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mauro bafile
Photo Credits: DVIDSHUB ©

El difícil camino a la democracia

Cuesta trabajo creerlo. Fueron pocas palabras; un escueto mensaje como lo son todos los que se publican en las cuentas de twitter. Y, sin embargo, tuvo el efecto de un huracán devastador en quienes creen en la democracia como forma de vida y rechazan cualquier intromisión del estamento militar en la política de un país. Lo tuvo no por el contenido, de por sí muy grave, sino por el autor del mensaje.

“El Ejército de Venezuela tiene la palabra. O permite que sigan asesinando o interviene para poner a Maduro a un lado y convoquen a elecciones libres que encuentren el camino democrático”. Un llamado al “golpe”. No se pueden interpretar de otra manera las palabras del ex presidente colombiano y senador, Álvaro Uribe.

Cuando se piensa en un jefe de Estado electo democráticamente, se piensa en un hombre con una profunda vocación democrática y presto en condenar no sólo los abusos del poder sino también la participación activa de los uniformados en la vida política. El lugar de los militares son las aulas de las Academias, los cuarteles. Su tarea, en un país moderno, no es deponer gobiernos. Ni siquiera defender las fronteras, en un mundo globalizado en el cual los límites geográficos ya no tienen sentido. Lo es, en cambio, defender a la Constitución e intervenir en momentos de desastres naturales para colaborar con Defensa Civil, Bomberos y los demás organismos.

Las palabras del ex presidente Álvaro Uribe tal vez fueron aplaudidas por aquellos sectores conservadores, los menos numerosos aun cuando los más ruidosos, que sueñan con un Pinochet o un Videla. Los mismos sectores que, hace dos décadas, propiciaron, y en algunos casos financiaron, la candidatura del ex Teniente Coronel, Hugo Chávez Frías, a la presidencia de la República.

Las cicatrices dejadas por años de dictaduras en América Latina son aún recientes. Duelen. No podemos olvidar los crímenes que cometieron los militares en la segunda mitad del siglo XX. ¿Cómo olvidar que en los años ‘60 y ‘70 catorce de los veinte países latinoamericanos sufrían la barbarie de la bota militar? ¿Cómo olvidar los “vuelos de la muerte”, una práctica de exterminio en Argentina y Uruguay; o el “Estadio Chile” transformado en campo de concentración de presos políticos por la junta militar presidida por Augusto Pinochet? Ahí, en ese estadio, fue torturado salvajemente y ejecutado Víctor Jara. Por su impacto y la impunidad en que todavía viven sus asesinos, el crimen de Jara es en Chile el equivalente al asesinado de Federico García Lorca en España.

Las palabras de Álvaro Uribe sólo hacen daño a Venezuela. Y lo hace sobretodo a la Oposición, a la Mesa de la Unidad Democrática que, a pesar de las profundas diferencias de sus integrantes, sigue luchando para darle una oportunidad a la paz y a un proceso de transición política que permita encontrar el camino democrático extraviado. No se trata de defender al gobierno del presidente Maduro. No hay como. Este se ha caracterizado por los abusos de poder y por su desmedida vocación autoritaria en nada diferente a la dictatorial. Se trata de evitar males peores, como los sufridos en el pasado por aquellos países en los cuales los militares se adueñaron del poder con la violencia de las armas.

Un “Golpe” en Venezuela, aun cuando inspirado en las mejores intenciones, representaría un grave retroceso para América Latina que, luego de décadas de violencia y de terror, vive hoy su primavera política. Sería una derrota para el espíritu democrático que prevalece en Latinoamérica y un estímulo a las tendencias autoritarias que se niegan a morir.


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