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editorial afganistan
Photo by: stepnout ©

Afganistán, la derrota de la cultura occidental

Es la derrota de la cultura occidental. Y el triunfo del fanatismo religioso llevado al extremo. Las imágenes de los aviones que abandonan apresuradamente Kabul; la multitud de afganos rodeando el aeropuerto con toda su vida en una mochila y la esperanza de subir a uno de los aviones que los lleve a un lugar seguro; las madres que entregan a sus hijos a soldados americanos o europeos, aun a sabiendas de que no volverán a verlos. Son los pequeños flashes, lo que queda de la tragedia que vive Afganistán.

Observamos con horror las imágenes del atentado kamikaze en el aeropuerto de Kabul. Leemos las declaraciones impactantes de quienes ese horror lo vivió en carne propia. Y pensamos en quienes no podrán abandonar un país condenado al oscurantismo y a las reglas de una ortodoxia religiosa que no nos pertenece. En especial, en las mujeres condenadas a una sumisión comparable a la esclavitud que pensaban haber dejado atrás; en las jóvenes que soñaban completar los estudios, ser líderes competentes en la política, en la economía, en la sociedad y no cuerpos destinados a la procreación. 

El burka es tan sólo la punta de un iceberg que esconde un submundo para nosotros incomprensible. Pensamos en las mujeres y en cómo ayudarlas. Sobretodo, en como evitar que su realidad caiga en el olvido. Las grandes potencias, China, Rusia, y también India, Turquía, Pakistán, Irán serán las primeras en reconocer el nuevo gobierno. Afganistán es rica en minerales raros e indispensables para la economía del futuro. Estados Unidos, por su parte, buscará constituir un frente único con Europa. Frente a intereses económicos y geopolítico, nada más fácil que la realidad de la población, así como sus necesidades, queden relegadas a un plano secundario. 

La historia se repite. Pensamos en Afganistán y nos olvidamos de que el machismo sigue presente; de que los delitos de género siguen siendo una constante. Y de que las religiones entorpecen el camino hacia la emancipación y las conquistas sociales. También, de que sectas y hasta organizaciones de mujeres luchan contra las conquistas que han precisado tantos sacrificios. Decimos, el divorcio, el aborto, el derecho al estudio y al trabajo.

Nada más hay que ver lo que pasa en el mundo católico. No sin reticencia y resistencia, después de siglos, la Iglesia comienza a abrirse a la participación de la mujer en la eucaristía. Mas, sin poder aspirar a ser sacerdotes, rol reservado a los hombres. En fin, no dejan de atribuirle tan solo el papel secundario de sumisión y obediencia.

Lo que ha pasado en Afganistán necesariamente llama a recapacitar. Llama a la sociedad a no abandonar a las mujeres afganas a su destino y, en particular, a no olvidar el presente. A no olvidar que el oscurantismo no es sólo el reino de los talibanes, también tiene su lugar en las sociedades occidentales. Y que las conquistas sociales, más allá de la diferencia de género, siempre estarán en constante peligro.


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