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Dinapiera Di Donato
Dinapiera Di Donato, "Vuela por tu vida Danae Be"

Vuela por tu vida

Una mujer venezolana de 46 años se ha convertido en la primera víctima mortal del 2018 por violencia machista en España, al ser asesinada presuntamente por su pareja, un hombre español de 69 años, en su domicilio de Santa Cruz de Tenerife, en el archipiélago de Canarias

¿Quién se hubiera atrevido a predecir la regresión? Regresión, idea penosa, risible, herética, incongruente. Nos obcecamos en ver la Historia como un río que fluye en un paisaje plano, se altera en terreno accidentado, experimenta algunas caídas. ¿Y si su lecho no fue trazado de antemano? Y si, incapaz de alcanzar el mar, ¿se pierde en el desierto, desorientado en un rompecabezas de pantanos estancados? ¿Palabras desilusionadas? Solo espero que mi Béatrice pueda envejecer en un mundo regenerado; y que en el futuro gigantescos paréntesis vengan a bloquear estas malditas décadas.

Amin Maaluf, Le premier siècle après Béatrice, 1992.

Aún sueño con las torturas que viví.

Linda Loaiza, Araminta González, y las anónimas, las muertas o de expedientes olvidados.

 

Mi vecina dominicana se instala de nuevo en su pueblo de origen llevándose las cotorras africanas criadas en Inwood. Nadie partía, al azar, con guacamayas azules de Caracas pero a Caracas siempre se piensa volver, decía Dánae Be cuando recorría conmigo la expo sobre la antigua ciudad de Pérgamo. Intentará ubicarse aquí, ha visto lo mejor y lo peor en su corta vida, me evita anécdotas de guisos de guacamaya o de cosas peores en hogueras de parques públicos abandonados.

Alejandro Magno descubrió en Punjab al loro que ahora lleva su nombre y lo introdujo en las cortes imperiales. Noto la elegancia bizantina de Dánae, salida de la madre, pero cuando se fue acercando a la escalinata del MET donde yo la esperaba, fue como ver a la bisabuela Agustina la tarde que llegó al pueblo por primera vez desconcertándonos por los ojos y la corona de bucles y hablando en un español que llamaba celosía al tulipán guayanés. A petición mía la biznieta retrata el mosaico del loro Alejandrino que ella había visto personalmente en Berlín porque el loro del museo me recordaría a mi vecina que ya me estaba haciendo falta con sus mascotas y a la propia Dánae Be, que tampoco se quedaría.

Por lo pronto, los mármoles de Pérgamo del MET completaban el sentido del viaje en el que sus padres le mostraron, casi niña, que todo mudaba y no había más remedio que asentarse en sí mismos sin olvidarse.

Pero cómo hablar de regresos. ¿A dónde? A una luz que produce el verde que solamente hemos visto allá. Mascotas y vecinas bien cuidadas que sí tienen dónde volver me van explicando que se regresa no a una calle sino a ciertos modos de convivencia. De pronto, Dánae Be y yo nos quedamos calladas cercas de los olmos de Central Park con la Aguja de Cleopatra. Ella seguiría a visitar a La dama dorada de Klimt y a la fuente con la estatua que parece caminar, la del ángel del agua, como prometió a su familia. Es precisamente esa cierta manera la que nos ha expulsado. Todo pensamiento sobre comunidad imaginada se volvió frívolo desde que el presidente venezolano tuvo una visión en la que un pajarito le anunciaba que había sido el elegido para gobernarnos para siempre. Tener pesadillas con legiones aladas que nos comen el hígado mientras se regenera para volver a ser devorado queda para festivales de poesía. Pero tengo que contarle a Dánae Be cómo era el lugar donde se enamoraron sus padres, donde pudo volver una bisabuela que ella no conoció, buscando una tregua desde el Oriente Medio.

Cuando nació Dánae Be yo estaba leyendo El primer siglo después de Béatrice y hacía mucho que no había vuelto a aquel pueblo. El ejemplar no era mío, así que hice una fotocopia que le envié a su padre, mi gran amigo poeta de la infancia. No pude moverme a conocer a la niña, la lucha por asentarme en otros lugares me mantenía exhausta y en la pobreza holgada de entonces. Me hablaba con su padre, nos encantaba que Amin Maalouf contara que mientras el planeta se iba desintegrando dividido por el odio y el sur empobrecido abría unas fauces hambrientas para devolverle la mordida al norte avasallador el autor de origen libanés ubicara la razón de la catástrofe precisamente en la cultura milenaria del desprecio a lo femenino.

