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China Caput Mundi

La sombra de China se alarga sobre el mundo. El progresivo debilitamiento del liderazgo internacional de Estados Unidos, cada vez más centrado en sí mismo y de una Europa perdida en el laberinto de sus divisiones, facilitan el camino del dragón asiático hacia un protagonismo siempre más incisivo.

En América Latina su presencia ha ido en constante aumento. China es el más importante socio comercial de los países de la costa del Pacífico y un partner fundamental para la economía de toda la región. Los prestamos otorgados por el Banco de Desarrollo Chino a los distintos gobiernos, en 2017, superaron los que aprobó el Banco Mundial. Sus tasas de interés exorbitantes obligan a los gobiernos a garantizar a las multinacionales chinas los derechos sobre los recursos naturales de sus países. Y no solo. En los últimos tiempos el gobierno chino ha manifestado un interés creciente en el desarrollo de otros sectores, in primis las infraestructuras, pero también los servicios.

Recientemente en el II Foro China-CELAC, el canciller Wang Yi hizo particular énfasis en la necesidad de incorporar a América Latina en la “Ruta de la Seda” que Xi Jinping ha promovido para ampliar su expansión internacional. La profundización de la “Franja y la Ruta” significa en práctica la presencia de China en los campos de infraestructuras gigantescas ligadas al transporte terrestre, marítimo y aéreo.

Después de años y años de hegemonía estadounidense, el capital llega de otro lado del mundo, y con las mismas reglas, es decir sin reglas.

La “nueva era” para la cual ha trabajado sin pausa el presidente Xi Jinping ya no tiene límites. El visto bueno “formal” le llegó de la última Asamblea Nacional del Pueblo que votó a favor de 21 cambios en la Constitución. El más importante: el que define la abolición del tiempo máximo de dos mandatos para la reelección de los presidentes. Ahora Xi Jinping podrá seguir gobernando ad infinitum, algo que no se veía desde los tiempos de Mao.

Todos los demás cambios apuntan hacia la misma dirección: centralizar el poder en las manos de Xi y del Partido Comunista Chino, para garantizarles un mayor control sobre el estado y los ciudadanos.

El neo-emperador Xi no solamente ha logrado doblegar hasta la pobre apertura democrática alcanzada a raíz de la masacre de Tiananmén de 1989, sino que obtuvo otro muy significativo punto a su favor: la escritura de su ideología de “un socialismo chino para la nueva era”, en el preámbulo de la Constitución junto con las de Mao y de Deng Xiaoping. Muere así la débil flexibilidad que existía dentro del partido, cerrando todo espacio de maniobra a la disidencia.

La concentración de un poder tan absoluto en las manos de un presidente y del Partido, en un país con una democracia de por sí ya muy débil, significa una amenaza ulterior al respeto de la libertad y de los derechos humanos que, según Amnesty International, ya están en grave peligro.

La represión gubernamental se ha agudizado desde 2015 y nuevas leyes permiten procesar y condenar a los activistas con el pretexto de la “seguridad nacional”. La mayoría de las veces las acusaciones son vagas y los defensores de derechos humanos son detenidos fuera de los centros de detención oficiales, quedando a veces incomunicados durante largo tiempo.

Xi empezó este segundo período de gobierno prometiendo prosperidad, lucha a la corrupción, atención hacia el medio ambiente y los recursos naturales y políticas para contrarrestar el calentamiento global. Banderas con las cuales apunta a disminuir el malestar interno y asumir un rol protagónico a nivel internacional en un sector tan delicado como el del cambio climático.

Sin embargo su real preocupación es la economía. Xi Jinping sabe que las minas en su camino son la deuda pública y sobre todo la privada. Allí se juega el futuro suyo y de China.

Tras presentar la estructura del nuevo gobierno que está conformado por 26 ministerios y comisiones ha puesto particular atención en el nombramiento del nuevo gobernador del Banco Central, institución de gran importancia tanto a nivel nacional como internacional.

El líder chino escogió la continuación y, contrariamente a las indiscreciones, no nombró a su fiel secretario Liu He quien designó como vicepresidente, sino a Yi Gang quien, desde 2008, ha trabajado al lado del gobernador saliente Zhou Xiaochuan como su vice.

Yi Gang, ha cursado un doctorado en la Universidad de Illinois, habla perfectamente inglés y ha acumulado una larga experiencia en las más importantes cumbres económicas internacionales. Su mayor reto será el de impulsar el crecimiento económico por un lado y por el otro manejar la reducción de la deuda y garantizar mayor transparencia y eficacia en el sistema de los créditos. Un equilibrio tan difícil como necesario.

Su predecesor Zhou impulsó fuertemente el ingreso de la moneda china yuan en el círculo noble de las monedas del Fondo Monetario y sobre todo ha sido el gran artífice del programa de inversión en títulos públicos de Estados Unidos de los cuales el coloso asiático es el primer detentor.

El capitalismo chino, bajo muchos aspectos, no difiere del de los países occidentales. Lo que preocupa es que se acompaña con un modelo político autoritario que, lejos de mostrar señales de abertura democrática, se ha vuelto más intolerante con toda disidencia y libertad de expresión. Es un modelo muy tentador para algunos líderes occidentales quienes también quisieran utilizar la economía para sofocar la libertad.

Sueños posibles en un mundo en el cual la constante pulverización de conceptos éticos en las sociedades, está abriendo espacios a movimientos políticos nacionalistas, autoritarios y xenófobos. Será responsabilidad de todos los sectores democráticos prevenirlos y contrarrestarlos. De lo contrario los sueños de pocos se transformarán en pesadillas para muchos.


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