comprensión. Cuando se inhibe la búsqueda de un bien común, todos nos volvemos víctimas porque en nuestras sociedades complejas, la sobrevivencia de los seres humanos pasa por la capacidad de cohesión y de inclusión.  

La cultura, la educación son el único camino que puede ayudarnos a revertir las tendencias divisionistas, oscuras y amenazadoras. Cultura y educación nos permiten ver al otro, descubrir en él a un ser humano con el cual es posible compartir y a través del cual poder crecer y mejorar. 

El arte, la música, la palabra escrita, el cine, promueven el diálogo entre diversos. Y, cuanto más hablamos, cuanto más comunicamos, tanto más entendemos cuán absurda es la palabra “diverso” como concepto que sobrentiende la existencia de una “normalidad” a la que deberíamos atenernos. 

El evento Bitter Laughter Arte y Activismo que desarrollamos el pasado jueves 28 fue un himno a la inexistencia de la diversidad como mal y a la existencia de la diversidad como riqueza. Durante dos horas festejamos el arte, la música y el diálogo, durante dos horas vivimos en una sociedad abierta y libre. 

Durante dos horas vivimos en el mundo que queremos. 


Photo Credits: Nico Ricci

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