Recordaría de nuevo la novela, cuando aprendía los feminismos de la ciudad. Ante mi comentario de hacer algo por el caso de una chica de 18 años secuestrada en Caracas por el marido del que logró escaparse y al examinarla encontraron “traumatismos craneoencefálicos, hematomas en los párpados con desvío del ojo derecho, triple fractura de mandíbula, deformidad en los labios por cortes, fractura de costillas, estigma por quemaduras en la piel, pabellón de las orejas destruido, mordeduras en las mamas, desgarramientos de la matriz y de un ovario, lesión tumoral del páncreas, desnutrición severa y graves alteraciones psíquicas”, académicas influyentes desconfiaron de esa lista. Me advirtieron de cómo saber si no me estaban manipulando para que me sumara a la propaganda anti-gobierno. ¿No sería contribuir a la demonización del proyecto socialista? Se sacrifica una sola por el bien de una mayoría. Me perdí. No entendí los niveles de desprecio a lo femenino, el peligro de gastar la fuerza resistiendo sola al menosprecio correspondiente.

Con el padre de Dánae había comentado si no temía que su nombre que significaba “sedienta” pudiera amarrarla a algún estigma. Pero él, más avisado, me dijo que por “sedienta” atraería siempre la lluvia. Y por Be de “Beatriz” proyectaría luz suficiente como para conducirse a sí misma. Me gustaba más el nombre de la bisabuela, la taita Agustina, encandilada por su vida novelesca En un muelle caribeño se enamoró de un visitante y se fue con él en su navío para instalarse en Oriente Medio. Una de sus hijas también se enamoraría y haría el viaje de vuelta. Agustina no habló nunca más español, pero tampoco aprendió la escritura de la lengua de su nuevo país, así que le escribía al nieto de Venezuela en español y éste le traducía la carta oralmente a la madre. Las cartas que salían de nuestro pueblo eran traducciones de un niño que tomaba el dictado en otra lengua de su madre y que terminaba invariablemente con un rezo para que acabara la guerra. En las de Agustina la guerra no acababa nunca y también iban escritas en un español suspendido, de niña de 14, matizado con giros de la costa donde nació.

Para Dánae Be, los mármoles y pergaminos que Berlín prestó por un tiempo al museo de Manhattan para la gran retrospectiva de Pérgamo, le devuelven la familia con la que fue a Turquía buscando cómo estar juntos. Mi amigo los reunió para que vieran que lo muerto se transformaba, y en los restos del hospital de la antigüedad donde ofició Galeno con el pequeño anfiteatro para pacientes, el famoso Asklepion dedicado a Asclepio dios de la medicina, hijo de Apolo sanador de los desastres, los más pequeños comprendieron la idea de calma para decidir a dónde irse. Alguna generación descansa arropada en la única geografía que permite levantar casas, por la luz de la tregua. Otra es expulsada. Pérgamo, Esmirna, Éfeso, Estambul, Selkuk, la roca tallada, y luego Berlín, rastreaban los sitios arqueológico de donde excavaron el altar de Zeus y lo transportaron a Europa cuando ya quedaban solamente huellas de Artemisa-Cibeles-Diana-Sekhmet-María, la portadora de luz y oscuridad. Señales de los cristianos Pablo, Juan y María, trazados de bibliotecas, la historia sagrada intercambiable frente a la isla de Lesbos. Un teatro inclinado de más de 69 empinados escalones, pasadizos, laberintos, piscinas, terraplenes repletos de ruinas de columnas truncadas. Había una ciudad enterrada aún sin explorar en la parte baja, con una Acrópolis en lo alto y frente a ella el terreno con las bases del santuario griego. En Turquía estaban viendo cómo la vida de unos se alzaba con los despojos de la vida de otros y se reinventaba. Había columnas del culto de Artemisa mezcladas a todos los credos que eran sustituidos con el tiempo de otros hombres. A Dánae Be y a su familia el tiempo los estaba borrando de Caracas. En el emplazamiento inicial del templo de Artemisa documentado, solamente queda una columna y, a lo lejos, cipreses.

Veinte años después del nacimiento de Dánae Be, la ciudad está más viva e iluminada que nunca pero algunas venezolanas son capturadas como en un cuento de terror huyendo de jaurías de mujeres uniformadas que atormentan con torturas militares, en los lugares donde otras hicieron una casa en otros tiempos. En Éfeso, en Berlín, las sombras guerreras de los comandantes y de pirómanos suicidas enamorados del que manda, en los museos, en los mapas donde se asientan los momentos de calma donde Dánae está a salvo y lleva su lluvia de oro por donde pasa haciendo el suelo donde pisa. Cada quien se ocupa del presente. La tarea de Dánae Be es continuar dorada avanzando. Los escarabajos chinos atacan los álamos del parque, alguien se ocupa. La venta de armas garantiza la cacería humana, pero Dánae Be corre como el agua de la misericordia.

Para mi vecina dominicana quedó lejos el tiempo del desprecio de una comunidad que no la dejó estudiar porque era niña, la tortura porque era independiente, la dura cuota de huida por un trozo de pueblo donde poner algún día los pájaros que le hicieron compañía cuando los hombres y los hijos también se marcharon.


Photo Credits: Dinapiera Di Donato, «Vuela por tu vida Danae Be»

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