I
Hablemos de una ciudad cualquiera, de una sin nombre que ha muerto veinte o cincuenta veces, que yace al lado de los rescoldos de un mar, en la oscuridad del sur de un continente.
Hablemos de una villa sin hombres, una villa fantasma en la que habitan, si acaso, una familia de perros nocturnos, una nube de mosquitos, un abogado penalista venido a menos y un músico disléxico.
Hablemos de un pueblo que se refunde en la sangre del frío; hablemos de un pueblo nuevo, que canta, nos traga, escupe.
II
¿Has visto cómo se mastican las nueces en la tundra? Esa villa sin hombres –de la que te he hablado antes– esa villa cualquiera, suena igual que una dentadura queriendo triturar los árboles helados.
¿Has visto los ojos de un migrante cuando cruza el mar? Esa ciudad desierta, esa ciudad sangrante, se mira igual que las estrellas en la bóveda sin fin de madrugada en el Atlántico.
III
Yo vi una ciudad muy sola, que lloraba
Yo vi una ciudad muy sola, sin estrellas
Va un niño caminando entre arbustos, tarareando una canción. La canción habla de planicies y vacas que pastan, de ratones con gorros, edificios vestidos de iglesia y adolescentes solitarios.
IV
Hablemos de la ciudad cualquiera, de cómo sus paredes cantan.
Hablemos del mito de los puentes y los hombres (the ultimate fiasco)
Hablemos de las venas de un muerto tan vivo que escupe brasas.
Y en su pecho rezumban trenes,
…………lloran locas,
……………………duermen sordos.
Hablemos de esta ciudad jurando nunca nombrarla
Vamos a romper espejos con los ojos vendados
Haz que respiras, pero no dejes entrar ni una partícula
V
Entiende la ciudad, si es que puedes.
Es igual que adivinar en donde va a caer la primera gota de la tormenta de mañana.