La entrada en escena de Donald Trump quien, con poses de diva, anunció por enésima vez, su candidatura a las primarias de los republicanos para Presidente de la República, fue tan aparatosamente ridícula que lo primero que provocó fue risa.
Fueron tales y tantas las descabelladas ofensas lanzadas a diestra y siniestra, dentro y fuera del país, que parecía más uno de esos programas de comicidad vulgar que llenan espacios inútiles en los canales de televisión que la presentación de una candidatura.
Particularmente absurdas las acusas que lanzó contra México y los mexicanos que viven en este país. Su ego inflado a son de millones de dólares posiblemente no le permitió escuchar a posibles colaboradores quienes deberían haberle aconsejado evitar desde el primer momento un conflicto tan contundente con un país como México que, sin hablar de todos los otros aspectos culturales y humanos obviamente irrelevantes para él, es el más importante partner comercial de estados muy importantes como Texas y Arizona y el segundo socio comercial de Estados Unidos. Sobran las respuestas que se le podrían dar y ya se han dado a las declaraciones de Trump. El positivo aporte de los mexicanos está a la vista de todos y la excelencia mexicana con profesionales de altísimo nivel en todas las áreas ha ido creciendo vertiginosamente en los últimos años. Pero no son respuestas las que busca este candidato republicano.
Frente a tanta ignorancia y banalidad nos hubiera gustado pasar la página. Donald Trump, con sus millones y sus delirios de omnipotencia, no debería merecer ni una palabra escrita.
Lamentablemente, la historia política nos enseña que es peligroso desestimar a ciertos candidatos que parecen impresentables pero luego son capaces de dar sorpresas gracias a un electorado que busca donde volcar sus rabias y frustraciones.
El populismo gritado es irresistiblemente atractivo para quienes temen perder sus beneficios o deben enfrentar dificultades. El preocupante fenómeno se está expandiendo con una velocidad alarmante. Si Trump se da el lujo de lanzar invectivas cada vez que está frente a una cámara, en Europa se vuelven siempre más atrevidas y seguras las consignas de los que claman por un regreso al hitlerismo pidiendo con frases criminales el exterminio de los inmigrantes. Son minorías pero van creciendo y algunos de ellos ya tienen asientos en parlamentos nacionales e instituciones internacionales. La mancha de odio se alarga y se vuelve cada día más peligrosa.
Las imágenes del horrible asesinato de nueve afroamericanos reunidos en una iglesia a manos de un joven quien abrió fuego mientras decía: “Tengo que hacerlo (…). Habéis violado a nuestras mujeres y estáis tomando nuestro país. Tenéis que iros”, siguen impresas en nuestros ojos. El luto de esas familias es nuestro luto. Y no podemos evitar pensar en la similitud que existe entre las insensatas acusaciones del joven asesino de Charleston y las palabras de Trump quien, al hablar de los inmigrantes mexicanos y latinoamericanos en general, dice: “Traen drogas, traen crímenes, son violadores…”
Palabras que, como semillas malditas, podrían germinar violencia en personalidades débiles que necesitan buscar culpables externos para enfrentar sus fracasos y frustraciones.
Nos gustaría olvidar el show de Donald Trump. Cambiar canal como se hace frente a la televisión basura pero pensamos que en estos casos el silencio lleva las de perder frente a los gritos de la violencia.
Él que calificó a Obama de cheerleader ha empezado su propia campaña como una cheerleader pero de esas que, por ser muy torpes, ocasionan la caída de todo el equipo.
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