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Virgen, mas no austera

Como suele ser, una larga fila de carros anima el Distribuidor Altamira a finales de la mañana. (Podría ser peor: esta fila al menos avanza, aunque sea a ritmo de segundero.) Justo remontándose en el distribuidor, dividiéndose la Francisco Fajardo en la susodicha cola y otra aun más reprochable, se divisa claramente un camión de carga, desprovisto de conductor y aparente dueño, con un cartel relativamente grande que, mostrando una figura de la Virgen de Coromoto, expresa el mensaje: “Hijos míos, sepan que soy la Dueña y Reina de Venezuela.» Hasta el momento, no he percibido perturbación alguna de ningún conductor que fuese a pasar por el distribuidor; tampoco una seña de aprobación o halago. Es como si el cartel fuese un adorno cualquiera, una parte extrañamente artificial del paisaje metropolitano.

Recuerdo que, combatiendo la obsesión religiosa profesada por muchos en un colegio del Opus Dei (perdonen la redundancia, por favor), uno de los argumentos esbozados contra mi falta de fe era que “no podía ser tan arrogante como para pensar que Dios no existe.” Y, si bien hoy en día mis creencias religiosas han cambiado algo (de ser un ferviente ateo anti-clerical he pasado a ser un tipo agnóstico de pocos intereses espirituales, júzguenme como quieran), esas palabra siempre calaron en mi mente como una contradicción abiertísima. ¿No es más arrogante, después de todo, pensar que tu dios es el correcto? ¿No es más arrogante afirmar, sin prueba concreta, que tu vivirás felizmente en una utopía post-mortem, mientras que nosotros, paganos, pereceremos por toda la eternidad?

Tal vez es porque el mensaje ofrecido (¿o debería decir impuesto?) por la Virgen en aquel retrato me ha traído recuerdos algo ingratos de la infancia, pero no puedo evitar inquietarme cada vez que paso cerca en la comodidad de una buseta. O tal vez estoy siendo injusto y me lo estoy tomando de una forma muy personal. Después de todo, ¿cómo negar la religiosidad efluente del venezolano común?

Es exageradamente alto el número de iglesias calificadas como hitos de Caracas, por apenas mencionar la capital del país. Incluso, uno de los rasgos que tanto las clases altas como bajas jamás negarían que comparten es su espiritualidad; o, siendo minimalistas, su creencia en un Dios más o menos parecido. (Ya eso de ser protestantes, católicos o santeros es lujo.) Da lástima, sin embargo, lo flexibles que parecen ser estos creyentes con los preceptos sagrados que tienen en común: la Biblia. Cuentos de adulterios y corrupción recorren los aires de ciudad sin escrúpulo de clase o hábitat, atentando claramente contra las tablas del pobre Moisés. Ni hablar de la afición por la violencia yaciente en las inmensas barriadas del país, manifestadas en tiroteos que hacen trizas de los techos de cartón que dan sombra a los menos privilegiados; afición tal que bandadas de maleantes que la ostentan, han enaltecido una figura conocida como “el malandro Ismael” hasta dignarle oraciones y encomendarle crímenes, nunca perdiendo de vista al siempre presente Chuíto.

La última vez que pasé frente al cartel, le pregunte al hombre que tenía al lado en el bus qué opinaba del cuadro. La conversación terminó transcurriendo así:

–No sé, es un cuadro lindo de la Virgen, tampoco le presto mucha atención –dijo mi compañero de puesto.

–¿Y no le parece que es una falta de respeto con las clases minoritarias del país?, ¿no le parece algo fuerte eso de adueñarse y reinar Venezuela?

–¿Y por qué, si la Virgen es madre de Jesucristo?, si hay un hombre que deseaba bien pa’l mundo, ese era Jesús.

–Pero no todo el mundo siente que Jesús es quien salvó al mundo del pecado; no todo el mundo cree en Jesús, pues.

–Eso no importa, vale. ¿Por qué quejarse si eso solo le desea el bien a la gente?

-¿Y dónde ahí dice que desea el bien?

-Ay, vale, si no le gusta, no lo mire. Nadie lo esta obligando –y en eso quedó la disputa, pues el personaje parecía desear algo de privacidad mientras insistía en mis preguntas (qué irónico, ¿no?).

No creo que valga la pena profundizar esta pequeña introspección de la idiosincrasia venezolana. Un cartel como este, que expresa tanto y causa tan poca mella, es más redundante de lo que aparenta. Así como lo religioso es ampliamente profesado y superficialmente digerido, la queridísima Virgen de Coromoto plasma sus palabras sin vergüenza. Cosa lamentable en esta nación que se asume como democrática, donde la tolerancia debería ser una virtud esencial. Pareciese, en fin, que así como no existe una verdadera consistencia entre lo dicho y lo hecho por sus habitantes, la libertad de pensamiento se traduce en silencios obviados y, para ser sincero, algo incómodos.

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