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mariza bafile
Photo Credits: elad abraham ©

¿Es el comienzo del fin para Cristina?

Corrieron lágrimas entre los simpatizantes de Cristina Fernández de Kirchner tras los resultados electorales del pasado 22 de octubre. Ellos que esperaron con el alma en vilo minuto tras minuto, deseando un cambio milagroso de última hora, tuvieron que aceptar la victoria aplastante del Presidente Macri y de su coalición Cambiemos.

Era desde los tiempos de Raúl Alfonsín en 1985 que un Presidente de Argentina no lograba ganar las elecciones intermedias en todos los distritos más importantes del país. Macri triunfó hasta en Santa Cruz, donde aún gobierna la hermana del ex Presidente Nestor Kirchner, así como en provincias claves para el kirchnerismo como Salta y el Chaco y en la misma Buenos Aires, donde Cristina perdió por cuatro puntos porcentuales.

San Luis, feudo de los Rodríguez Saa, es la única provincia en la cual el kirchnerismo mantuvo el poder a pesar de los resultados negativos de las primarias. Sin embargo ya empezaron a aflorar denuncias según las cuales habrían logrado detener el sangramiento de votos gracias a la activación de políticas sociales de última hora.

Por un momento, solo por un momento, después de las Paso (elecciones Primarias, Abiertas, Simultáneas y Obligatorias), la victoria por un pequeño margen de Cristina Kirchner en Buenos Aires alimentó la ilusión de ver a la ex Presidenta resurgir de las cenizas cual ave fénix.

Sin embargo la respuesta de la población en las elecciones de octubre fue contundente.

Muchas las causas detrás de una derrota que tuvo el efecto de una avalancha sobre el peronismo, poniendo en evidencia fracturas y debilidades. Fracturas que Cristina contribuyó a profundizar con una política centrada en sí misma que alejó a muchos de sus más importantes colaboradores y alimentó odios y resquemores. Como dice la ex diputada Vilma Ibarra en su libro Cristina versus Cristina, la Kirchner en algunos momentos mostró ser la peor enemiga de sí misma.

Las fracturas dentro del kirchnerismo y del peronismo se volvieron grietas profundas a causa también de los múltiples escándalos de corrupción que salpicaron fuertemente a la familia de la líder, dejando una sombra de desengaño y dudas sobre su sentido ético y amor al país.

Errores en las decisiones económicas, promesas incumplidas y una política exterior muy discutible, ampliaron la base de desencantados quienes dejaron de creer en esa clase política y de considerarla una solución para el país.

Profundo el silencio en el que se sumaron los kirchneristas después del 22 de octubre. Un silencio que sonó más estridente después del ruido que armaron durante toda la campaña electoral. Incendiaron calle y caminos virtuales sobre todo a raíz de la desaparición del joven Santiago Maldonado, tras participar en una manifestación en defensa de los mapuches. A los pocos días el cadáver del activista fue encontrado y la autopsia confirmó que el cuerpo no presentaba lesiones.

Si por un lado los kirchneristas y en general los peronistas, pasan de un mea culpa a otro, estudiando los cambios que deben enfrentar, Macri, tras la euforia del triunfo, sabe que debe superar una prueba de fuego. Ya sin excusas debe dar solución a los problemas más serios del país. De esas respuestas dependerá su futuro político. Hasta el momento ha logrado sembrar una esperanza a la cual se han aferrado no solamente los empresarios y los sectores de clase media sino también muchas personas humildes.  Esperanza que se ha transformado en votos de confianza y que ahora necesita llenar con hechos concretos. Los problemas de Argentina son graves y urgentes: una inflación excesivamente alta, alarmantes índices de pobreza, fuertes asimetrías regionales, desempleo y endeudamiento son algunos de los temas que necesitan solución.

Macri desde el palco de la victoria dijo: “No hay que tener miedo a las reformas”.

Los argentinos demostraron en las urnas que ese miedo ya lo perdieron.


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