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Photo Credits: Dennis Skley ©

Desespero versus poder

El desespero se enfrenta con la ansiedad de poder. En la frontera entre México y Estados Unidos unos luchan para evitar la muerte física, otro para eludir la muerte política. 

La guerra que Donald Trump ha declarado a los inmigrantes latinoamericanos no conoce tregua. Acostumbrado a obtener todo lo que desea desde que era apenas un niño, el Jefe de Estado no tolera la frustración de una meta que creyó fácil y resultó extremadamente empinada. El juego democrático le impide una total libertad de movimiento. Sin embargo, lejos de amedrentarse y cambiar de política, el Jefe de Estado norteamericano busca caminos alternativos y sobre todo aliados fieles y dispuestos a jugarse el todo por el todo con tal de cumplir sus deseos. 

Donald Trump empezó la campaña electoral y le urge obtener resultados tangibles en su política migratoria. Necesita gestos llamativos que demuestren su determinación. Puede ser a través del comienzo de la construcción de un muro fronterizo, o implementando una política migratoria vuelta a bloquear cualquier intento de entrada en el país, aun a quien, según el derecho internacional, sería merecedor de asilo.  

Decidido a ganar una vez más la presidencia, sabe que tiene el respaldo de los sectores más radicales de su electorado, aquellos que desean una frontera sin fisuras, convencidos de que todos sus males filtran por allí y llegan del mundo externo. Sus miedos y recelos son hábilmente manipulados por la propaganda presidencial. Los inmigrantes son presentados como un monstruo que crece día a día dispuesto a inundar el país de drogas y a transferir en suelo norteamericano la violencia más brutal.  

Trump habló de emergencia nacional para erigir el polémico muro obviando el veto del Congreso. Para lograrlo está dispuesto a pisotear los más mínimos derechos humanos de los inmigrantes tratados como delincuentes y a reactivar la cruel política de separación de las familias que una vez más dejaría a los niños solos y desamparados. Niños muy pequeños cuya única culpa es la de haber nacido en la cuna equivocada, y que no pueden entender la razón por la cual los padres los dejan en manos extrañas. Quienes ya vivieron esta experiencia quedaron marcados de por vida. En algunos casos los padres, cuando han recuperado a sus hijos después de meses, han podido constatar que sus condiciones físicas y de higiene eran sumamente precarias a demostración de la escasa atención a la que se sometieron los centros de acogida. 

La peor pesadilla la está viviendo quien no logra recuperar a sus familias. Después de la primera separación muchos niños sencillamente desaparecieron. Nadie sabe dónde están ni quien los está cuidando o utilizando. Es bien conocido el mercado del sexo que emplea a los más pequeños.  

Parece imposible pero en ese momento la responsable de actuar una política tan inhumana fue una mujer, la secretaria del Departamento de Seguridad Nacional de Estados Unidos, Kirstjen Nielsen, quien recientemente “dimitió”. Poco antes había hecho lo propio la vicesecretaria interina de ese departamento Claire Grady.  

Según indiscreciones y a pesar de las declaraciones públicas de la misma Nielsen, esas “dimisiones” son la consecuencia de su resistencia a reactivar la política de separación de familias que promueve fuertemente el  asesor presidencial Stephen Miller, emblema de la mano dura en materia de inmigración. Todo hace suponer que los nuevos mandos designados por la Casa Blanca seguirán a la letra y sin vacilaciones las disposiciones de un Presidente dispuesto a todo con tal de ganar las próximas elecciones. 

Se prospectan tiempos duros para los inmigrantes pero también por los gobiernos de los países centroamericanos y latinoamericanos que, a pesar de haberse arrodillado frente a todos los requerimientos del coloso norteamericano, no gozan del esperado reconocimiento por parte del Presidente de Estados Unidos. Por lo contrario la relación que mantiene Trump con los gobernantes de América Latina en general muestra la arrogancia de quien se sabe en posición de poder. La diplomacia y la consideración hacia los otros no son prerrogativas del gobierno actual de Estados Unidos. Las consecuencias serán amargas para quien huye desesperado del hambre y de la violencia; sin embargo el panorama no aparece menos sombrío para los gobernantes latinoamericanos que son tratados más como vasallos que como aliados.


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