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vidas negras importan
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“Al otro lado del rio” al final de la Pandemia

En consideración de los múltiples análisis y reflexiones que genera y también requiere una situación tan delicada como la que estamos viviendo, hemos decidido ceder el espacio del editorial a personalidades quienes, desde diferentes profesiones y experiencias, nos ofrecerán su visión sobre el futuro que nos espera, o quizás, más bien, el futuro que podemos construir.

 

“Si salen vencedores en esto, lo serán en todo, y los verán sonreír en medio del terror. En conclusión, les hará falta una filosofía”.

Exhortación a los Médicos de la Peste – Albert Camus

La vida de George Floyd, como todas las vidas, había estado preñada de promesas; como muchas, sin embargo, anduvo huérfana de posibilidad.

Según el New York Times[1], cuando adolescente Floyd, aspiraba, a los 16 años en Houston, Texas, a “tocar el mundo”, vía la practica del baloncesto o el futbol americano que lo llevó a la universidad por cuyo fracasado transito experimentaría una década de arrestos y prisión vinculados al uso de narcóticos.

Rehabilitado de practicas engendradas por falta de oportunidades y frustración endémica, Floyd encontraría en Minneapolis, Minnesota, nuevos inicios como guardia de seguridad y guía de almas extraviadas, como la suya, en la práctica del cristianismo.

En Minneapolis, lo encontraría también el Coronavirus, del que se recuperaba en las semanas previas y la muerte, el 25 de mayo del 2020, bajo la opresión cruel contra el cuello, por ocho minutos y cuarenta y seis segundos, de la rodilla de un policía blanco homicida, insensible a los lamentos de Floyd que, llamando a su madre, clamaba, “no puedo respirar”.

¿El crimen de Floyd? Haberse negado a devolver un paquete de cigarrillos que compró con un billete falsificado de veinte dólares.

La muerte de Floyd desencadenaría una serie de protestas sostenidas y desmanes puntuales en mas de 140 ciudades y pueblos de los Estados Unidos y una docena alrededor el mundo, en contra del racismo sistémico norteamericano y el abuso regular y habitual de miembros de la policía contra minorías en el país.

Que la muerte de Floyd, una más desde que “#BlackLivesMatter” se iniciara como movimiento de derechos humanos en el 2013, por la absolución de George Zimmerman luego del homicidio de Trayvon Martin en Florida en el 2012 y al que le siguieron los notorios homicidios de Michael Brown en Ferguson y Eric Garner en New York en el 2014, haya causado tal presión social y solidaridad con la causas de las minorías en Estados Unidos y esté precipitando reformas policiales impensadas hace unos meses, no puede ser entendido sin el marco de la Pandemia de la COVID-19 y sus efectos en la sociedad y la cultura contemporáneos de los Estados Unidos.

En los Estados Unidos, la epidemia ha impactado en sobre medida a las minorías afroamericanas y latinas en las zonas urbanas y las comunidades de indios nativo-americanos además de adultos mayores cuyos sistemas inmunológicos no responden con eficacia al novel coronavirus.

En el caso de las minorías en zonas urbanas, la patogénesis no es particularmente letal por cuestiones genéticas y/o demográficas sino mas bien por condiciones socioeconómicas. De hecho, en la ciudad de Nueva York, los distritos con menor densidad poblacional, Queens y Bronx, son los que han tenido mayor contagio y fatalidades, lo mismo que las zonas más populosas en Chicago o New Orleans, en la medida que el bajo ingreso promedio entre sus habitantes implica bajos niveles de asistencia sanitaria, ausencia de seguros de salud, mala alimentación, condiciones de hacinamiento y alto stress en función de largas jornadas laborales insuficientes para saldar déficits permanentes en los estándares de vida.

En ese contexto, la Pandemia, dejada al albedrío de un virus, que lo único que persigue es multiplicarse, ya que la reproducción requiere de vida que el patógeno no posee, ha encontrado y encontró en esas poblaciones vulnerables, literalmente, su caldo de cultivo. La falta de Capacidad desde el Estado, de Confianza Social desde la población y Liderazgo[2] desde el centro, abandonaron la periferia a la “Inmunidad de la Manada”.

