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Aladar Temeshy
viceversa mag

El vago y el territorio de Marcela

La dura experiencia de la vida nos ha demostrado que no es aconsejable confiar demasiado en la naturaleza humana en general.

José Saramago. El viaje del elefante.

 

¿Es que no aprende? Sí, esta fue la pregunta y el comentario cuando supieron que compró, compraron una fábrica de jabones. ¿Es que no aprende, ya se le olvidó su gran negocio lechero, la gran idea de  la pasteurización? En los tiempos de antes se vendía la leche a lomo del burro. Dos cucharones por un Real satisfacían la demanda. Era leche sin control de Sanidad. Todo el mundo sabía que había que hervirla, ya que todo el mundo, es todo el mundo. La idea de pasteurizar fue recibida como zarriosas albricias de la residencia gringa de los campos petroleros. Esto sí, pasteurizada, en botella de vidrio desinfectada por dos Reales, para llevar una forma civilizada de vida también en la ciudad del lago, controlada por la Sanidad. Algo confiable. Mas los inspectores de la ciencia de la bacteriología lograron siempre localizar un coccus aereus desconocido fuera del círculo lechero, en la leche o en la botella desinfectada. Aprendieron su ciencia de los de lomo de burro, de los hermanos o primos o por lo menos de los compadres. Fracaso total de la pasteurización. ¿Es que no se acuerda? Fabrica de jabones, ahora va a competir con los franceses. Y los socios, la catira engreída y el esposo de la doctora dueña de la fórmula del jabón que nadie quería. Comentarios de este orden.

Bien, la maquinaria era usada, pero funcionaba bajo la dirección de una farmaceuta de experiencia de aspirina a purgante. Pues fabricar jabón es cosa aprendida de siglos, por allí en la provincia perdida, las mujeres de la casa elaboraban sus pastillas. No tan bien formadas como las que venden en los almacenes. ¿pero qué? Sacar las cuentas de ida y al revés. Bien, la fábrica tenía un nombre registrado, la farmaceuta y unas empleadas conocían la maquinaria. Perfecto. Estudiaron el mercado capital y dividieron la ciudad en cuatro zonas, que ni  Andronicus hubiera podido hacerlo mejor: noreste, sureste, noroeste y suroeste. Cada sector un vendedor o vendedora principal, repartiendo muestras pequeñas bien perfumadas para conquistar la venta. Ya pasó un cuarto de año, ya cambiaron a los prometedores de la venta millonaria. No se sabe cómo vinieron de las islas del Caribe y, encargaron buenas cantidades y la distribuidora de las muñecas Bambi quería shampoo para sus juguetes. Sin problemas, agua y jabón es la formula.

Otra vez los comentarios, la impertinencia de la socia, convencida de que “sus” jabones de “savon perfumé” que no llegan a la altura de Avón, que llama a la puerta, compiten con los exclusivos de Clinique. Toda su familia y amigas se llenaron con estos jabones con o sin perfume, sin diferencia de color de la cajita. Así que todo marchaba más o menos, ya que la gente sin clasificación social usa jabón. El contorno de la socia, compradores de marca importada y las entendidas conservadoras de la piel que usan el jabón azul para lavar la ropa, compraron el producto saponificado de la amiga, antes de ponerse mal con ella. Cada una con el compromiso social y miedo de chismes.

La gente del círculo íntimo habla, comenta, critica y acusa a una, frente al otro y al revés. Es un hervidero donde todos son amigos de todas y enemigos naturales del patrono aunque este pretenda ser patrona. Igual. El gran momento nunca esperado llega siempre y causa todo lo imaginable.

Botaron a Marcela, la súper vendedora del territorio suroeste. Era una agresión inaudita que sobrepasaba el mero despido de Marcela. Esto era una causa mayor, que afectaba a todos y todas representantes – vendedores del imperio de jabón malo. No se trataba solamente de Marcela con familia en el suroeste, una lugareña de cabeza cortada ahora, sino de la sustitución de ella. Dígame, este catire narizón, familia del esposo de la señora con la formula o del lechero. ¡Claro que es del lechero! Dieron el territorio natural de Marcela a este joven. ¡Ya se verá!

