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Gustavo Gomez Velez

¿Usted ya tiene quién me quiera?

Si usted tuviera quién me quisiese, no estaría ahí mirándome con esa cara de consolador estúpido esperando que me caiga una lágrima de los ojos. Sino más bien andaría por la calle con un aviso a la espalda, anunciando, buscando, ofreciendo a ver quién estaría dispuesto a quererme. Pero le noto esa expresión de sorprendido porque no tiene quién me quiera y eso le produce un efecto frustrante por no haber hecho los esfuerzos necesarios para conseguir a ese quién que pueda quererme. Debe pensar que no es su problema, pero no crea, hace tiempos nos conocemos y desde que no me quiere usted más, han pasado muchos inviernos; aquí adentro no pasan sino inviernos. A menos que se llene de coraje y vaya a buscar a ese alguien que pueda quererme más, mucho más de lo poco que me ha querido usted. Ya ve, se queda mirando a cualquier parte porque sabe que es difícil aceptar que de inútiles está repleto el mundo y muchos en cargos bastante importantes. ¿Importantes para quién? Vaya uno a saberlo.

Le estoy dando la última oportunidad de conseguir quién me quiera. Y no estamos tan viejos. Eso nos justificaría; una especie de enclenquismo cojeando hacia la tumba adonde se puede llegar gracias a un empujoncito salvador.

Cuando éramos formales, cual ciudadanos que andaban sin angustias cotidianas, muchos querían querernos. A usted por ejemplo, le buscaban el lado por todos los lados y a mí querían chuparme los huesos hasta el tuétano. Inclusive buscaban acomodarnos los hijos de las mejores familias.

Sandeces, dices, y te ríes bajito. Espero que esté imaginando cómo va a dar esta queja, este grito, esta vociferación de adentro. Porque esos que nos querían, ya no nos quieren más, se cansaron, se fueron a vivir a otros afectos, se emocionaron en otros tours sentimentales y no nos recuerdan más nada; para nada.

No sé cómo va a zafarse de este encargo que le estoy haciendo hoy, mientras cae esa brizna grisácea que empaña el cristal de mi ventana.  A propósito, tampoco has averiguado quién ha dejado la huella de sus labios en el cristal de mi ventana. Es un beso que no se borra y que no he borrado porque hace mucho tiempo que no veía un beso dirigido a mí; ¿si es a mí?

Ya sé que vas a decirme que los besos se dan, que las lenguas se juntan para hablar lenguajes milenarios, que los besos no suelen quedarse detenidos en el cristal de una ventana. Pero esos labios han sido puestos allí, quizás espontáneamente, y me he puesto a mirarlos y pertenecen a una boca carnosa, nada fina o delgada como la tuya. Y es probable que no sea sólo la huella de un beso, es una señal. Esos labios tienen infinitas palabras reunidas en sus pliegues. Cada día me levanto a observarlos para extraer de ellos sus mensajes recónditos hasta armar frases completas de lo que han querido decirme.

De nuevo pones esa cara idiota como diciéndote: este está loco, qué pereza. Y sí, a lo mejor, pero nadie regala un beso en el cristal de una ventana por la simple vanidad de ver cómo quedan los labios fuera de uno. Porque un beso es dejar los labios en otro. Este beso es de alguien que está buscándome para quererme y esa ha sido la manera de decirlo. El amor puede trasmitirse de formas sencillas y sin aspavientos. Las alharacas son más de las sesiones del congreso o de las partidas de fútbol.

Dígame de una vez por todas si me trae noticias porque estoy diciendo cosas que ya no digo. Mejor será que levante el vuelo y traiga el encargo que hace rato le he venido pidiendo. Recuerde que no hemos sido malos, no hemos matado a nadie y no nos han excomulgado gracias a que los curas no nos ven en años.

Te paras con ademán de irte, y me dejas otra lista sobre el escritorio, esas repetidas listas de mis posibles candidatos a querencias. Recuerda que las listas sirven para hacer el mercado, y ya no merco. Esta hambre vieja se cansó de esperar bocado. De manera que estaré aquí pendiente de que regreses con alguien real. Mientras tanto continuaré descifrando lo que dicen esos labios. Voy a medírmelos una y otra vez, los saborearé, y no oiré más noticias, no mandaré más correos, ni publicaré anuncios ni con pelos ni señales. Y quizás, si al mundo le da por escampar, le cerraré a usted la puerta y borraré para siempre esos labios del cristal de mi ventana.

Del libro Usted no tiene quién me quiera.

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