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Fragmentos del viaje, “Sea and Sardinia”

SARDINIA: Aquí estoy, al fin, después de un año de espera.

Un año larguísimo y corto a la vez; un año de conquistas valiosas y expectativas logradas, de proyectos y sueños, entremezclados como las emociones que me embargan, ahora, numerosas.

Estoy aquí, en mi suspirado «buen retiro«, en esta isla hermosa y salvaje, tierra de Cíclopes y Lestrígones

Frente a mi descansa Capo Caccia, inmensa y quieta tortuga recostada sobre el azul insolente del mar, en medio de la más enceguecedora de las luces y del más nítido horizonte. Respiro esta mezcla inconfundible de aromas mediterráneos… mirto, romero, elicriso y euforbia perfuman intensamente el aire y llenan mis pulmones cansados. El jet lag, el físico al menos, se ha desvanecido del todo después de ocho horas de sueño profundo y reparador en la única cama que reconozco tal, la misma de mi niñez perdida… Me  queda, sin embargo, el jet lag del alma que vaga aun, inquieta, entre reminiscencias infantiles y el presente incierto, lleno de interrogantes.

La belleza de la naturaleza me aturde; el azul del mar es indescriptible, así como la brutalidad de las rocas que lo revientan con furia, sólidas y graníticas, ásperas y cortantes como mis nostalgias…

Percibo un tiempo distinto, un vivir la vida lento y sosegado que me regala una pereza lánguida y muelle, una dulzura que se expande en la sangre como un largo bostezo. Es como si aquí, mágicamente, todo se desplazara en cámara lenta y las horas y los minutos y hasta los instantes se dilataran  al infinito.

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Estoy en medio de la nada.

Siempre me sorprende la mínima densidad habitacional de esta mi isla de las historias… Kilómetros y kilómetros de silenciosa y solitaria quietud. Infinitas amplitudes amarillas y secas bajo un sol abrasador; se levantan, majestuosas y ordenadas, unas hileras de turbinas de viento, como inmensos gigantes con la cabeza revuelta… Se me ocurre, y no es la primera vez, que este panorama me recuerda muchísimo la desolación ardiente de Castilla- La Mancha y escudriño el horizonte lejano, deseando ver asomarse en algún momento las siluetas de un esmirriado y delirante Quijote junto a su infaltable Sancho…

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Pasan los días y se me estratifica encima, capa sobre capa, un espesor grueso de paz, una plenitud lujuriosa y entiendo que aquí, entre el ardor del verano, la briza salvadora del viento de Mistral y los tiempos diluidos y humanísimos, se desliza, posible, una suerte de slow life que ya es realidad y no sólo improbable utopía, aunque salpicada de un impalpable malestar…

Interrumpo mi ocio divino, roto solo por magníficos intermedios con pescado fresquísimo y vino generoso (ciertos aromas revuelven y agudizan el sentido de pertenencia…) para leer autores isleños, una explosión de talentos locales que llena las librerías de este hermoso rincón marino, un fenómeno literario considerable, así como insospechado en su sorprendente abundancia. Pero, ya se sabe, la palabra y la escritura nacen de una apremiante carencia, de una distancia insanable, de una dolorosa ausencia.

Esta es la isla de los cuentos…

Me gusta pensar en estas costas soberbias y en estas aguas transparentes como en una armoniosa y reconfortante continuidad… mas sé que no es así y estas raíces mías hondas, enrolladas y rebeldes son mi bendición y mi condena a la vez.

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El zumbido del aire acondicionado acompaña mi despertar algo lento. El cielo es de un azul intenso, como todos los días, y por la ventana se cuela una luz descarada. Se anuncia otro día caluroso en este verano implacable. Oigo el ruido de un pájaro no identificado; me recuerda otro, nocturno y obsesivo, pero en Caracas. Es sábado y la ciudad sale lentamente de su sueño prolongado y sigue flojeando, igual que yo, somnolienta y torpe. Preparo mi café a la nocciola y lo bebo despacio, disfrutando la soledad y la lectura con la certeza sabrosa de tener toda la magia del tiempo y del silencio sólo para mí.

No hay apuros, ni horarios, ni obligaciones. Sólo un saborear complacida la vida que se escurre sin prisa…

Pienso en el festival literario de anoche, intercambio de vidas y versos bajo un cielo estrellado y una humedad pegajosa. Me resuenan adentro las voces masculinas, gruesas, excesivas, recargadas y el olor imposible (estábamos en los espacios del mercado cívico…) de las sardinas asadas. Hallo una rudeza exagerada en los sonidos, una brusquedad innecesaria en los tonos que siempre me desagrada, una ausencia irrespetuosa como una bofetada.

Mi corazón, sin embargo, pide a gritos dulzura de caricias, entonaciones suaves, un murmullar despacio bajo miradas tiernas… Me roza una atávica asperidad, una rigidez pertinaz y malhumorada, algo como el producto amargo de un eterno e insaciable ayuno de amor…

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Hoy domingo playero. Alghero me recibe bajo un cielo inmaculado y la briza del mar es una caricia fresca en el rostro. El olor salobre despierta memorias contundentes de infancia lejana, de veranos soleados, de aguas heladas y tórridas siestas. No, no huele así el Caribe prestado ni me devuelve, tampoco, sugestiones dolorosas de tiempos pasados.

Partimos hacia Porto Conte, hermosa bahía de aguas estáticas donde blancos veleros ondeantes son como lunares cándidos sobre el azul profundo del mar. En el carro, el acostumbrado cotorreo de amigas/hermanas, comentarios incrédulos sobre la hermosura del paisaje, recuerdos repentinos como relámpagos, nombres y rostros que afloran del pasado, evergreen de la memoria…

La vegetación es preciosa; oleandros y eucaliptos bordean, perfumándolo, un camino de por si espectacular. Dios se esmeró por estos lados, no hay dudas. Nos acercamos a nuestra meta y el corazón se me acelera, saboreando este ritual mágico de todos los años. Llegamos. Me bajo del carro y me encaramo despacio  por un trecho cortito y pedregoso a orillas de la carretera.

Allí está.

Es la Foradada. Majestuosa y solitaria roca en medio del mar. Segura y confiable me espera fiel, como todos los años. Respiro, y mis pulmones se hinchan de un aire denso de felicidad pura y orgulloso estupor.


Photo Credits: Tristan Ferne

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