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roberto cambronro
Photo by: sovraskin ©

Una tarde en el Parque del Café

Lo primero que noto en este avispero comunal es que la proporción de humanos a perro está aventajada por estos últimos. Tal vez un 1:3 y en definitiva hay menos correas. Mientras doy una vuelta, como ocurre en cualquier parque, se van destacando ciertos personajes. Un hombre de barba cana acompañado por un galgo sin correa. Por la desconfianza que me da (a veces solo pasa con ciertas personas) evito pasar cerca. Me reprocha con la mirada la segunda vez que me salgo del sendero de concreto para no estar cerca de él ni su galgo.

Una familia está cerca del monumento en bronce al cronista Gonzalo Fernández y Oviedo. Observo como la madre parece estar absorta en la base, como preocupada por quien donó la estatua, las fechas biográficas del tipo (1478-1557) o quizás sea parte de esos movimientos postcoloniales. Pero me equivoco en todas mis hipótesis, lo que ve es al niño que da unos primeros pasos torpes en la escalera. Para cuando estoy dando mi última vuelta, ambos padres están soplando burbujas. Supongo que con los años los compuestos químicos han mejorado, porque de mi infancia recuerdo lo difícil que resultaba que se formaran bien. A ellos se les hace fácil, una ristra flota alrededor del bronce y algunas se salen de la hilera para flotar intactas entre las ramas.

Una pelea de perros de repente interrumpe esa humanización de las mascotas. Ya no tienen sus abrigos en miniatura, sus juguetes pedagógicos ni sus apodos ridículos. Todos se juntan a modo de jaurías a probar colmillo. Sin embargo, a cierto momento recuerdan que ya forman parte de la civilización y regresan con sus dueños a recibir el mismo regaño que se le daría a un niño. Bajan las orejas, pero no creo que se arrepientan de nada. El instinto es más fuerte que las reglas.

Una pareja de novios hace un picnic casi en el centro de la parcela. Supongo, si creemos en psicologías del espacio, que se saben vistos y envidiados. Son jóvenes y tienen esas bandejas de cheddar, brie, jamón serrano. Vino no, sería una exageración. De pie, se alisan la ropa para tomarse fotografías. Un niño en triciclo saluda a una anciana que está en el balcón de su departamento y le pregunta su nombre.

Hay algo nuevo en los senderos de concreto. Una viñeta de una bicicleta con un severo círculo rojo de prohibición. Alguien comenta, cuando lo estoy contemplando, que no lo hizo la municipalidad. Ya se alejó cuando me da curiosidad preguntarle quien pudo tomarse el tiempo de planear ese vandalismo civil y cuál caminante casual podía molestarse tanto por ciclistas también casuales en un parque.

Otro diminuto escándalo: un perro persiguió una ardilla cerca del área de juego infantiles y se subió al árbol. No se baja aunque su dueño lo reprenda. Los niños dejaron las hamacas, los toboganes y esos intricados juegos de perseguirse entre árboles para ver el espectáculo. Parece una idolatría canina. El perro en su altar, todos desde abajo, absortos, casi hincados esperando el sacrificio de la ardilla. Se baja con la vergüenza de un cazador infructuoso.

Desde algunos balcones (el parque está rodeado de edificios departamentales) se escucha música o el ajetreo de un almuerzo familiar. En una banca veo a tres personas afligidas, solo me llega un fragmento sobre un chantaje emocional, alguien no se había casado por culpa del otro y se lo reclamaba todos los días.

Es un lugar especialmente ventoso y tengo la teoría (de seguro incorrecta) que las torres generan un efecto de embudo y potencian las corrientes. Como ya está atardeciendo y enfriando, regreso a mi carro parqueado en la acera. Con la puerta entreabierta, veo una fila de hormigas zompopas con sus eternos fragmentos de hojas verdes tornándose aún más ígneas con los reflejos crepusculares. A los lejos, el hombre del galgo se acerca al mismo árbol donde se subió el otro perro. Empieza a palpar el tronco, como esperando que su pobre mascota repita lo que fue espontáneo. Se coloca en frente grabando con su celular y le sigue ordenando. No sube; el perro no necesita tanto la atención. Sí tenía razón en desconfiar de él. Hay ciertos tipos de personas.


Photo by: sovraskin ©

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Luis Enrique Pereira Brenes
Luis Enrique Pereira Brenes
2 years ago

¡Muy buenos días!

Este relato me trajo a la mente las tardes cuando salgo con mi marido y mis dos perros a recorrer los parques de Capital Federal. Siempre hablamos que son espacios donde se desarrollan varias realidades que confluyen todas juntas al unísono: por un lado están los dueños con sus perros y por otro hay gente tomando mate, otros en clase de baile, un grupo de niños y niñas recibiendo clase de pintura, otro cantando karaoke y otros en plena sesión de bronceado. Son paisajes tan variados.

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