Las elecciones en Brasil han dejado al descubierto la profunda fractura que se ha ido creando en la sociedad en estos últimos años. Dilma Roussef ha logrado la reelección en segunda vuelta, y por un puñado de votos. El 51,64 por ciento de los electores contra el 48,36 que votó por el opositor Aécio Neves. El PT, Partido de los Trabajadores, perdió 18 diputados y le ha quedado una sola gobernación grande, la del estado de Minas Gerais. Son datos que obligan a una reflexión y prometen un período presidencial difícil que requiere de gran habilidad política. Dilma lo entendió de inmediato y, dejando de lado los tonos encendidos de la campaña electoral, ha pronunciado un discurso de gran apertura al sector electoral que votó por Neves: el de los empresarios, de la clase media que teme un estancamiento de la economía, de los inversores que no confían plenamente en el país.
Dilma, cual Presidenta que conoce de política, sabe, y lo dijo, que el diálogo entre las partes es indispensable, ahora más que nunca. “Es tiempo de que nos unamos todos para garantizar al país un futuro mejor”, dijo la Presidenta quien subrayó la importancia de emprender un diálogo con todas las fuerzas productivas y sociales, incluidas las del sector financiero. “El clima es de construcción de puentes y no de buscar las diferencias entre las personas”.
Mismo tono el de Michelle Bachelet quien, en una reciente visita a España, subrayó la importancia de buscar acuerdos entre todas las fuerzas políticas para lograr las reformas educativa, fiscal y política que su gobierno está dispuesto a llevar adelante, mas sin enfrentamientos con los sectores productivos del país.
Bachelet quien dijo “se puede ser popular sin ser populista” fijó una posición política bien precisa, no se dejó llevar por la soberbia del poder y dejó claro que un Presidente tiene que buscar los elementos en los cuales hay acuerdos y superar con un dialogo mesurado y digno las divergencias.
Dilma y Bachelet, dos mujeres que han marcado una huella en nuestro subcontinente, conocen el valor de la democracia, saben que el resultado de las urnas, sobre todo cuando resulta tan ajustado como en las pasadas elecciones en Brasil, requiere de gran diplomacia, mucho diálogo y profundo respeto hacia todos. Entienden que un Presidente, al ser electo, deja de ser el candidato de un solo partido. Es o debería ser Presidente de todos.
Bien distinta es la actitud de otros jefes de Estado y de Gobierno, dentro y fuera de América Latina y el Caribe. Muchos de ellos prefieren profundizar las divergencias e inventar enemigos imaginarios para caldear el clima social con la sencilla esperanza de tapar los males que son incapaces de resolver. Sus gritos y consignan demuestran solamente una profunda ineptitud.
Sin embargo, el odio que alimentan actúa como un ácido entre personas que comparten un mismo territorio y que deberían unirse para buscar, de manera conjunta, soluciones a los problemas que agobian sus vidas.
Alimentar el contraste entre las partes, aun después de las elecciones, es parte de estrategias que tienen como objetivo el mantenimiento del poder por el poder.
Esos gobernantes no solamente no aman a sus países sino que están dominados por el miedo a que alguien llegue a destapar la olla en la cual se han ido cocinando prebendas y privilegios.