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Un día las llamaron primaveras

Todo empezó con un perfume a jazmín que de las plazas tunecinas se expandía al resto del mundo, con el piar de celulares de miles de personas, sobre todo jóvenes, que creyeron posible un mundo mejor. Las llamaron primaveras árabes. Fueron días en los cuales se alborotaron las esperanzas, el entusiasmo se apoderó de las plazas y calles de varios países, jóvenes y menos jóvenes fueron protagonistas de protestas en el norte de África y en el Oriente Medio. En América Latina muchos admiraron su osadía y soñaron iguales primaveras.

Un valor colectivo barrió los miedos acumulados durante años en naciones cuyos gobiernos autoritarios parecían inmortales, como en Túnez y en Egipto, y salieron a flote odios reprimidos.

Sin embargo bastó poco para que el perfume a jazmín se transformara en el agrio olor a quemado, que los slogan alegres fueran silenciados por el silbido de las armas. Las cárceles se llenaron de prisioneros, del dolor de las torturas y las calles de la sangre de los muertos.

Las primaveras se volvieron inviernos implacables, los sueños de democracia encontraron la realidad de dictadores con caras distintas y fines iguales, las revoluciones pacíficas se tornaron guerras civiles.

En Siria todo comenzó los primeros días de marzo de 2011 cuando unos adolescentes escribieron en una pared de Deraa, la frase “as-sha’b yurid isqat an-nizam” (el pueblo pide la caída del régimen). A pesar de su joven edad los muchachos fueron arrestados y torturados. La indignación corrió como fuego, el cansancio por un gobierno dominado por la familia alawita de los Assad, la esperanza de encontrar una mayor comprensión en Bashar al-Assad, hijo del presidente Hafez al-Assad, educado en el exterior, aparentemente más democrático y sensible, llevó a miles de personas a salir a la calle. Manifestaciones pacíficas desfilaron en todo el país pidiendo reformas democráticas y el fin de un estado de emergencia decretado por Hafez al-Assad en 1963. Un sueño imposible. Las manifestaciones pacíficas fueron sofocadas brutalmente, intereses extranjeros, ligados esencialmente al petróleo y sobre todo al gas, se infiltraron en una revolución que se iba transformando rápidamente en una guerra, los ejércitos de ambas partes en conflicto empezaron a hablar muchos y diversos idiomas.

En esos días aciagos la nube negra del dolor y de la muerte envolvió a una población que en los raid de parte y parte se ha transformado en una expresión tan aséptica cuanto terrible: los civiles. Los “civiles” que mueren por error, que osaron soñar y fueron castigados con el infierno, que son utilizados como carne de cañón en patria y como caballos de Troia cuando buscan asilo desesperado y esconden, sin saber, a extremistas dispuestos a transformar en sangre ajena el odio que les marchita el alma.

Esa población que en parte ha quedado en un país que ya no existe tratando de inventarse una vida con atisbos de normalidad y la otra que busca en el mundo una solidaridad cada día más escasa, asiste con estupor al desastre que desató un graffiti en una pared. 

Siria se ha transformado en el teatro de muchas guerras, en una tierra en la cual ejércitos distintos muestran los dientes de los poderes que los maniobran, sean ellos territoriales, étnicos o religiosos. Intereses diversos se entrecruzan en un país martirizado, Irán, Rusia, el grupo libanés Hezbollah, milicias sciitas de otros países, apoyan a Assad, mientras que Turquía, Arabia Saudí, Qatar y los países Nato se sitúan del otro lado. Los islamistas radicales del ISIS, en medio del caos de la guerra, han encontrado un espacio para organizar su estrategia de muerte. Los kurdos combaten el ISIS y al mismo tiempo son atacados, en el norte de Siria, por Turquía que teme la creación de un estado kurdo en la frontera. Y también están las diferencias que enfrentan los distintos grupos rebeldes.

El temor que generan tantas guerras en una, ha obligado al resto del mundo a intervenir con cautela, una cautela que en muchos casos ha sido interpretada como debilidad. Y posiblemente, cuando Assad ordenó el reciente, terrible, ataque con armas químicas en la región de Idlib, último bastión en manos de los rebeldes, lo hizo convencido de poder actuar impunemente. Los balbuceos internacionales de años anteriores y la “amistad” entre Putin y Trump podrían haber alimentado esa certeza.

Sin embargo Trump decidió dejar de lado los caminos de la diplomacia y jugar a la guerra. Un rol que pareciera gustarle ya que inmediatamente después lanzó en Afganistán la “madre de todas las bombas”. ¿Por qué, cuál es su estrategia?

Lamentablemente en las guerras la primera víctima es la verdad así que es muy difícil saber qué hay detrás de esas decisiones. ¿Las tomaron los tres militares que están a cargo de lugares tan estratégicos como el National Security Council, el departamento de Defensa y la Homeland Security, para exhibir los músculos de la potencia militar estadounidense al mundo?, o ¿será que Trump quiso mostrar a sus ciudadanos que la amistad con Putin es mentira?, o ¿son las multinacionales de las armas las que piden más guerras? Nunca lo sabremos, nunca lograremos rasgar del todo el velo con el cual el poder esconde sus verdaderas intenciones.

Lo único que sí podemos ver es el sufrimiento de una población masacrada, podemos percibir el dolor de los muertos y los torturados, el lamento de ciudades desgarradas por la barbarie, el desespero de los prófugos que buscan atónitos un lugar que les permita olvidar.

Lejos está el dulce aroma a jazmín que un día respiramos juntos a tantas personas diversas.

Hoy el aire del mundo tiene el olor áspero del miedo.


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Photo Credits: Khalid Albaih

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