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fabian soberon
Photo by: nik gaffney ©

Una tarde

Tenía dieciséis años y vivía en un suburbio. Una tarde busqué una silla y la puse en el piso del garaje abandonado, lleno de pasto y hormigas. Me subí a la silla con cierta precaución. Toqué con una mano la gruesa viga del frente, apoyé la regla, tracé unas líneas finitas y dibujé unos números débiles. Eran los números de mi casa. Mi mamá compró pintura exterior y con un pincelito pasé el negro por el interior de los números dibujados.

Éramos cuatro en esa casa asistida por mi madre y el viento. Mi abuelo ya estaba enfermo y vivía metido en la pieza. Era una rara ausencia entre su silencio y el temblor. Mi mamá empujaba todo lo que podía. Mi hermano era chico y no advertía, supongo, el río melancólico que corría por el sótano inexistente de nuestras vidas.

Yo ya tenía el dolor metido en el cuerpo.

Éramos tan poca cosa, como una sustancia viscosa que se diluye en el polvo de la tierra.


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