El joven, Diego de nombre, hijo del amigo lechero como decían, tenía una cara sonriente. Hubiera podido ser cura de comulgantes, si no es por sus corbatas y esta facilidad con las mujeres. Según su propio padre es un vago. En el territorio de Marcela los ciudadanos no tenían preferencia por los productos que Marcela quería venderles y ella no los forzaba, ya que ella era de allá. El joven Diego tampoco se mataba por un jabón. El ojo de la gente, amigas o no de Marcela estaba encima de él. Sabían cuando llegaba con su  Ford repotenciado, con quien habló, a quien vendió o no con su sonrisa envolvente. Estaban investigándolo discretamente. La idea era impedir sus ventas para que lo botaran de la empresa y que Marcela recuperara su territorio. Forma de geopolítica. Ante la conspiración y la falta de empeño de Diego, aparentemente el plano funcionaba bien. ¿En qué forma se justificó él ante la empresa? Era asunto suyo. Aquí las dueñas de las droguerías lo escuchaban, sonreían, tocaban con el dedo índice su corbata  y le decían, bien, vamos a pensarlo amor. Vente al mes que viene.

Sabían que por las tardes se iba para la universidad, sin detalles mayores. Alguien dijo que cuando terminan las clases sale con una bonita. El resto ya no les interesaba, cosa extra territorial; la estrategia era sofocar sus ventas sin pena. La empresa mandó una supervisora para averiguar la falta de ventas. Los potenciales ex compradores de Marcela explicaron que son tiempos difíciles y que «este joven no entiende la situación», etc, y, haciendo referencia a Marcela, «esa sí, sabía la situación», pensaron: «Ahora sí, lo van a botar».

Diego y su bonita, Carmela de nombre, se enfrentaron con la aplicabilidad del pensamiento de Metta Spencer, bases fundamentales de la sociología en el ambiente  local. Los enfoques sobre calidad versus cantidad, y su aplicación en el mundo latino era una discusión sin fin. Carmela trabajaba en la biblioteca de la facultad y Diego no se jactaba de su posición de vendedor. Mencionaba que tenía un trabajo provisional y que estaba buscando una posición estable y concordante con los estudios sin saber que para establecerse en el campo de la sociología debía ubicarse en algún partido en la izquierda o más a la izquierda y dejar de usar corbatas italianas de seda color pastel. Cuello desabotonado y punto. A pesar de las críticas y recomendaciones él se sentía seguro y bien con Carmela a quien no iba a vender jabón alguno.

El desafío templado a los jabones de la empresa que cortó la cabeza de Marcela era más sólido que el muro de Berlín. Querían ahorcar a este sonriente vago con su propia corbata, reconociendo que la culpa no era de él sino de la empresa, pero que era él quien al final había aceptado el cargo. No lo queremos aquí. Un sentimiento sin razón, una solidificación sin medida y sin valor hasta que el señor González llegó con la noticia que estremeció a Marcela y sorprendió a su mundo. Vi a este vendedor andar por allí con Carmela.

Visto y comentado por González a Marcela, el cuento sobre el vendedor llamado Diego, un jabonero impuesto por el lechero o la socia esa, desató un estado turbulento familiar y social. ¿Cómo que andan juntos, cómo que la Marcela no sabe de esto? ¡Es su hija! ¿Son acaso novios? Con la sonrisa de este carajo la Carmela seguro que está preñada. Marcela es irresponsable. Están estudiando, esto es todo. La empresa usa cualquier forma de asegurar el mercado, cosas del lechero. Sí, son el lechero y la mujer esa, quienes están detrás de todo esto. Y este vago se presta para cualquier cosa. Insólito. Carmela perdió la cabeza. Bien, ¿son jóvenes y que? Marcela tiene que hablar con su hija seriamente. Mira lo que están estudiando, sociología. Este Diego es un comunista.

