Omnipresente y omnipotente. Siempre ha existido. Está enquistada en todos los niveles y en todos los sectores. La maxi-investigación bautizada “SwissLeaks”, hecha pública por el diario francés “Le Monde”, destapó una olla podrida de la cual se desconocían los detalles, muchos sospechábamos de su existencia y pocos imaginaban las proporciones gigantescas.
De los documentos obtenidos por “Le Monde”, el cual coordinó a 147 periodistas de 47 países pertenecientes al “Internacional Consortium of Investigative Journalists”, se desprende que el banco Hsbc, a través de su filial en Suiza, permitió evadir impuestos y depositar fondos milmillonarios a dictadores, a gobiernos pseudo-democráticos, a políticos, a capitanes de industrias y a celebridades. Un vaivén de dinero que se valora en más de 100 mil millones de dólares.
El fallecido Emilio Botín, presidente del Banco Santander de España; Fernando Alonso, piloto de F1; John Malkovich, actor norteamericano; el compañero sentimental de Charlotte, hija de Carolina de Monaco; Mohamed VI, rey de Maruecos son algunos de los nombres de “ricos y famosos” quienes aparecen en la larga lista de “SwissLeaks”. Mas, no faltan personajes de nuestra América Latina. A saber, Horacio Cortés, presidente de Paraguay; José Camil Garza, empresario mexicano; Edmond Safra, banquero brasileño; Diego Furlán, futbolista argentino; Rodolfo Marcos Torres, ex presidente del Banco del Tesoro de Venezuela y actual vice-presidente del área económica en ese país.
En la clasificación por países, el primero de América Latina resulta ser Venezuela, el cual entre 2005 y 2007, habría presuntamente depositado unos 14 mil 500 millones de dólares en la cuenta de la filial suiza del banco Hsbc. Una cifra que lo coloca en el tercer lugar, después de Suiza y el Reino Unido. Siguen Brasil, en el noveno lugar con 7 mil millones de dólares, y Argentina, que ocupa la casilla N. 21, con 3 mil 500 millones.
Ya se sabe. La corrupción, en esta parte del océano, es un cáncer que carcome la confianza de ciudadanos honestos, de industriales preocupados y de políticos probos, que los hay y son la mayoría.
“Transparencia Internacional”, en la edición 2013 de su índice de “Percepción de la Corrupción”, sitúa en el vagón de cola a Venezuela y a Paraguay. De hecho, estos países ocupan la posición más baja de la peculiar clasificación delante de Nicaragua, Honduras, República Dominicana, Guatemala, Ecuador y Argentina. En la cima, en cambio, aparecen los países virtuosos. Decimos, Chile, en primer lugar, Uruguay, Puerto Rico y Cuba.
Trabas, obstáculos, prohibiciones. Restricciones al ejercicio de la libertad de expresión y de participación ciudadana y la cultura a la tolerancia, cada día más laxa frente a la corrupción, son aquellos elementos que dificultan la lucha contra esa plaga, en un contexto lleno de contradicciones y asimetrías.
En nuestros países no es un problema de leyes, que abundan, sino de costumbres arraigadas en el tiempo. La cultura del “atajo”, alimentada por la burocracia infranqueable, ha echado raíces profundas.
Cuesta arriba. Mas, no tanto. El camino, para América Latina, pareciera ser largo y complicado. La corrupción, en especial la de “cuello blanco”, pareciera haberse vuelto parte de nuestra idiosincrasia. Mas, realmente no es así. Nuestra realidad es el producto de una clase política más preocupada por aprobar leyes que en hacer respetar las ya existentes. Decimos, pareciera ser falta de voluntad política, la cual se estaría reflejando en todos los estamentos de la sociedad.
Las desviaciones, frecuentes en la historia de un país; las “malas costumbres”, adquiridas a través de los años, no son difíciles de desterrar, si existe la voluntad de hacerlo. Ahí está nuestra Nueva York, como botón de muestra. La “ciudad que nunca duerme”, hace algunos años, estaba considerada de las más violentas y peligrosas al mundo. Hoy nuestra metrópolis está en el Top Ten de las ciudades más seguras.
¿Un milagro? Tal vez, pero fue un milagro construido por todos: por los órganos de policía, que recobraron credibilidad; por los Gobiernos locales, que volvieron a transmitir confianza; y por los ciudadanos, quienes aprendimos la importancia de la convivencia. Dicen que del dicho al hecho hay un buen trecho. Seguramente. Mas, los países de América Latina han demostrado, a través de los años, saber sortear adversidades y superar dificultades.
También la corrupción, como las dictaduras militares del siglo pasado, puede pasar de ser una pesadilla a un lejano recuerdo.