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Arturo Serna
Photo Credits: Kevin Dooley ©

Vanidad

Me hace bien alejarme del micromundo de los escritores, los filósofos y los artistas. Cada tanto me interno en las órbitas abiertas y sinuosas de los mozos de bares, los vendedores de la calle, los cirujas, las empleadas domésticas y los policías. Escucho sus conversaciones, discuto con ellos, me ocupo de sus vidas. Ellos me entregan un insospechado conjunto de observaciones sobre la vida.

Una vez le pregunté a una filósofa para qué sirve la filosofía. Me respondió que servía para la vida. Le dije, entonces, si alguien podía vivir sin filosofar. En contra de mi expectativa, me dijo que sí, que se podía vivir sin filosofía.

Los mozos solitarios de los bares, los homeless, las empleadas domésticas son, precisamente, ejemplo de aquellos individuos que no necesitan la filosofía académica para sobrellevar sus días. Viven sin universidad, sin doctorados inútiles. Y el aire que se respira en sus ambientes es menos vanidoso, está menos viciado por el orgullo y por el egocentrismo académico y artístico. Pero no soy ingenuo. Entiendo que en todos los ámbitos hay vanidades. Sin embargo, siento que entre las personas que no son artistas la vanidad se puede soportar mejor.

Tomen como proyecto internarse en ámbitos lejanos a sus actividades escolásticas. Tendrán en su cara la frescura del viento que viene del mar.


Photo Credits: Kevin Dooley ©

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