Cual tornado avasallador, la pandemia ha destapado la ineficiencia, a veces criminal, de los gobernantes populistas. Desdibujadas las etiquetas de izquierda y derecha, queda la realidad de una incompetencia común que se repercute trágicamente en la vida, la salud, la economía de miles y miles de personas.
Si Estados Unidos ha logrado salir, por ahora, de la pesadilla del gobierno anterior, siguen en sus puestos presidentes y jefes de gobierno que con una conducta errática están llevando sus poblaciones al desastre.
La Covid 19 desoye la retórica hueca con la cual estos personajes tratan de llenar los vacíos de sus acciones, y sigue matando a miles de personas.
En América Latina la crisis de salud está tocando puntas gravísimas en casi todos los países. Hay quienes, como Maduro en Venezuela y Ortega en Nicaragua, han logrado silenciar la prensa libre y por lo tanto no permiten conocer la verdadera expansión de los contagios y los índices de muerte. Sin embargo, basta analizar un poco su historia contemporánea, para entender, sin necesidad de un gran ejercicio de imaginación, que la pandemia está golpeando fuertemente a sus poblaciones empobrecidas, silenciadas y amenazadas.
En México un presidente, quien durante semanas denigró la ciencia, evitó la mascarilla hasta en mítines con centenares de personas y pidió a sus ciudadanos rezar y ser buenas personas para evitar la Covid, acaba de ser diagnosticado positivo al virus. Por lo visto de poco le sirvieron rezos y esperanzas.
La gran diferencia entre los jefes de estado y de gobierno que se contagian y el resto de la población es que ellos cuentan con un altísimo nivel de atenciones y tratamientos médicos. Nada que ver con los demás mortales para quienes es difícil hasta tener acceso al oxígeno. En México la delincuencia organizada, con el sadismo despiadado que la caracteriza, está traficando con el oxígeno que se ha transformado en el gran negocio del momento. Nada les importa la necesidad de muchos enfermos para quienes una bombona de ese bien puede significar la diferencia entre la vida y la muerte.
Por falta de oxígeno siguen muriendo también muchos enfermos en Brasil y en particular en la zona de Amazonas. Mueren asfixiados, esta vez no por la rodilla de un policía, ni por el tráfico ilícito la delincuencia organizada, como en México, sino por la incompetencia y la inhumana indiferencia de su Presidente y sus gobernantes. Actitud que indigna, mas no sorprende, ya que, desde su campaña electoral, Jair Bolsonaro ha mostrado un talante desdeñoso hacia los sectores más pobres y las poblaciones originarias.
El líder brasileño, quien pensaba resolver todo a lo macho, al igual que Trump, AMLO y otros gobernantes, también ha ridiculizado a los científicos y, desatendido sus alertas y consejos. De poco le sirvió enfermarse también él. Tras ser curado como un rey, se ha recuperado y, en lugar de cambiar de posición hacia la enfermedad, ha mantenido su desprecio hacia la ciencia y se ha erguido cual si fuera un súper héroe. No, Bolsonaro, nunca supo lo que significa la falta de oxígeno y tampoco su familia conoce el dolor de quien asiste a la muerte por asfixia de un ser querido. Mucho menos conoce la angustia de un viaje de mínimo 300 kilómetros, muchas veces el doble y hasta más, que deben realizar los indígenas para trasladarse desde sus aldeas hasta los hospitales con Unidades de Cuidados Intensivos.
Lo positivo, si se puede usar esa palabra en medio de tanta desgracia, es que siempre más brasileños se están alejando del Presidente. Su popularidad va bajando día tras día. En las calles y plazas del país se congregan cada vez más personas de todo el espectro político, así como de la Iglesia, para pedir que el Congreso inicie un proceso de impeachment contra él. Por ahora todavía no hay los números para lograrlo, pero la esperanza es que pronto todos se den cuenta de la ineptitud, arrogancia, violencia de un Jefe de Estado que está dejando morir a miles de ciudadanos. Y no solamente a causa de un manejo irresponsable de la pandemia. También mueren por un violento regreso de la malaria, probablemente causada por la minería ilegal y la destrucción de la Amazonia.
En los dos años de gobierno de Bolsonaro, según datos del Instituto Nacional de Investigación Espacial de Brasil (INPE), las cifras de deforestación son espeluznantes. Se habla de más de 10mil kilómetros cuadrados, el equivalente a cinco veces el área de Sao Paolo.
Mientras se enriquecen unos pocos, gracias a la expansión de la agricultura, la ganadería y la minería, están en riesgo de desaparición las poblaciones que allí viven acorraladas y amenazadas. La humanidad asiste en silencio a la destrucción de un área en la cual vive un tercio de las especies de plantas y animales del mundo y que produce el 20 por ciento del oxígeno de la Tierra.
El cambio de gobierno en Estados Unidos, para Jair Bolsonaro, significa la pérdida de un aliado en la Casa Blanca. Sin embargo, si los brasileños no logran alejarlo del poder lo antes posible, las consecuencias sobre la población y el ambiente pueden llegar a ser irrecuperablemente desastrosas.
Photo by: Eneas De Troya ©