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Voto Venezuela
Photo Credits: Rufino Uribe

¿El comienzo de un nuevo amanecer?

Cada vez más solo, cada vez más perdido en su laberinto. El plebiscito, han sido poco menos de 7 millones y medio los venezolanos que participaron en la consulta popular, resultó ser otro duro golpe contra el presidente venezolano, Nicolás Maduro. Su gobierno amenaza, detiene, reprime. Y, sin embargo, no logra contener las protestas. Estas se han vuelto un tsunami indetenible que ha puesto en evidencia la inconsistencia de un régimen con una profunda vocación autoritaria y una evidente incapacidad de resolver los problemas del País; la fragilidad de un gobierno con pies de barro que ha jugado con las esperanzas de un pueblo. Las cifras que dio a conocer la Comisión de Garantes, integrada por los Rectores de las más prestigiosas universidades del país, van más allá de las expectativas racionales, habida cuenta de las dificultades en la organización, de las amenazas de los «colectivos», y del reducido número de «puntos soberanos»: apenas 2300, siete veces menos de las casi 15 mil mesas de votación con las que el Consejo Nacional Electoral acostumbra cubrir todo el territorio nacional cada vez que es llamado a organizar elecciones, sean estas políticas o administrativas.

La Asamblea Nacional Constituyente es el último as en la manga del presidente Maduro y de su gobierno para mantenerse en el poder. Es por eso que la promueve contra viento y marea y emplea todos los medios a su alcance para imponerla a pesar de la voluntad de la mayoría. La considera imprescindible para acallar los Poderes públicos incómodos – léase, Parlamento y Fiscalía –, aplacar a la disidencia que crece apresuradamente en las filas de la militancia “chavista” y arrinconar a la Oposición. Decimos, supone que, como en un pasado reciente, le permitirá gobernar sin obstáculos; con poderes dictatoriales disfrazados de “democracia protagónica”.

Sin embargo la propuesta de una consulta popular decidida por la Oposición ha movilizado a millones de personas en toda Venezuela y a casi 700 mil venezolanos en 559 ciudades alrededor del mundo, espejo del éxodo masivo de una sociedad que se volvió líquida y que ha buscado, hasta en los recodos más alejados del globo, un espacio en el cual vivir. Los venezolanos que están en el exterior han demostrado nuevamente que, por más alejados que estén, siguen arraigados al país en el cual nacieron, crecieron y en el cual quisieran seguir viviendo.

En Venezuela la participación popular en el plebiscito no se ha limitado a las urbanizaciones de clase media. También en los barrios, a pesar de las amenazas de los “colectivos” violentos – las jaurías de motorizados que impunes amedrentan con las armas a quienes se oponen al gobierno – quienes en Catia, urbanización popular de Caracas, han asesinado a una mujer, herido a otras tres personas y golpeado con violencia a un periodista.

Los venezolanos desde las primeras luces del día hicieron ordenadamente sus colas frente a los “puntos soberanos”, establecidos por los organizadores de la consulta popular. Y lo han hecho en una jornada en la cual, en paralelo, el Consejo Nacional Electoral fijó su ensayo antes de los comicios del 30 de julio, fecha en la cual, de no haber cambios, deberán elegirse a los “constituyentes”; un ensayo al cual el presidente de la República, en incontables transmisiones en cadena nacional de radio y televisión, ha llamado a no faltar.

La Oposición ha afirmado en repetidas oportunidades que la realización de una Asamblea Nacional Constituyente representa la muerte de la Democracia, del derecho a disentir, de la libertad para opinar y manifestar. Y no es para menos, habida cuenta de que el Gobierno, al proponer la Asamblea Nacional Constituyente, ha asegurado que a través de esta destruirá a sus adversarios y demolerá a la oposición. En ningún momento, ha escondido sus aspiraciones: establecer un gobierno sin disidencia; en fin, imponer el pensamiento único que tanto gusta a las dictaduras.

El triunfo de la convocatoria popular pone ahora a dura prueba los objetivos del gobierno. El debate ya no es sobre la legalidad de la iniciativa de la Oposición, como quisieron orientarlo desde un primer momento el Consejo Nacional Electoral y el gobierno. La discusión, ahora, es sobre el valor político del plebiscito y sus efectos a nivel nacional e internacional. La consulta popular ha puesto en evidencia la capacidad de movilización del Parlamento y de la Mesa de la Unidad Democrática. Al mismo tiempo, demostró que cuando la población sale masivamente a la calle y se mantiene unida, los colectivos son incapaces de imponerse y de sembrar el miedo. Pueden regar de sangre las calles pero ya no detienen al río de personas que diariamente sale a protestar y que en esta ocasión participó masivamente a la consulta popular. El resultado de esta votación ha superado todas las expectativas y es un duro golpe para el gobierno que pensaba dirimir las diferencias reprimiendo y encarcelando.

Muchas son ahora las preguntas del día después. ¿Los resultados del plebiscito lograrán frenar la Asamblea Nacional Constituyente? Habrá que esperar. No obstante, es indudable que se abre un nuevo escenario que impone al gobierno un análisis distinto. ¿Podrá ser el plebiscito un detonador para el comienzo de una nueva etapa en la lucha para que en Venezuela no se pierda definitivamente la democracia? ¿La consulta popular, y la profunda brecha abierta por la disidencia en el chavismo, podrán ahora ser el comienzo de un negociación para avanzar hacia un gobierno de transición que permita desandar caminos y comenzar a reconstruir el futuro del país? ¿Aceptará el gobierno la nueva realidad o continuará imponiéndose aunque sea sacando el Ejercito a la calle, poniendo fuera de ley los partidos, encarcelando a los líderes políticos, a periodistas y a todos aquellos quienes piensen distinto y censurando los pocos mass-media que se han rehusado a ser voceros sumisos de la propaganda política del poder?

Lo cierto es que los venezolanos en patria y en el exterior han mostrado una vez más su vocación profundamente democrática, su deseo de reconstruir un país con un gobierno legítimamente electo, en el cual sea posible volver a hablar de futuro con esperanza.


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Photo Credits: Rufino Uribe

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