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alejandra rosa
Photo by: abbilder ©

Zarpamos

Es la primera vez en años en la que sé, exactamente, dónde estaré mañana. Y pasado. Y luego de eso. Me da ansiedad. Desde niña prefiero los lugares en los que siento que no tengo que quedarme. Lo contrario me atrapa. Y salir de esa trampa, siempre ha sido un lío.

Estos días, clavo cuadros segura de que me mudaré de este espacio. Y solo ahora, que lo sé, lo firmo, lo verbalizo, me doy entera. Hay algo de este vínculo espacial que se siente a tiempo. Lo agradezco, y ellas también. Mis plantas, que me tienen por primera vez, en meses. Me tendrán más.

Creo desde un convivio con mis tiempos. Me despierta la niña interior ansiosa, me calma la envejeciente que apaciguo adentro, y me trae al teclado la mujer de 25 años, que, contra tanto, soy. El dolor deja de ser un primer lugar cada vez más, y nace todo lo otro: la raíz etérea.

Una amiga me preguntó estos días entre cervezas qué fui en otra vida. Le dije que una hoja, y me ripostó: “Yo no creo que tú fuiste una hoja… Creo que fuiste un barco, un barco hecho de la madera de un árbol sin raíces”. Le creí – y eso, desde hace tiempo, no es cualquier cosa. Tengo tantas formas de la fe rota. Las siento en la cueva.

Pero este, tiempo es este tiempo. Este mar, este mar. Esta isla, esta isla. Y por acá voy, permitiéndome instalarme, por primera vez, en tanto, cada vez más. Cada vez mejor. Con poca o ninguna fe en los finales, sin que eso me maree, tanto. Lo voy practicando. Este texto, por ejemplo, no acaba. Incluso, estoy segura, nunca empezó. Pero justo así vamos. Como un navío de nube que nunca se ancló, pero siempre, cuando y como pudo, con la ilusión a la deriva, zarpó.


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