La imagen de las 100 tumbas que activistas de la Ong Rio de Paz cavaron en la playa de Copacabana para recordar a las víctimas del coronavirus en Brasil muestra, sin necesidad de muchas palabras, la dolorosa realidad que vive ese país desde que apareció el Covid-19 en el mundo.
Brasil y Estados Unidos son las naciones con el más alto número de contagios y de muertos por coronavirus. En Venezuela y Nicaragua, la pandemia está mostrando en toda su crudeza el desastre económico y democrático que ambos países viven desde que en ellos se instalaron los gobiernos de Nicolás Maduro y Daniel Ortega respectivamente. Desastres que hoy más que nunca golpean a una población probada por años de privaciones y violencias. En otras naciones, salen a relucir las limitaciones de un sistema de salud pública demasiadas veces abandonado a su proprio destino, en aras de la sanidad privada.
En Brasil y Estados Unidos los respectivos presidentes, lejos de rodearse de médicos y científicos que los ayuden a tomar decisiones sensatas con el fin de salvaguardar la vida y salud de sus ciudadanos, han procedido a denigrar los consejos de los investigadores y a subestimar el peligro que representa la pandemia.
Con una actitud que nos recuerda a los machos de barrio, se han paseado entre la gente sin mascarillas, transformándolas en un símbolo de la oposición, han organizados reuniones y mítines que aglomeraron a miles de personas, se encomendaron a visionarios laicos y a evangélicos exaltados elogiando los efectos de la cloroquina y de los rezos. Inútil el esfuerzo de muchos gobernadores quienes han intentado y siguen intentando frenar los efectos mortales de la pandemia.
Resultado: la curva de los contagios y de los muertos va en aumento en ambos países. Hablamos de más de tres millones y medio de enfermos y casi 180 mil muertos en Estados Unidos y de casi dos millones de contagiados y más de 75 mil muertos en Brasil. Cifras que aumentan hora tras hora.
En estos días Trump, quien no deja que nadie se le acerque sin antes demostrar que no es positivo al virus, apareció por primera vez en público con una mascarilla y Bolsonaro se ha infectado y está en cuarentena. Una cuarentena de lujo en su hermosa casa y contando con la atención de los mejores médicos. Una cuarentena muy diferente de la que está sometida su gente.
Tanto en Estados Unidos como en Brasil la mayoría de los enfermos y de los muertos son las personas más humildes. En Estados Unidos son sobre todo afroamericanos y latinos mientras que en Brasil el virus arrasa en las favelas y sobre todo entre los indígenas de Amazonia.
Cuando todo empezó Bolsonaro, incapaz de empatía alguna con el dolor ajeno, dijo que lo sentía pero que antes o después todos vamos a morir. Su actitud irresponsable e irrespetuosa hacia la ciencia obligó a dos ministros de Salud a dimitir. Su respuesta fue la de poner ese ministerio tan importante en estos momentos, en manos de los militares, con resultados aun más catastróficos ya que la mayoría de ellos no entiende nada de medicina.
Con la presencia de los militares en el Ministerio de Salud no solamente se ha dejado de tomar las medidas adecuadas para frenar el contagio por coronavirus, sino que se han paralizado todos los planes para enfrentar otras enfermedades igualmente graves como por ejemplo diabetes o dengue.
Por su parte el Presidente Trump y sus acólitos se están dedicando a desacreditar a Antony Fauci, reconocido epidemiólogo quien ha trabajado con presidentes demócratas y republicanos mostrando rectitud y seriedad científica. Su única culpa ha sido la de decir la verdad y por ende contradecir las palabras del Jefe de Estado.
Es realmente desolador el panorama que presentan estos y otros países que son liderados por mandatarios incapaces de velar por la salud y las vidas de sus ciudadanos.
Miles y miles de personas, con políticas diferentes, hoy estarían todavía entre nosotros. Y muchas otras no estarían lidiando con las consecuencias que deja el virus, aun después de haber superado la enfermedad, sobre todo si la enfrentan en situaciones de precariedad absoluta como pasa en Venezuela.
Cuando alguien comete un crimen, sobre todo cuando ese crimen conlleva a la muerte de la víctima, interviene la justicia y lo más probable es que esa persona termine su vida en una cárcel.
Sin embargo, cada día asistimos a crímenes masivos cuyos culpables son los malos gobiernos.
Vemos la imagen de las cien tumbas en la playa de Copacabana, otrora símbolo de alegría. Cien tumbas que representan solo una ínfima parte de las que se cavaron para enterrar a los muertos de las últimas semanas.
Vemos el sufrimiento de quien vive en condiciones de pobreza extrema a causa de años de mal gobierno, de quien sigue en una cárcel por los caprichos dictatoriales de sus gobernantes, de quien está lidiando con las enfermedades en sistemas de salud colapsados. Vemos la lucha constante de los sanitarios y los científicos que no descansan para salvar vidas.
Vemos todo eso y sabemos que lo peor que puede pasarle a quien está causando tanto daño es… perder unas elecciones.