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Photo by: Comisión Interamericana de Derechos Humanos ©

El derrumbe peligroso de la política

Mientras Perú se encamina hacia una de las elecciones más peligrosas para su democracia, en Colombia el conflicto entre gobierno y ciudadanía no se aplaca y Chile parece abrirse a una nueva primavera. A pesar de las diferencias innegables, estos tres países nos envían un mismo mensaje: la ciudadanía está cansada de un cierto modo de hacer política.

Los peruanos irán a las urnas para elegir, en segunda vuelta, al próximo Presidente. Deberán escoger entre Keiko Fujimori y Pedro Castillo, dos candidatos quienes, a pesar de situarse una a la derecha del espectro político y otro a la izquierda, pueden cortar el hilo democrático que, a pesar de sus imperfecciones, se ha mantenido tras la caída de la dictadura de Fujimori padre. No solo, muchos de los avances en temas de derechos humanos, inclusión y paridad de género podrían perderse inexorablemente. 

Los dos candidatos no representan, ni de lejos, a la mayoría del País. En la primera vuelta, Castillo obtuvo el 10.9 por ciento de los votos y Keiko el 7.6. Cifras escalofriantes si pensamos que en las manos de uno de los dos irá a parar la vida de toda la ciudadanía.  

En Colombia la sociedad civil dijo basta a los atropellos e injusticias de un gobierno que no solamente ha alejado la esperanza de paz, sino que ha abandonado en manos de una violencia nueva, a los pueblos que un día fueron territorio de las Farc. La pandemia, al evidenciar y agravar problemas irresueltos, ha agudizado el malestar de la población. En Cali y en general en todo el Valle del Cauca, epicentro de los disturbios, la pobreza, tras la pandemia, aumentó mucho más que en el resto del país al igual que la violencia. 

En Chile la ciudadanía de todo el país se ha volcado a las urnas para elegir la Asamblea Constituyente que deberá cambiar la obsoleta e injusta Constitución impuesta por el dictador Augusto Pinochet. Han sido elecciones históricas. Han ganado, en amplia mayoría, los independientes y sobre todo los independientes de izquierda, personas que en estos años se han destacado por sus luchas contra la injusticia social, la exclusión y en favor de los derechos humanos de las minorías. Los grandes perdedores de este plebiscito fueron los partidos tradicionales, en medida mayor los de derecha, pero también los del centro izquierda.

Tres países con una historia diferente pero problemáticas comunes, que han dado la espalda a los políticos, a la política en general. El cansancio de los peruanos, la rabia de los colombianos y el entusiasmo por el cambio en Chile, son el reflejo de la desilusión de poblaciones que no se sienten identificadas con las fuerzas políticas de sus naciones. 

Cada día más, en muchos y diversos lugares, se asiste al divorcio entre ciudadanos y gobernantes y opositores. El mundo de la política y el de la sociedad civil caminan por senderos diferentes que se cruzan demasiado poco.

En muchos casos se aprovechan de esta situación populistas sin escrúpulos, dispuestos a soplar en las llamas del descontento con tal de aferrarse al poder. Las urnas vacías o llenas de boletas en blanco son otro síntoma de una misma enfermedad.

Los males del pasado se han vuelto más apremiantes a causa de la pandemia que ha arrasado con la vida de centenares de miles de personas y ha profundizado crisis económicas que sufren sobre todo los sectores más pobres y los de clase media. En el mientras la ineficiencia de los gobiernos incapaces de velar por la salud y el futuro de su gente, profundiza las fracturas entre política y sociedad civil.

¿Puede sorprender el desinterés creciente de los latinoamericanos y centroamericanos hacia la democracia como forma de gobierno? ¿Cuánto pueden incidir análisis políticos en personas que están al borde de un precipicio al cual sienten que han sido arrojadas por políticos corruptos e inescrupulosos?

Podríamos llenar libros enteros sobre la importancia de la democracia como única forma de gobierno que pueda contener, al menos en parte, los desmanes de las autocracias, sin lograr llegar a la mayoría de los electores. Y cuanto más profunda sea la escisión entre ellos y la buena política, más espacio dejaremos en manos de aventureros o políticos que representan a un 10 por ciento de la población. Cuando eso pase, todos estaremos obligados a vivir bajo el yugo del autoritarismo y de la mala política.

No es momento para quedarse a mirar. El mundo del periodismo, de la cultura, de la educación, debe asumir su responsabilidad para evitar que nuestras democracias imperfectas se transformen en un sueño alejado de la pesadilla de la realidad.


Photo by: Comisión Interamericana de Derechos Humanos ©

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