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daniel campos
Photo by: Иван Вохмин ©

Viajar a Islas Murciélago

Veintipico aventureros salimos juntos de quijotada. Nos reunimos a las 5:30 a.m. en un parque de San José y viajamos seis horas en buseta hasta Cuajiniquil, Guanacaste, un pueblito de pescadores engarzado entre el Refugio de Vida Silvestre Bahía Junquillal al norte y el Parque Nacional Santa Rosa al sur.

Allí embarcamos en una lancha de pesca y navegamos a través del Golfo de Santa Elena, bordeando la península, hasta llegar a Bahía Murciélago. Las aguas turquesa y esmeralda del Pacífico nos daban su bienvenida con un vaivén gentil.

Desembarcamos en Isla San José, la mayor del archipiélago de Islas Murciélago, donde armamos nuestro campamento. Cuando observé la playa y el canal de aguas océanicas que nos separaba de la Isla Cocinero, percibí que compartiríamos días y noches plenas de vitalidad y pasión. Éramos gente amante de playa y montaña; cielo, tierra, aire y mar; Sol, Luna y estrellas.

Nuestros aparatos electrónicos no recibían señal de nada. Yo ni siquiera llevaba música para escuchar, apenas una antología de Kahlil Gibrán, los Salmos del poeta David, un cuaderno para escribir, mis sentidos para percibir y mi corazón.

Quería sentir agua, arena y sal en el cuerpo; el Sol en el alma; la Luna en la mente; y el amor latiendo en mi corazón y pulsando por mis venas.

En las islas, sus cerros, su mar y sus canales, deseaba nadar, caminar, bucear, abrazar, conversar, observar, escuchar, sentir, gozar, amar y ser feliz.

Di gracias porque llegaba al archipiélago con el cuerpo sano, el alma en paz, el corazón apasionado y acompañado de amigues. Nos acogía Natura Naturans en su ser y fluir.


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