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Arturo Serna
viceversa magazine

Vagabundo

Uno de mis maestros fue Joe Gould, el exótico vagabundo de Nueva York. El esmirriado Gould cruzaba las calles y exhibía su cuerpo semidesnudo en los restaurantes del Village y recitaba poemas grotescos. La gente lo odiaba o se burlaba. No había otra reacción posible. Pero el viejo Gould seguía su rutina de cínico, impasible. Lo único que le interesaba era un libro que escribía como maníaco: la Historia oral de la humanidad. Anotaba y guardaba los dichos, los chismes de los desgraciados y de los perdidos. Era un documentalista verbal.

Toda su vida dijo que su obra mayor era mejor que cualquier libro concebido por los hombres. Cuando murió, los amigos descubrieron que el libro no existía, que solo había sido una mascarada, una fiesta profana para mantenerlos atentos.

La lección de Gould es la necesidad del despojamiento de la privacidad. A Gould no le interesaba tener un hogar ni ser dueño de un edificio. Lo único que quería era vagar sin rumbo por las calles oscuras del Village para escribir su obra futura.

He descubierto de la mano de Gould el sentido de la ubicuidad: solo un vagabundo atrapa el centro desnudo de la ciudad. Solo alguien que no tiene casa puede adoptar como patio infinito la ciudad anónima. Un apátrida como Gould siente que su único hogar es la urbe, con sus rascacielos insignes, sus calles sin salida, sus patios muertos. Entre risas esperpénticas y miradas amargas, un vagabundo abraza a la ciudad. Allí encuentra el espejo de su corazón.


Photo Credits: Adg

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