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AK Rockefeller

A callar la música

Las notas musicales son el único alfabeto capaz de romper las barreras del tiempo y seguramente también del espacio como imaginó, acertadamente, Spielberg cuando rodó la inolvidable película “Encuentros cercanos de tercer tipo”. Pero, lo que es más importante aún, la música es el vehículo que nos lleva hacia nuestra más profunda interioridad, nos trae recuerdos, construye complicidades, amistades, amores, marca los cambios generacionales y narra las realidades que nos toca vivir. Las notas y los textos son el reflejo fiel de las ansias, problemas, alegrías y deseos de las personas.

Ese lenguaje simbólico y universal, capaz de mover emociones profundas, tiene un poder tan grande que asusta.

Asusta a los políticos autoritarios, a los religiosos miopes y fundamentalistas, a los padres controladores. Asusta al poder ciego y violento.

“Manden a callar la música”. Es el sueño de todos ellos. Pero nunca nadie logra silenciarla en su totalidad. A pesar de los mil candados con los cuales tratan de bloquearla, la música se escurre como agua a través de cualquier rendija y cuando llega, tras tantas luchas y dificultades, lo hace con mayor ímpetu y fuerza.

El grito liberatorio que acompañó en Cuba los primeros acordes de la música de los Rolling Stones derribó en un momento años de prohibiciones y silencios y puso al descubierto su inutilidad.

Se multiplican en el mundo los lugares en los cuales el poder trata de silenciar la música. Fue lo primero que hicieron los Al-Shabaab cuando, el pasado febrero, conquistaron en Somalia la ciudad de Merka.

Emotivo y duro, el documental They will have to kill us first de Johanna Schuartz habla de la dramática situación que viven muchos músicos en Mali, un país de África occidental en el cual los fundamentalistas islámicos prohibieron la música por considerarla blasfema y contraria a la sharía.

Pero Mali es un país profundamente musical y tampoco el terror de los fundamentalistas ha podido silenciarlo del todo. El grupo Songhoy Blues ha logrado huir y es ahora la memoria viva de lo que fue esa nación antes de la guerra civil. Sus canciones Mali y Desert Melodie, son una denuncia viva, son el testimonio de un pueblo que tenía un sueño que se convirtió en pesadilla.

Igual situación se vive en Siria en los territorios ocupados por los Jihadistas del Estado Islámico. Y no solo.

Luaty Beirão es un rapper de Angola quien empezó una huelga de hambre para protestar contra la encarcelación arbitraria de la que fue víctima en junio del año pasado. En Túnez el rapper Klay BBJ fue apresado por segunda vez. En 2013 lo mantuvieron preso durante seis meses. ¿Y quién puede olvidar el calvario de las Pussy Riot quienes estuvieron presas durante años en Rusia?

El sito web www.freemuse.org denuncia las múltiples violaciones a la libertad de expresión de las cuales son víctimas los músicos. Artistas de más de 100 países publican allí sus testimonios.

En América Latina, región musical por excelencia, tampoco falta la censura contra los músicos. Países como Honduras, Bolivia y Guatemala declararon guerra al reggaetón y México a los narcocorridos. Prohíben con decretos unos ritmos que toman su inspiración de la realidad en la que viven. Sin embargo, no se preocupan de erradicar la violencia que esas músicas reflejan de manera tan cruda y descarnada.

En Marinilla, un municipio colombiano del Oriente antioqueño, el alcalde, ferviente católico, quiso prohibir la música durante la Semana Santa. Convencido de que esos días deben ser de recogimiento, decidió obligar al silencio a una comunidad sin preocuparse del daño que causaba a los comerciantes en una temporada en la cual la ciudad es visitada por una gran cantidad de turistas.

Quizás el caso más emblemático del miedo que los poderes autoritarios le tienen a la música en nuestra región sea el que le ha tocado vivir, en Venezuela, al famoso cantautor Yordano.

Tras transcurrir un tiempo alejado de los escenarios por razones de salud, Yordano volvió a su país con el cariño y la ilusión del que se reencuentra con su gente, su tierra, sus raíces.

Deseaba tocar en uno de los teatros más emblemáticos de Caracas, el Teresa Carreño, lugar que ha visto desfilar a los más importantes artistas de ópera, teatro, música clásica y contemporánea tanto nacionales como internacionales.

Yuri Bastidas, manager y esposa de Yordano durante meses llevó adelante engorrosos trámites burocráticos a fin de obtener el permiso necesario para organizar un concierto en ese teatro pero, tras darle largas y largas al asunto, al final les dijeron que no iba a ser posible porque Yordano era un cantante “elitesco”. ¿Elitesco? ¿Será que ahora en Venezuela también la música tiene clases sociales? ¡Cuál miope decisión!

Yordano no podrá tocar en el teatro Teresa Carreño pero igual lo hará el próximo 27 de mayo en la Áula Magna de la Universidad Central de Venezuela y nadie podrá impedir a las personas de toda clase social de escuchar sus canciones que han acompañado la vida y los sueños de generaciones.

La verdad es que, por más que algunos gobiernos laicos y religiosos griten “a callar la música”, las notas se escurren como agua, vibran con el aire, entran en la sangre, mueven emociones, hablan más que mil palabras.

Su fuerza arrolladora, por más que lo deseen, es absolutamente imparable.


Photo Credits: AK Rockefeller

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