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Photo by: Christopher Michel ©

Egoísmos individuales y sociales

Mientras en los países ricos se multiplican las protestas de quienes se oponen a recibir las vacunas contra la covid 19 y hay quien paga centenares de dólares para obtener un documento de vacunación falso, en las áreas más pobres del planeta hay quien está dispuesto a caminar más de seis horas en medio de la selva, cargando a su padre en la espalda, para llegar a un puesto de vacunación. Es la historia del joven Tawy, indígena de la comunidad Zo’é de Brasil quien con su padre Wahu de 67 años, superó cansancio y desafíos con tal de obtener la anhelada vacuna y así evitar la muerte que hace estragos entre las comunidades indígenas de Brasil y en general de América Latina. Su llegada queda docuementada en una foto que publicó recientemente el médico Erik Jennings Simões en sus redes sociales. 

Es obvio que ser no vax es un capricho que solo puede permitirse quien vive en países ricos, está bien alimentado, tiene a su disposición vacunas para segundas y terceras dosis y sobre todo cuenta con sistemas sanitarios que les permite tener acceso a las terapias que necesita cuando se enferma. 

Distinto, muy distinto, es el panorama en los países pobres y en las áreas más alejadas de algunas naciones de América Latina. 

Como subrayó una vez más el Director General de la Organización Mundial de la Salud Tedros Adhanom Ghebrevesus, en su discurso de fin de año, lograremos controlar la pandemia solo y únicamente si alcanzamos altas tasas de vacunación en todo el mundo. Eso significa que las naciones tienen que asumir el compromiso de compartir las vacunas con los países más pobres y que las personas que tienen fácil acceso a ellas se vacunen. Los números demuestran fehacientemente que las vacunas reducen considerablemente el riesgo de complicaciones graves y de muerte. En Estados Unidos, según los datos publicados en diciembre por The Commonwealth Fund, sin las vacunas, el número de muertos por covid 19 habría registrado un incremento de 1,1 millones de personas y más de 10,3 millones hubiera necesitado hospitalización. Eso hubiera significado un incremento del 3.2 por ciento en las muertes y del 4.9 en las hospitalizaciones.

Resultados similares obtuvo Our World in Data analizando los casos en dos países con altas tasas de vacunación: Chile y Suiza. 

Si consideramos que el virus golpea con mayor fuerza a las personas físicamente más vulnerables, el panorama internacional se vuelve aun más sombrío. 

Las poblaciones más pobres son justamente las que deberían tener mayor acceso a las vacunas. La carencia alimentaria, la dificultad de contar con agua potable y la precariedad de las condiciones higiénicas del ambiente en el cual viven, vuelven a las personas y en particular a los niños, a los ancianos y a las mujeres embarazadas, mucho más frágiles e inermes frente a cualquier variante de la covid. 

Es evidente que para muchos no vax, quienes viven en situaciones privilegiadas, no representa una preocupación lo que esté pasando a miles de kilómetros de sus hogares acogedores, sus despensas llenas y sus hospitales eficientes. Lo mismo vale para los políticos cuyo único fin es la reelección y por lo tanto alimentan los egoísmos y los nacionalismos. Sería una utopía pensar lo contrario.

La única esperanza es que esos gobiernos y esas personas logren entender que ni la pandemia de la covid-19 con sus interminables variantes, ni cualquier otro desastre ambiental, desaparecen con solo encerrarse en su pequeña burbuja.

En este momento histórico y después de millones de muertos deberíamos ser capaces todos de dejar de lado egoísmos individuales y sociales. Si les parece pedir demasiado, sería suficiente que lo hicieran no tanto por un acto de solidaridad sino más bien por egoísmo ya que solo la vacunación masiva les permitirá volver a una vida normal. En caso contrario seguiremos luchando todos contra las nuevas mutaciones del virus.


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