Periferia que incluía en su gran mayoría a los trabajadores “esenciales”, sin los cuales una ciudad no funciona. Sus labores, en muchos casos con salarios de ingreso mínimo, no se prestan para el “teletrabajo” y la “manada”, que no es “rebaño”, en cuanto tiene vida, energía, voluntad propias y sentido de elección y destino, en tanto que no se encomienda a “pastor” alguno y menos a los que quisieran llevarla al sacrificio, venía presintiendo el riesgo mortal al que estaba expuesta requiriendo de una señal para rebelarse en estampida.

El “Trueque Utilitario”, que señalaba que el “remedio” a la infección, las “cuarentenas”, podía ser peor que la infección misma, en la medida que la “muerte económica” podía hacer más daño, a la economía, que la muerte misma, no había tomado en cuenta aquello que Camus[3] advertía de cara a las pestes, que “el miedo infecta la sangre y calienta los humores (…) predispone a quedar bajo la influencia de la enfermedad (y que) no hay peor miedo que el miedo al final postrero, pues el dolor es temporal”.

El sistema que promovía y propalaba el “trueque”, el “capitalismo consumista”, heredero del “capitalismo industrial”, derivado del “capitalismo agrario” producto de la Peste Negra del Siglo XIV, que  había impelido la globalización de la producción para reducir el costo de la mano de obra e incrementar el consumo y que favoreció la transmisión del virus desde su origen, en Wuhan, en Hubei, China, centro industrial de producción para el consumo global, ausente de mesura, consideraba, como articuló el vice-gobernador de Texas, Dan Patrick, en desmedro de las cuarentenas, que “ hay cosas más importantes que vivir”. El mismo Dan Patrick pidió a los adultos de tercera edad sacrificarse, en aras de la economía, en la «crux» de la Pandemia.

Y frente al desorden y al desenfreno, frente a la ausencia de decencia, a la elección de lo oportuno antes que de lo humano y a la ausencia de una opción moral ante la calamidad del Dogma, la Sumisión y la Cobardía[4] de la esfera pública, de cara al modelo de lo económico, conveniente, inmediato y fácil, se planteaba la necesidad de una rebelión que nos devolviera al centro de la inteligencia y la equidad[5].

Allí entonces la promesa del “día siguiente”, la del “otro lado” (del rio)[6] en donde amanece y vive la estructura de lo humano, su alma y soporte, la solidaridad, descartando el molde de la traición competitiva[7] promovido, alentado, por oportunismo todo.

Allí, allí, finalmente allí, la posibilidad cumplida de George Floyd, quien, en efecto, “toca al mundo”…Por Completo…


 [1] “George Floyd, From ‘I Want to Touch the World’ to ‘I Can’t Breathe’”, Manny Fernandez and Audra D.S. Burch, The New York Times June 11, 2020.

[2] “The Pandemic and Political Order”, Francis Fukuyama, Foreign Affairs, July/August 2020.

[3] “Exhortación a los médicos de la peste”, Albert Camus, El País, 9 de mayo 2020.

[4] “On ‘The Plague’”, Tony Judt, The New York review of Books, November 29, 2001.

[5] “Exhortación a los médicos de la peste”, Albert Camus, El País, 9 de mayo 2020.

[6] “En esta orilla del mundo / Lo que no es presa es baldío / Creo que he visto una luz / Al otro lado del río”, “Al Otro Lado del Rio”, Jorge Drexler, 2004.

[7] “The New Yorker Interview – Barbara Ehrenreich Is not an optimist, but she has hope for the future – A conversation with the author and activist about class, reporting, the coronavirus, and socialism”, Jia Tolentino, The New Yorker, March 21,2020.

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[1] “On ‘The Plague’”, Tony Judt, The New York review of Books, November 29, 2001.

[1] “Exhortación a los médicos de la peste”, Albert Camus, El País, 9 de mayo 2020.

[1] “En esta orilla del mundo / Lo que no es presa es baldío / Creo que he visto una luz / Al otro lado del río”, “Al Otro Lado del Rio”, Jorge Drexler, 2004.

[1] “The New Yorker Interview – Barbara Ehrenreich Is not an optimist, but she has hope for the future – A conversation with the author and activist about class, reporting, the coronavirus, and socialism”, Jia Tolentino, The New Yorker, March 21,2020.


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