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paola maita
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We the Living

Creo que, en Venezuela, el que ve Globovisión todo el día es igual que el que ve VTV todo el día.

Este fue un comentario que le hice a alguien en el 2009, cuando aún Chávez estaba vivo y existía Globovisión como un canal de la oposición. Habían pasado años desde que nos habíamos acostumbrado a entender el espectro político en dos tonos solamente, cada uno con sus propios medios de comunicación. Su respuesta fue preguntarme si yo era chavista y si tanto me molestaba, que podía ver el canal del Estado y dejar de criticar el otro. Un intento de observación crítica acabó en una discusión innecesaria.

Me preocupaba el darme cuenta que aquello no era más que otro signo de la polarización brutal que vivíamos. La situación de los medios se convirtió en una señal divisoria. Llegó hasta el punto en el cual podías rápidamente saltar a conclusiones de si alguien era opositor o chavista, si al llegar a su casa te dabas cuenta que veía un canal u otro, o si leía determinado periódico.

Como esas, hubo otras cosas que aprendimos a leer entre líneas para intentar adivinar la ideología política de alguien. Los colores con los que se vestía, las palabras que usaba, la música que escuchaba… Fuimos armando una especie de checklist mental de todas aquellas cosas que nos permitiesen ahorrarnos el ejercicio de reflexionar con mayor profundidad sobre lo que nos rodeaba. Necesitábamos esa energía mental para invertirla en otras cosas más urgentes, como la supervivencia o qué nueva ley se había promulgado, cómo nos afectaba y cómo podíamos saltárnosla.


No entiendo en qué punto perdimos el juicio crítico.

Una parte importante de mi relación con V. se trata de poder hacer divagaciones sobre las cosas que leemos y vamos viviendo. Hace un par de días, se encontró en uno de sus grupos de WhatsApp, predominado por venezolanos, un vídeo que hacía una comparativa entre socialismo y capitalismo que nos pareció absurda y sesgada.

En ese vídeo, un hombre intercambiaba alegremente los términos socialismo y comunismo, y se encargaba de argumentar por qué el capitalismo es el único sistema perfecto de los que existen actualmente. Irónicamente, entre sus argumentos en contra del socialismo-comunismo, se encontraba la necesidad que tenía este último de hacer propaganda mientras que el capitalismo no necesitaba de ella porque los hechos eran los que se encargaban de demostrar que funcionaba. Irónicamente, ese vídeo podría ser considerado propaganda fácilmente.

Más allá de su derecho a expresar sus ideas, por disparatadas que podían parecernos, nos cuestionábamos cómo las personas del grupo, a las que consideramos inteligentes y que han recibido una educación formal muy válida, eran capaces de compartir este tipo de contenido sin hacer un juicio crítico. De nuevo, tal como en 2009, me sentí casi sola en medio de una sociedad que parece haber sucumbido ante algo parecido a un gaslighting ideológico. Nos hicieron creer tantas cosas, nos confundieron tanto la realidad con la ficción, que no sé cuánto se nos atrofió la capacidad de sacar nuestras propias conclusiones.

Si solamente fuese ese grupo de chat de V., podría pensar que es un hecho aislado que solo concierne a esas personas. La verdad es que, así como V. se encuentra este tipo de contenido en sus chats de venezolanos, me lo encuentro yo en los míos, o S., o M., o cualquiera de mis amigos que aún conserve contacto con personas que siguen viviendo en Venezuela. Una y otra vez comento con diferentes personas lo mucho que me asusta y preocupa ver cómo nos hemos convertido en una sociedad menos crítica y más criticona.

Querría pensar que, porque algunos de nosotros no creemos en los argumentos e historias de una dictadura, habíamos escapado de los efectos de la ideologización. Descubro que estar adoctrinado no solo significa creer lo que alguien te vende sin cuestionarlo. También implica perder la capacidad de cuestionar tus propias creencias.


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