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El día después de la globalización

¿Cuánta falta nos hacen los contactos humanos? Hay señales más o menos evidentes que parecen indicar que se va gestando, sobre todo en las sociedades más desarrolladas, la necesidad de recuperar una calidad de vida que pareciera pertenecer a un pasado remoto y olvidado.

Aún admitiendo que nos sería imposible prescindir de la tecnología y que no podríamos imaginar un mundo sin Internet, sin celulares, sin Google y sin Skype, crece el deseo de lograr un balance entre la intangible amplitud de lo virtual y una más reducida pero más tangible realidad en la cual lo local, lo que tenemos cerca, el disfrute de lo cotidiano asuma mayor relevancia.

Ambos conceptos son totalmente interconectados. Si hoy una multinacional como General Electric puede permitir a sus empleados disfrutar de unas vacaciones ilimitadas, basándose únicamente en los resultados del trabajo, es porque las nuevas tecnologías nos ofrecen las herramientas para transformar hasta una playa en una oficina.

Pero lo más importante es que General Electric adoptó esta política, que ya aplican otras empresas menos grandes e importantes, porque estudios han demostrado que las personas rinden mucho más si pueden trabajar con ritmos que estén más acordes con sus necesidades. Y si las personas piden más tiempo para el descanso, los afectos, el disfrute, es porque está cambiando nuestra visión con respecto a lo que consideramos calidad de vida.

Hasta el momento los sentimientos locales han sido explotados por grupos políticos que hacen de los nacionalismos, la xenofobia y la intolerancia su bandera.

Por suerte poco a poco se está demostrando que mirar hacia lo local lejos de entrañar ansia de gueto puede significar todo lo contrario, un deseo de compromiso y solidaridad.

Cuando el arquitecto y urbanista Felipe Delmont nos habló de su teoría de la ciudad de los caminos cortos y nos dijo “es el camino inevitable hacia el cual se dirigirán las sociedades en el futuro” no pudimos evitar imaginar la alegría que nos daría vivir en una ciudad donde los otros, los que viven en nuestro mismo edificio, en las calles de la urbanización, dejaran de ser sombras casi imperceptibles para transformarse en personas con nombre y apellido.»

La reunión que el Papa organizó en el Vaticano con los alcaldes de ciudades grandes y pequeñas para enfrentar problemas tan globales como la pobreza y el calentamiento son otra demostración de la conciencia de que algo está cambiando.

Papa Bergoglio a la pregunta: “¿Por qué esta convocatoria?” contestó “Porque el trabajo más serio y profundo se hace de la periferia al centro, desde ustedes hacia la conciencia de la humanidad”.

De lo local pueden y deben surgir ideas, propósitos, acciones concretas capaces de llenar el espacio vacío que deja la inevitable lentitud con la cual se mueven los estados.

El Papa habló de dos temáticas: pobreza y cambios climáticos. Dos temáticas fuertemente interconectadas que nos obligan a mirarnos en la cara, a reconocernos como seres humanos, a entender que el suelo en el que vivimos es solamente un pedacito de un espacio compartido y que la acción de unos tiene repercusiones en todos los demás.

“¿Por qué la gente viene a las grandes ciudades, a los cordones de las grandes ciudades, las villas miseria, las chabolas, las favelas?» – se ha preguntado el Pontífice – “Simplemente porque ya el mundo rural no les da oportunidades”.

Tras una exposición de los males que aquejan a la humanidad, tras hablar de los peligros que encierran para los jóvenes el desempleo, la falta de futuro, la pobreza, tras mostrar la conexión que hay entre estos problemas y los cambios climáticos, el Papa ha explicado que sería imposible separar al ser humano del resto. “Hay una relación de incidencia mutua, sea del ambiente sobre la persona, sea de la persona en el modo como trata el ambiente; y también, el efecto de rebote contra el hombre cuando el ambiente es maltratado. La ecología es total, es humana”.

Pequeñas señales que indican que el ser humano con sus limitaciones y sus grandezas vuelve a ser protagonista, la naturaleza reclama nuestra atención, la pobreza y las desigualdades nos afectan a todos.

Día tras días, silenciosamente se agudiza la necesidad de volver al contacto humano, a lo pequeño, a lo local.

¿Estará amaneciendo el día después de la globalización?

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