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daniel campos
Photo by: Jana Markova ©

Windsor Terrace: Breve reporte otoñal

Las hojas ovaladas, de margen dentado, de los olmos ya han mudado completamente del color verde al amarillo y han empezado a caer. Se acumulan en las aceras de la avenida 11. Cuando caminás sobre ellas, crujen, y si cerraras los ojos casi pensarías por el sonido que estás en un sendero boscoso. Pero claro, el cemento es duro al pisarlo, no te amortigua como la tierra, y no huele a bosque. Los cielos otoñales han estado azulísimos, como piedras preciosas, y cuando mirás a través de las copas de los olmos, el contraste entre el amarillo y el azul te embelesa. Las hojas de los robles, sin embargo, apenas han empezado a secarse y ponerse cafés en los márgenes lobulados. Parecen un poco tristes. Las hojas glaucas de los plátanos de sombra aún no se animan a mudar. En la banquita que está frente al abastecedor de la esquina de mi casa, en la avenida 10, ha aparecido un hombre colochudo y bigotón. Ya ha pasado los cincuenta años. Siempre está fumando tabaco en su pipa de agua (hookah) cuando regreso a casa tarde de noche o ya de madrugada. Siempre lo veo relajado. Y yo voy día a día, sacando el trabajo que puedo adelante, y lo que no puedo, dejando que se quede ahí. E intento nadar un poquito, bailar un poquito y encontrar amigos un montoncito. Así que este otoño cada quien — cada árbol y cada persona — va su ritmo.


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