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huracan eta
Photo by: Ennoti ©

El mudo dolor centroamericano

Nunca el dicho “Llueve sobre mojado” pareció más apropiado. Los huracanes Eta, de categoría 4, e Iota, de categoría 5, el más fuerte del año, se abatieron sobre los países centroamericanos dejando una estela de dolor y de muerte. Poblaciones ya golpeadas por la pobreza han quedado sin casa y sin servicios básicos. Muchos lloran a sus muertos. Alrededor de ellos el silencio, un silencio atronador.

El interés del resto del mundo se ha rápidamente desviado hacia otras temáticas, otros problemas. Y, una vez más, los centroamericanos han quedado solos con su dolor.

Nicaragua, uno de los países más golpeado por ambos fenómenos climáticos, sigue gobernado por uno de los regímenes más corruptos de la región. El clan Ortega, mantiene bajo control todas las instituciones. La libertad de prensa y de expresión son un anhelo. En meses pasados muchas protestas han llenado las calles. La población de todo el país ha rechazado con gran valentía los burdos manejos de los Ortega, dispuestos a mantenerse en el poder ad infinitum. Sin embargo, toda manifestación ha sido sofocada con violencia dejando un saldo muy alto de muertos, heridos, encarcelados y torturados.

Nadie sabe a ciencia cierta las cifras de los contagiados y los muertos por Covid y nadie confía en los números que ofrece el gobierno.

Ahora el paso de los huracanes Eta e Iota con apenas dos semanas de distancia uno del otro, ha dejado un panorama desolador sumiendo en el desconsuelo a decenas de millares de familias. Vientos de hasta 250 Km. han arrancado los techos de las casas como si fueran de papel, extirpado árboles enormes, destruido cosechas, contaminado las aguas de los pozos y causado derrumbes que han aplastado miles de viviendas. Casi 70 mil personas han quedado sin nada, absolutamente nada.

En Guatemala, uno de los países con mayor pobreza y desigualdad de toda América Latina, amén de los altísimos índices de corrupción, ya la Covid-19 está haciendo estragos sobre todo entre los sectores más vulnerables. Gran parte de la población vive en zonas muy alejadas de los centros urbanos y adolece de todo servicio. Son comunidades que nunca quedan bajo los faros de la atención nacional e internacional. En la soledad donde los relega la indiferencia del resto del mundo, decenas y decenas de niños mueren cada día por desnutrición, enfermedades respiratorias y diarrea.

Muchas de las poblaciones devastadas por los dos huracanes son indígenas. Ellos sufren las consecuencias de la agresión constante y sin control a su territorio. Los activistas que se oponen a tantos desmanes terminan asesinados o presos. El desastre medioambiental los obliga a escoger entre unas migraciones difíciles que muchas veces concluyen con la muerte o la cárcel, o pasar hambre y enfermedades en su propio país.

Honduras es el tercer país en el cual Eta e Iota con su fuerza devastadora han dejado destrozos y muertes. Honduras, un país que parece olvidado por dios y por los hombres, pareciera reunir todos los males: corrupción, mal gobierno, violencia, narcotráfico, hambre, discriminación, desigualdad.

Dos familias presidenciales tienen a algunos de sus miembros en las cárceles de Estados Unidos por estar involucrados con el tráfico de droga. Se trata de Fabio Lobo hijo del Presidente Porfirio Lobo y Antonio Hernández, hermano del actual Jefe de Estado Juan Orlando Hernández.

En Honduras los conceptos derechos humanos y defensa del ambiente son vacíos de todo contenido. La injusticia es la norma y los activistas son amenazados, encarcelados y asesinados, siendo este país centroamericano el más peligroso para ellos.

Las inundaciones, los estragos que dejan los vientos huracanados que han derribado árboles, casas, inundado campos cultivados, agudizarán unas condiciones de vida ya de por sí al margen de toda humanidad.

La emigración seguirá siendo la quimera, el cuento de hadas que tratarán de alcanzar. Sin embargo, para muchos, para la mayoría, ese sueño se transformará en una pesadilla dantesca.

Estamos asistiendo a una verdadera tragedia humanitaria y sin embargo pareciera mucho más fácil voltear la mirada hacia otro lado.

El grito de dolor que se eleva desde Centroamérica cae en un vacío aterrador.

Y enmudece.


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