Somos una revista independiente que sobrevive gracias a tu apoyo. ¿Quieres ser parte de este proyecto? ¡Bríndanos un café al mes!
pablo inigo
Photo by: The Integer Club ©

Yellow days

El azul es el color de la tristeza. No lo digo yo, lo han dicho todos, siempre. El amarillo es el color de la alegría, pero también el de los cobardes. No es coincidencia que la canción de Álvaro Carillo, “La Mentira”, una canción que describe a alguien débil quien niega lo que siente, aunque sus actos dicen lo contrario, se haya traducido como “Yellow Days”, cuando Cal Tjader y Eddie Palmieri la versionaron y la convirtieron en un estándar de la música popular.

“La Mentira” viene a ser el reclamo benévolo del amante dolido. Es un reproche a la tibieza, al amor a medias: “Hoy resulta que no soy de la estatura de tu vida”, “se te olvida que hay un pacto entre los dos”, “ni siquiera sientas pena por dejarme, que ese pacto no es con Dios”.

El resultado de lo anterior, más allá de que la canción es uno de los boleros más bellos que se han escrito jamás, me deja un sabor de boca muy del lado de Carrillo: quién más cobarde que el que rechaza el amor de alguien capaz de formar aquellos versos.

Pero volvamos al tema del color.

Es cierto: cada vez que escucho esta canción en voz de algún cantante callejero o de los típicos tríos que sobreviven al vaivén de las pandemias y que siguen tocando en los portales de las plazas, viene a mi mente el color amarillo, y no precisamente por la cobardía que evoca, sino por algo menos coincidente: pienso en “Yellow Days”, de Tjader y Palmieri, y la simple relación lógica me hace pensar en un día muy soleado, en una pared muy amarilla.

Pero entonces, si el azul es históricamente el color de la saudade, el amarillo, presiento, inspira una nostalgia recargada, algo así como la perfección del blues.

Para Quevedo, el amarillo era el color de la muerte. No por nada extraordinario, sino por el color que la piel toma cuando deja de haber fluidos corriendo dentro de nosotros.

Para la “psicología del color”, el amarillo es motivo de alegría, sobre todo porque evoca los rayos del sol, la felicidad, la energía, la luz y la creatividad. Y es cierto, que con algunas canciones que pecan de felices, como la popular “Walkin’ on Sunshine”, yo pienso en alguien corriendo en un día muy soleado y sí, amarillo. (No estaba seguro si lo anterior se debía a una relación mnemónica, entonces busqué el videoclip de la canción y confirmé que no era así. Katrina Leskanich, caminando en una Londres solitaria y brumosa, no puede evocar jamás ese color).

En los días pasados he encontrado varias referencias al amarillo en dos poemas escritos en diferentes momentos del siglo XX, cuya única relación recae en el idioma en el que fueron escritos.

El primero es del estridentista mexicano Manuel Maples-Arce, cuyo trabajo he conocido gracias al magnifico hacer de la editorial Alias, que ha reeditado “Andamios Interiores”, original de 1922, en el que Maples-Arce rompe con todo y hace una poesía urbana que grita en silencio el vacío de la ciudad moderna:

El insomnio, lo mismo que una enredadera,
Se abraza a los andamios sinoples del telégrafo,
Y mientras que los ruidos descerrajan las puertas,
La noche ha enflaquecido lamiendo su recuerdo.
 
El silencio amarillo suena sobre mis ojos.
Prismal, diáfana mía, para sentirlo todo!

 
El “silencio amarillo” de Maples-Arce es el mismo color vainilla que apresa las hojas de un periódico puesto sin cuidado al sol por un largo tiempo. El poeta tiene frente a sí dos cosas: la luz del sol que irradia energía, felicidad, optimismo; las hojas amarillentas que se consumen por el exceso de luz y que comienzan su decadencia.

El poeta elije la segunda.

El segundo es de la uruguaya Idea Vilariño, quien en 1942 escribió un conjunto de poemas para Manuel Claps, y que por todas partes evocan sensaciones “amarillas”:

Lo que siento por ti. Esto que rueda
O se quiebra con tantos gestos tuyos
O que con tus palabras despedazadas
Y que luego incorporas en un gesto
Y me invade en las horas amarillas

Las horas amarillas. Otra vez, la escritora que se para frente a una ventana y, en lugar de ver el sol, mira cómo la luz trabaja en los objetos que se refunden en su propia decadencia. Otra vez, la poetiza no eligiendo la primera, sino la segunda.

Y en el tercer poema de los escritos a Claps, Vilariño escribe:

El mar no es más que un pozo de agua oscura
Los astros sólo son barro que brilla
El amor, sueño, glándulas, locura
La noche no es azul, es amarilla.

 
El ámbar como la culminación de la nostalgia, pero aún sin ser tristeza. Lo amarillo como tinte del inicio de lo decadente, como respuesta a la melancolía temprana que despiden, como olor, todos los objetos.

Ahora, cada vez que pienso en Manuel Claps e Idea Vilariño, en los poemas que ella le escribió, me es imposible no pensar en ámbar o en citrino, mucho menos en conectar la canción de Álvaro Carrillo con la relación que ambos tuvieron: lo de Claps y Vilariño fue un amor digno de “La Mentira”, pues a pesar de que se amaron, Claps se terminó casando para siempre con la mejor amiga de Vilariño, Sylvia Campodónico, como bien lo cuenta Christopher Domínguez Michael en el artículo “Amor, poesía y política en Idea Vilariño”, publicado en Letras Libres en 2018.

Y para efectos del color, es cierto que cuando José José, quien admiraba profundamente a Álvaro Carrillo, canta “Sabor a mí” en la tornamesa empolvada, no puedo hacer otra cosa que pensar en color. La canción de despedida, la saudade accidental, el vibrato de José José: todo es amarillo.

Y también lo es cuando pienso en la desafortunada muerte del compositor oaxaqueño: un día amarillo, 3 de abril, en un año amarillo 1969. Un Ford Guayín, también amarillo, cruzando el camellón, también pintado de amarillo. Estrellándose, lanzando al aire destellos amarillos.

Álvaro Carrillo, muriendo a los 49 años.

Qué edad más amarilla.


Photo by: The Integer Club ©

Subscribe
Notify of
guest
1 Comment
pasados
más reciente más votado
Inline Feedbacks
View all comments
Raquel Diana
Raquel Diana
3 years ago

También de Idea Vilariño
El miedo

Es amarillo afuera
ay dios
es amarillo
como un pájaro seco
hiriente y desplumado
como qué
doloroso.
Tiene miedo la tarde
tiene horror la mañana
el día que lastima
o se afila los dientes.
La noche hace una casa
negra pura y de todos.
La noche hace una casa
pero el terror golpea
y la llena de ojos.
Es amarillo afuera
ay dios
es amarillo
como un pájaro muerto
como una aguja de oro
de hielo
como un grito.
Es amarillo afuera
y adentro es amarillo.

Hey you,
¿nos brindas un café?