Somos una revista independiente que sobrevive gracias a tu apoyo. ¿Quieres ser parte de este proyecto? ¡Bríndanos un café al mes!
Fabián Soberón

Ver a través de los ojos de Fabián Soberón

La reconocida pintora Anita Pantin nos contó en una entrevista, que una profesora de dibujo, siendo ella todavía una adolescente, le dijo: “No voy a enseñarte a dibujar, voy a enseñarte a ver”.

Aprender a ver. Son las palabras que debería repetirse cualquier artista, pero, sobre todo, cualquier escritor. La capacidad de ver más allá de lo obvio, de ver con todos los sentidos, es lo que hace la diferencia entre una escritura mediocre y otra excelente.

Fabián Soberón tiene ese don. Lo despliega en cada escrito y es lo que admiramos semana tras semanas en las crónicas que envía a nuestra redacción.

Sin embargo, cuando tenemos la posibilidad de leer una colección de esos cuentos/crónicas, como en su último libro Edgard H. Borg, (Editorial La Papa 2022), su capacidad de absorber, vivir, memorizar y contar se vuelve tan envolvente que nos atrapa desde la primera hasta la última página.

En el libro Edgard H. Borg, Soberón navega entre realidad y ficción, si bien, como justamente dice en su introducción: Mi escritura busca impugnar la ficción; mi vocación es hacerla pasar por no ficción. Me atrae la idea de la máscara detrás de la máscara… En estos cuentos todo está contaminado. Lo real es ficcional y lo ficcional es real. Como si fuera el eco de un Hegel delirante o lunático, la ficción aspira a la condición de real y la crónica desea convertirse en novela. Lo único que no me interesa es la verdad. La verdad lo pudre todo.

Fabián Soberón es un intelectual refinado y profundo. Lejos de dar muestras de la soberbia propia de quien despliega un conocimiento enciclopédico pero vacío, es un ser humano que mastica la cultura, la hace suya y la distribuye con humildad y generosidad. Lo hace en sus clases, en sus escritos, en sus cursos, y en las conversaciones con los amigos.

Gracias a esa calidad humana es capaz de ver y describir con una sensibilidad que llega al alma y también con un toque de ironía que evita caer en dramatismos.

Maneja las palabras con destreza, juega con ellas hasta transformarlas en música o pintura. En este último libro Edgard H. Borg nos atrapan las descripciones de los ambientes que nos permiten sentir, vivir, la atmósfera de los lugares de los cuales habla. La sensación que nos queda es de haber estado allí. Unos ejemplos: “Nos metemos en un barcito perdido, a unos pasos del mar. Confieso que el ruido opaco del agua infinita me conmueve y me apacigua. Como vivo entre montañas, el mar es una ausencia fascinante que extraño siempre”.

O también: “Había oscurecido. La espuma de las olas se estremecía en las rocas por enésima vez. Miró hacia el mar y tembló. Un vacío oscuro había sustituido el grácil celeste del agua durante la tarde”.

La amarga realidad de la pobreza exhala desde sus líneas: “Unas casas bajas y un perro delgado salen al paso. Recorren cuatro cuadras y sienten el envoltorio del desamparo… Creo, mientras la escucho, que cualquier geografía del mal es indescifrable y que nadie conoce los laberintos infinitos de la pobreza en el país”.

Con igual maestría describe a sus personajes, desnuda sus personalidades y pensamientos más profundos casi con desfachatez, movido por la necesidad de contar, en detalle, su realidad inventada. Cuando habla de Edgarg H. Borg, dice: “A Edgardo no le interesan las explicaciones sobre la vida de Brenda. Sólo quiere contar. Contar lo libera, de alguna forma… Él supone que yo puedo escribir un cuento con esta historia y por eso narra con detalles y usando una voz engolada, como si el sonido interfiriera en la construcción del sentido. Es una historia de amor, un amor que empieza suave… Edgardo me dijo una noche, después de haber ingerido unas copitas en la terminal de Mar del 91 Plata, que la vida es un cuento contado por otro en el que nosotros no decidimos el sentido. Entramos al cuento, hacemos cosas, sufrimos y el cuento se termina. Somos arrastrados por el peso del narrador”.

Tras leer las descripciones de Soberón, sus reflexiones y diálogos, nos parece conocer cada vez más a Edgardo Berg hasta sentir que dejó de ser el personaje de unos cuentos, para transformarse en un amigo. Podríamos encontrarlo y seguir la conversación empezada a través de las páginas del libro, con la fluidez de quien se ha dejado hace pocos momentos.

Mucho me sorprendió encontrar entre los cuentos de Soberón párrafos que hablan de otro colaborador de ViceVersa Magazine, Arturo Serna.

Sabemos que Serna, de quien admiramos la palabra aguda, el pensamiento afilado, su completa indiferencia hacia lo convencional, es una persona introvertida, celosa de su vida más allá de lo que emerge en sus escritos. Es evidente que debe tener en alta consideración a Fabián por permitirle insertar su nombre y sus vivencias en algunos de sus cuentos. Serna se delinea a través de los cuentos de Berg quien, al hablar del primer encuentro entre los dos escribe: “Hay muchas formas de conocer a un hombre, pero hay una que es indestructible porque la pasión une no por la frecuencia sino por el corazón. Con Edgardo Berg vivía esa curiosa experiencia que se siente ante personas con las que se ha vivido la infancia y se ha dejado de verlas en el resto de la vida y se las encuentra en una ciudad perdida solo por unos segundos. Así estaba Serna, en la ciudad del mar, en una tarde fresca de marzo, caminando con el profesor Edgardo H. Berg”.

A pesar de todo no sé hasta qué punto Serna aceptará esa “intrusión” en su vida, narrando aspectos que dejaba entrever apenas y a ratos en sus escritos, como su relación con los padres y su amor por Lucrecia.

La verdad es que, quien acepta entablar amistad con Fabián Soberón, debe saber que, antes o después, terminará en un cuento, un libro, una película.

Con su afabilidad y simpatía logra que los otros se abran, le cuenten sus historias, anécdotas de vida. Toma nota de todo en su libreta mental para luego enriquecer esa memoria con su creatividad y devolverla como regalo de un momento compartido.

Y, mostrando una vez más que en casa de gato se come ratón, el hijo Bruno realizó la misma mezcla entre realidad y creatividad para crear la carátula del libro. La imagen de dos manos que sostienen un lápiz es un homenaje a la obra de Escher que Bruno, tras tomar una foto de las manos de su padre, manipuló digitalmente.

A pesar de su joven edad Bruno muestra mucho talento. No sorprende. En su casa, gracias a su madre Denise León y a su padre, tanto él como su hermana Catalina se nutren de cultura y respiran creatividad.

Hey you,
¿nos brindas un café?