Esperaron la llegada de Carmela en casa de Marcela. Allá estaban quienes tenían que estar, el señor González, la tía, la vecina y la comadre. Al llegar Carmela, sorprendida por esta reunión encontrada, escuchó con calma el interrogatorio de su madre, quien pasó la palabra a González, el testigo más que incómodo, quien relató que la vio a ella muy acaramelada con ese vago, estudiando unos papeles en la cafetería de Sabana Grande. Sí, muy de confianza, bien pegados. González, el único hombre en esta inquisitoria, después que Carmela dejó claro que el vago no es vago sino Diego, compañero de estudios, con quien está trabajando sobre su tesis y con quien puede tomar café en Sabana Grande o donde le de la gana ya que además Diego es su novio. Dicen que cuando se hace un silencio repentino es que pasa un ángel. Ningún ángel, era González que enmudecido se alejó más que aturdido. Carmela so pretexto de cansancio se fue a su cuarto sin más.

La madre, la tía y la comadre quedaron sin palabras hasta que la vecina, la más íntima, resumió con sencillez: «estudian juntos, son novios y ¿qué? La Marcela protestó. ¿Novio de qué? Al novio se le presenta a la familia. Es un vago, hay que ver no es capaz de colocar un pedido. Allí se cortó, de repente se acordó de la estrategia de sofocar a este… al novio de su hija. La vecina antes de retirarse comentó algo sobre la belleza de los amores de  los jóvenes. Con ella salió la tía. La comadre, mujer sabia, experimentada, aseguró a Marcela que ahora las chicas no traen al novio para la casa, mira, a cada rato andan con otro. ¿Que para la casa mija? Van para el hotel.

La voz corrió. ¡Diego, el de las corbatas es el novio de la hija de Marcela! Las chicas en las droguerías dejaron de coquetear con él para compensar la falta de ventas. Cambio geopolítico, el mercado de jabón malo se abrió en el suroeste. Marcela sin palabras, sabe que es mejor quedar callada. La comadre la llevó en el momento oportuno para la droguería Lavanda donde Diego  estaba hablando con la dueña.

Marcela quería controlarse y hablaba entre dientes. Lo voy a poner en su sitio a este vago. Carmela puede decir que no es vago, para mi sí lo es. Ya iba a decir que Carmela es también una vaga, pero se corrigió, es una estúpida la pobre que se dejó manejar por este vago. ¡Si es un vago!

Las comadres son para aconsejar, así que «mira Marcela, vamos tranquilas, sin formar vainas. No lo vamos a abrazar. Hablaremos. A lo mejor Carmela ya adelantó algo. Ya veremos quién es el vago».

Allí estaba hablando con la dueña, sonriendo ella y él. La pelirroja de la Lavanda que ya estaba al tanto de la situación – noticias de novios y novias preñadas o por preñar corren con velocidad – lo presentó como amigo de la casa.

Enfrentamiento civil. Diego ya es un hecho cumplido hasta el próximo novio.

Hablaron, ya no era tan vago. Sí, su corbata color pastel le quedaba bien. Él le aseguró que iría a su casa cuando se aflojara la tensión de la empresa y del apretado semestre por terminar. Que está buscando trabajo y que eso también le quita tiempo. Tiene buena posibilidad en  el ministerio, medio tiempo hasta la graduación. Carmela se quedará con la facultad. Que su familia, bien, no su padre no tiene socia, no, nunca tuvo lechería, él es abogado. ¿Que quién es el lechero? Ni idea.

Se despidieron, ella puso su dedo índice sobre la corbata, así de confianza y le dijo, «bien te veré»

Los jabones, que ahora no tenían nada que ver con el lechero se vendían regular. ¿Y quiénes son el lechero y la socia? Que le pregunten a González.

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