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Patricia Arenas

Volver

Cuando comencé este viaje los destinos no estaban claros, y siguen sin estarlo; podía doblar la próxima esquina y cambiar mi dirección y objetivos con tanta facilidad que la ansiedad se acumulaba al igual que mi creatividad. Es un mundo de posibilidades donde resulta que, a veces, lo que más añoras es un camino trazado que te indique dónde dar el próximo paso, ese paso que te acerca a lo que quieres ser, pero el problema es que aún no lo sabes. Te atacan las preguntas, y como turista en una metrópolis te acecha la idea de estar caminando en sentido contrario; cuantas veces he caminado perdida y en sentidos diametralmente opuestos a mis objetivos. Aunque lo admito, todos esos pasos no resultaron en vano, algunos me llevaron frente a majestuosos templos, otros simplemente a esas casualidades oportunas, un buen almuerzo o el cruce con un desconocido que se convirtió en amigo. Cuántas veces voy a escuchar que la vida es un viaje; resonando como un eco en mi cabeza, lo sé, es un viaje, uno de esos maravillosos que vienen cargados de todo lo anteriormente mencionado, pero por momentos mis piernas se cansan y el peso de arribar pronto a casa se hace más fuerte. Extraño mi taza de café y no la de los demás, o, peor aun, la de plástico impersonal y liviana que te invita al take away porque los minutos son valiosos y no tienes ese tiempo.

Pero la verdad sea dicha que mirar la vida como de un viaje se tratara puede resultar totalmente provechoso, aprendes a concentrarte en los detalles, a abrir tus ojos aun más; tu mente se expande potencialmente ante las diferencias y no te resultan intimidantes las brechas culturales, poco a poco te alejas de las críticas sociales quizás por el hecho de que ahora sabes cómo en cuestión de segundos todo puede cambiar, un tren, una sonrisa, un gesto y así de simple tu día puede ser opuesto al anterior, y lo comparas con esa realidad que ya no es tan real, con ese hogar que cuando vuelves, esta ahí, con los mismos metros cuadrados, para otro tú.

Viajar es un deporte de riesgo, el riesgo de perder tu corazón, abrir tu mente y hasta perder la vida en un mundo que a veces no es apto para los viajeros. Hoy me resulta extremadamente triste pensar en esas historias que jamás llegarán a casa, viajeros que se quedan encerrados en sus viajes. Me rompe totalmente el corazón, porque la parte más maravillosa de viajar es volver, volver para compartir como se ven las estrellas desde otras tierras, compartir esos conocimientos ahora heredados del hablar con otros tan diferentes e iguales a ti. Llevar estos tesoros a casa para muchos se convirtió en un imposible.

Y es así como hoy sin más que decir me encuentro ante la puerta de uno de mis hogares, uno de esos sitios en este mundo en el que alguien me espera, porque al final eso es un hogar, no son las paredes que lo envuelven, es tener a alguien que te dé la bienvenida, que te extrañe. Quisiera volver a todos mis hogares, cambiar diametralmente mis ideas, renovar por completo mis pensamientos y descubrir nuevas tierras, pero sobre todo quiero tener la certeza de poder siempre volver.

Dedicado a todas esos viajeros que no regresaron a casa.

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