Ya no mueven tanques de guerra, ya no hay militares en la calle persiguiendo a jóvenes, ya no hay campos de concentración como los tristemente famosos estadios de Pinochet. Hoy los gobiernos con tendencia autoritaria, en América Latina, utilizan otras herramientas para lograr sus objetivos. Leyes y constituciones, en sus manos, se vuelven tan líquidas, que logran dar una apariencia democrática aún a las decisiones más antidemocráticas, un ejemplo de ello, la última ley que permite en Venezuela utilizar armas de fuego contra manifestantes.
El voto se ha vuelto la gran justificación para manejar justicia y poder según el criterio de los gobernantes, a veces de una sola persona, el Presidente, quien tiene a su alrededor aduladores, aprovechadores o sencillamente personas que sienten el hechizo de una personalidad poderosa. Lo que sí es cierto es que nadie de ellos se atrevería a disentir o a criticar y de esa manera el poder levita en las manos de un único ser humano.
Pero la democracia no se sintetiza en un voto. Democracia significa mucho más. Por ejemplo significa institucionalidad, independencia de los poderes, significa garantizar una justicia imparcial, significa que a cargo de poderes como la Defensoría del Pueblo o la Contraloría estén personas de tan alto perfil que nadie podría poner en duda su honestidad e imparcialidad.
La realidad en América Latina y el Caribe es muy distinta y los últimos reportes de Freedom House, organización sin fines de lucros, así como el de Human Right Watch, obligan a una profunda reflexión.
En ambos documentos se pone en evidencia el deterioro lento pero constante de la democracia en muchos países de América Latina y del Caribe.
Ningún país del mundo es exento de violación de los derechos humanos. Desgraciadamente aún en las naciones más éticas existe la posibilidad de toparse con actitudes contrarias a estos principios. La gran diferencia es que en esas naciones las instituciones democráticas funcionan y por lo tanto hay la posibilidad de denunciar y, en consecuencia, hay la posibilidad de punir a los culpables.
Y, sobre todo, en esos países la libertad de prensa es una realidad y ningún Presidente, ningún Jefe de Estado, se atrevería a multar, castigar o silenciar un medio de comunicación solamente porque escribe algo que le desagrada.
En esos países los ciudadanos tienen la posibilidad de leer las opiniones más disímiles, porque existen medios para todos los gustos y todas las tendencias políticas. De esa manera cada uno tiene la posibilidad de crearse su propia opinión.
La prensa denuncia hechos que realmente acaecen. Puede hacerlo con mayor o menor amplitud, dependiendo del medio y del criterio con el cual el periodista aborda la noticia pero no es silenciando la noticia que se modifica la realidad.
En América Latina, según los informes de Freedom House y de Human Right Watch la libertad de prensa es sofocada en varias naciones, las instituciones son cada día más débiles y en general hay un deterioro de la democracia.
Si a eso sumamos el alto índice de delincuencia, la precariedad de las estructuras sanitarias y la corrupción que se vuelve cada día más generalizada, el panorama se torna aún más sombrío.
Cabe preguntarse hasta cuándo el caudillismo, aún vistiéndose de siglo XXI, seguirá teniendo secuaces en América Latina y en el Caribe, hasta cuando habrá líderes mesiánicos capaces de comprar consensos vendiendo vidrios de colores. Los mismos que, en épocas remotas, iluminaban los ojos de personas sencillas con la brillantez de sus colores pero que en la realidad eran solamente vidrios. Sin valor y muchas veces peligrosos.