21, 17 y 22. Eran las edades de los últimos tres jóvenes asesinados mientras participaban en las protestas en contra del gobierno venezolano. Nelson Daniel Arevalo Avendaño, Fabián Urbina y David Vallenilla son los últimos de una larga lista de víctimas, en su mayoría tan jóvenes como ellos, quienes salieron para tomar parte en las manifestaciones contra el gobierno del Presidente Maduro y nunca más volvieron; una lista que, lejos de disminuir, crece sin cesar. Como crecen los atropellos, los maltratos, las denuncias de tortura, las desapariciones forzadas que dejan a las familias en vilo durante días y días. Pero, también la determinación de quien está decidido a seguir en la calle para ejercer su derecho a la protesta, para reconstruir la nación y su propio futuro dentro de ella. Son miles y miles de personas en su mayoría jóvenes quienes no solamente piden alimentos, medicinas, trabajo, sino una seguridad que les permita vivir y disfrutar de su juventud. No olvidemos que en Venezuela la muerte caminaba y sigue caminando por las calles de la mano de una delincuencia que en los últimos tiempos ha cobrado más vidas que una guerra.
Desde que empezaron las marchas, el pasado 1 de abril, todos los días un río humano inunda calles y autopistas. La respuesta del Presidente Maduro fue la convocatoria a una Asamblea Constituyente que significa, en la práctica, la parálisis, por no decir la desaparición, de todos los poderes institucionales durante meses y meses. Y, en el mientras, se diluye cada vez más el respeto hacia todos los derechos humanos. El clima de confrontación, ya incandescente, ha alcanzado extremos casi irrecuperables. El debate político ha sido sustituido por un lenguaje cada vez más grosero y pobre; los insultos de homosexualidad lanzados hacia el dirigente Enrique Capriles revelan el machismo patético de una entera clase dirigente, los videos que circulan mostrando al líder de Voluntad Popular Leopoldo López en la “normalidad” de su vida en la cárcel, mientras se le prohíbe la visita a familiares y abogados, son humillantes. Testimonian una arbitrariedad que ya no tiene límites ni reglas al igual que la actuación de la Guardia Nacional y de la Policía Bolivariana, amén de los colectivos, una actitud sencillamente criminal.
La cotidianidad en Venezuela, en cualquier ciudad de Venezuela, incluye trabajo y marchas, mercado y marchas, encuentros entre amigos y marchas. Carteras y mochilas ya no están llenas de las pequeñas cosas que cada persona lleva consigo al salir de la casa, sino contienen máscaras antigás, remedios caseros contra la irritación de ojos y gargantas, curitas, vendas y otros insumos para los primeros auxilios.
Ningún país puede sobrevivir a tanto odio, tanta rabia, tanto dolor. Un analista amigo dijo, “Venezuela puede transformarse en la Siria del Caribe”, palabras tan certeras cuan terribles.
Mientras todo esto pasa la diplomacia internacional se mueve con lentitud de tortuga.
Los intereses económicos marcan la agenda de las cancillerías. Durante su última reunión, la OEA, evidenció su incapacidad para jugar ese papel de intermediación que debería desempeñar. Tras días y días de negociaciones, las delegaciones no lograron encontrar un acuerdo en la elaboración de una resolución conjunta sobre Venezuela. No se alcanzó el quórum a pesar de haberse redactado un documento mucho más blando con respecto al que inicialmente habían propuesto los 13 países más grandes liderados por México. La última versión solamente pedía el cese de la violencia, había suprimido la liberación de los presos políticos y en cuanto a la Asamblea Constituyente, solamente sugería que fuera reconsiderada su realización.
Una resolución extremadamente blanda que, de todas formas, hizo añicos la agresiva y determinada participación de la canciller Delcy Rodríguez, quien llegó a Cancún con una delegación de 20 personas, dispuesta a utilizar todas sus armas para evitar que los países del Caricom votaran a favor de la resolución. Bastó con recordarles las grandes deudas que tienen con Venezuela, deudas que pesan sobre sus cabezas como una espada de Damocles. Los insultos y amenazas con los cuales la canciller de Venezuela sustituyó el delicado trabajo diplomático representaron una humillación amarga para la OEA como organismo regional, desnudando errores y limitaciones. La ausencia del Secretario de Estado Rex Tillerson, puso en evidencia otra realidad igualmente amarga para los venezolanos quienes celebraron la victoria de Donald Trump en las pasadas elecciones norteamericanas. Ya quedó claro que para Trump lo único que importa son Cuba y México, es decir los dos países que le permiten hacer más ruido y tener repercusiones positivas entre sus electores. El resto de América Latina lo deja totalmente indiferente, a pesar de alguna declaración hija del oportunismo del momento.
A pesar de todo, el panorama internacional no es tan oscuro como parece. Los países que votaron en contra de la resolución fueron solamente cinco, otros seis se abstuvieron. Son las naciones más pobres y endeudadas. Y en el Caribe no hay que subestimar la posición, abierta y clara, de Puerto Rico cuyo gobernador asumió una actitud sumamente crítica con el gobierno de Maduro.
A pesar del sabor amargo que dejó la última reunión de la OEA, a pesar de la lentitud exasperante de la diplomacia internacional, es necesario seguir trabajando para encontrar una salida negociada a la crisis del país. Es el único camino posible para que Venezuela pueda salir de un laberinto que tiene tintes de un círculo del infierno de Dante.
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Photo Credits: Carlos Adampol Galindo