América Latina siempre al centro del tablero internacional. Mientras Joe Biden busca desactivar la bomba de tiempo que Donald Trump puso en marcha a través de una política llena de demagogia, pero vacía de contenidos, la Rusia de Vladimir Putin amenaza con socavar el delicado equilibrio político-institucional en Latinoamérica. De hecho, pareciera querer revivir la “guerra fría” en nuestro hemisferio, como hizo recientemente en Europa con su retórica intimidante, la invasión de dos regiones de Georgia, la anexión de Crimea y las tensiones en la frontera este de Ucrania.
La amenaza rusa de redoblar la ayuda económica y militar a Nicaragua, Cuba y Venezuela es, por el momento, una simple provocación. Sin embargo, debería hacer saltar las alarmas, en un hemisferio que sufre una crisis política, económica e institucional casi crónica, agravada en estos meses por la difusión indetenible de la Covid-19.
América Latina ha sido siempre un polvorín. Desde hace décadas, se tejen los intereses de las grandes potencias. Decimos, los de China, que con su pragmatismo mira a nuestros países como meros productores de materias primas; los de Rusia que, después del largo letargo político de finales de los 90 y principios de los 2000, vuelve a la escena política con la ambición de demoler el sistema unipolar impuesto por Estados Unidos; y los Estados Unidos que desechan el “first american” de Trump para abrazar el “America is back” di Joe Biden. América Latina, hoy, pareciera haberse transformado en “laboratorio de geopolítica”, para las tres potencias mundiales.
Lo que está en juego hoy trasciende la mera “división internacional del trabajo”. Decimos, América Latina y países de África, productores de materias primas; China y Asia productores de bienes y Unión Europea y Occidente en general consumidores y proveedores de servicios. Todo indica que nuestro hemisferio, para las potencias mundiales, representa un área geográfica en la cual medir fuerzas y disputarse el rol hegemónico en el contexto mundial.
Los últimos acontecimientos, incluyendo el Summit Biden-Putin, parecieran reflejar el deseo de Rusia de plantar cara a los actores geopolíticos dominantes como Estados Unidos y Europa.
Nicaragua, Cuba, Venezuela, en consecuencia, no pasan de ser pequeñas piezas de un engranaje más grande y complejo. Y también, muy a nuestro pesar, peligrosas bombas de relojería que podrían hacer añicos delicados equilibrios políticos y económicos. En fin, el entero entramado de relaciones construido con muchos esfuerzos y sacrificios por nuestras naciones.
Tres países autocráticos, a los que podría añadirse un cuarto: el Perú de Pedro Castillo. Cuba, transformada en un feudo familiar, sigue controlada, detrás de bambalina, por el último de los hermanos Castro; Nicaragua, a pesar de las protestas que se multiplican en todo el país, ha sido convertida en coto personal del régimen familiar “Murillo-Ortega”; y Venezuela, otrora isla democrática, entregada a unos pocos autócratas de nuevo cuño que la gobiernan a su antojo gracias a un puñado de militares y una nueva burguesía servicial que los apoya.
En este contexto, preocupan las declaraciones del ministro de Defensa ruso y general del Ejército, Serguéi Shougu. Hace poco, con el pretexto de una supuesta amenaza contra sus tres aliados en América Latina, ha manifestado la intención de Rusia de redoblar la ayuda, incluyendo la militar.
Cuba, Nicaragua y Venezuela. Una apuesta peligrosa. Estos países, aun cuando golpeados por una profunda crisis económica y social que está desgastando los regímenes autocráticos en el poder, y a pesar de su mermada influencia a nivel continental, siguen estando al centro del interés de Estados Unidos y de Rusia. Mucho dependerá de la estrategia de la administración Biden. En esta partida de ajedrez, las próximas decisiones de la Casa Blanca, sin duda alguna, determinarán el futuro de nuestro hemisferio e, indirectamente, de las ambiciones hegemónicas de Rusia. Será un laboratorio para medir fuerzas, velocidad de reacción y motivación; para comprobar cuán cerca están Cuba, Venezuela y Nicaragua de la senda democrática y qué tanto será posible redimensionar los anhelos hegemónico del líder ruso.
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