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Photo by: mitcolab ©

Una tarde en un estudio de grabación

Es un día sábado, el primero del mes de febrero de 2020. Es un día muy frío para estar en el basement de un edificio de Astoria, uno de los miles de Queens, pero éste es especial porque más que un simple basement es un verdadero estudio de grabación. En sus vidas pasadas fue un taller artesanal (aún quedan vestigios de ello en sus muros). También fue una bodega de alguna lavandería y tal vez, antes de eso, un simple basement. Pero ahora es un estudio de grabación. Hay muchos instrumentos donde sobresale un teclado muy parecido al viejo Hammond que usaba Ray Manzarek de los Doors. Mis dedos tocan al azar algunas de sus pesadas teclas, pero está apagado. Al fondo del estudio hay una pantalla de casi treinta pulgadas conectada a un computador y cables que salen de un lado y otro; es una mesa de sonido. El sonidista se da vuelta: “Fernando”, se presenta casi con un susurro y vuelve a manipular las líneas digitales que se mueven siguiendo los acordes de una guitarra que está grabando en este momento. Fernando es peruano. El guitarrista, Roberto, es uruguayo. Quiero preguntar algo, pero Omar me recuerda que están grabando. La guitarra se detiene y Roberto sale de la caseta de grabación con cara de insatisfacción. Una más, dice Omar Vergara. ¿Una más? repite Fernando. ¿Lo hacemos de nuevo? pregunta Roberto a quien su instinto musical le dice que no ha salido bien; entonces sonríe y vuelve a entrar en su caja aislante para tocar su guitarra. Luego de terminar, los tres se paran frente a la pantalla que manipula Fernando, quien corta, pega, arrastra líneas, agrega las pistas de otros instrumentos y  ¡Paf!  “ah, eso está bueno, ahora si” dice Roberto después de escuchar la melodía completa, Omar lo abraza y dice ¡Ahora si!! Luego Fernando, se da vuelta y mira satisfecho, ¡¡Ahora si!! Dicen a coro y yo me contagio con la alegría y también grito ¡Ahora si!

Omar y Roberto llevan más de veinte años juntos. Fueron muy conocidos en la movida latinoamericana de New York con su banda “Los Chamanes” y doy fe de eso, porque yo siendo un recién llegado a la ciudad en el 2019, asistí a un festival de cine chileno en el Instituto Cervantes y una chica me mencionó que le gustaban los “Chamanes”. Ahora son “Tropipan”. Omar me dice que son un grupo de amigos y que gracias a la música se conocieron hace más de treinta años en New York tocando siempre música latinoamericana.

Mientras conversamos, llega Rodrigo. Un músico chileno de larga data, quien tocó en diferentes bares y clubes nocturnos del mítico Valparaíso antes de establecerse en New York. Entonces el ambiente del estudio de grabación se relaja. Risas, bromas, y más risas y la amistad se siente en el pequeño ambiente. También hay una cantante, María, que hoy no ha venido. Fernando pone una pista con su voz y yo trato de rastrear por su acento su país de origen en Latinoamérica. Pero nunca lo iba a encontrar porque María es alemana, una que tiene la voz cálida y sencilla de una mujer latinoamericana. Todos concuerdan que cantar junto a María es un “plus”, no solo porque es la única que tiene estudios en música, sino que por su calidad profesional y humana.

 

La música de Tropipan

Su música es una fusión, el resultado de la experiencia musical de cada uno, el sabor de sus diferentes países, tradiciones y esa interesante mezcla es el resultado que la música de Tropipan. Ellos se definen como un grupo de amigos unidos por la pasión por la música. Y juntarse es un éxito, es lo que opina Rodrigo, porque para él, la palabra éxito no es necesariamente vender música en forma masiva, sino juntarse, reírse y disfrutar juntos creando música latinoamericana. Es una experiencia jubilosa, concluye. Pero Roberto necesita tocar en vivo, porque siente que la música que han realizado es buena y además es una buena motivación para juntarse a ensayar. Nuestra música puede servir para una película, dice Roberto, o para un documental, agrega Omar. Fernando escucha en silencio y solo asiente, con una sonrisa amable.

Como la mayoría de los artistas de New York, ellos no se dedican el cien porciento a la música; Roberto es carpintero, Omar trabaja en un hospital junto a Fernando y Rodrigo es jubilado o “jubiloso” como dice muy alegre. De los tres, Rodrigo es el único que vivió de la música, tocando en diferentes bandas en Chile. Roberto también estuvo en España donde junto a un amigo cantó canciones de Sui Generis. Nosotros decíamos que las canciones eran nuestras, y gracias a ello, nos comenzaron a llevar a tocar a diferentes lugares de España, comenta entre risas. Para Fernando el no vivir de la música tiene sus ventajas, como por ejemplo que se ha podido ir comprando su equipo de grabación y eso le permite crear la música que le gusta, sin tener que estar pensando en los cánones comerciales para venderla.

Pero cuéntale la historia de Tropipan, le dice Omar a Roberto, quien luego de reírse, comienza:

“Esto sucedió hace más de veinte años. Yo vivía en México y en un diario leí que se necesitaba guitarrista. Tomé un tren por dos horas. Luego un bus que me llevó hasta unas montañas, y yo solo pensaba, ¡loco ojalá que sea bueno!, porque el viaje era demasiado largo. Llegué al lugar que era un garaje y la banda tenía un solo parlante. Yo les digo que toquen para conocerlos y el loco comienza a gritar. El ruido era insoportable. Cuando terminan yo le pregunto al loco ¿Qué tipo de música tocan? El loco me mira confundido y comienza a divagar…  y me dice que les gusta el rock, los corridos, el punk, y luego me dice: nosotros trocamos “tropipunk”. Luego el loco me dice que yo toque la guitarra. Entonces yo le respondí no loco, yo no toco “tropipunk” y me fui sin siquiera sacar mi guitarra.

Ya son casi las cuatro de la tarde y acordamos ir a almorzar a un restaurante colombiano que está cerca del estudio. En la calle hace mucho frío y el vaho sale muy intenso mientras conversamos. Enciendo un cigarro. Y junto a Omar y Fernando comenzamos muy apresurados la marcha hacia el restaurante; pero antes de llegar a la esquina, miro hacia el edificio y pienso que bajo él hay un estudio de grabación, un basement, pero este es diferente, porque en ese lugar en el cual se juntan verdaderos artistas para crear música latinoamericana.

Manhattan, Febrero 26 de 2021.


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