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Una tarde en el borde de…

Tenía que subir por unos rieles. Liaba un cigarrillo en la boca y caminaba mirando el piso. Podía ver los esqueletos de sombra de los árboles sobre el camino. No alzaba la vista y botaba humo como un ferri a través del canal. Iba a encontrarme con ella, que llevaba varios días en la montaña. Yo llevaba una vida.

Cuando la vi tenía un hermoso poncho indígena de color rojo vivo y sostenía su cabello con una pañoleta. Al verme se le dibujó esa sonrisa divertida que suele tener cuando la tristeza no deambula por su cuerpo, lo que realmente no me importa, pues puedo soportar toda su melancolía, esa melancolía que se parece a la lluvia golpeando la ventana de mi cama, una mañana de domingo.

Ella es bella, más de la cuenta tal vez. Ha aprendido a ser demasiado bondadosa sin darse cuenta, yo me doy cuenta, pero no le digo, no lo merece, tiene que mirar por sí sola. A mí también se me dibujó una sonrisa al verla. Le entregué una botella de ron y sonreímos más. Era una casa junto a las nubes con un pequeño corredor que miraba hacia el oeste donde las colinas y los bosques se iban perdiendo en tonos azules, hasta desvanecerse en lo que eran los últimos suspiros de una tarde de enero.

En aquella casa habían más personas, algunos colgaban de árboles jugando como gatos con cuerdas, otros simplemente se sentaban en el corredor a mirar la huida del sol; ella y yo estábamos entre esos. Mirando a las colinas como ese naranja se iba convirtiendo en un espejismo. Bebimos ron y yo iba prendiendo y apagando cigarrillos a mi antojo. Siempre había algo de humo alrededor mío y un poco de colores verdes de su lado. En el fondo no necesitábamos hablar mucho, hablar no tenía el mismo sentido de siempre, no hacía falta, se estaba muy bien en silencio. Nos mirábamos y reíamos como si supiéramos que había dicho el otro, cosa a la que nos acostumbramos. Un absurdo incluso llegar a tal grado de diversión, los seres humanos no estábamos para eso, una intolerancia radical, despreciables hasta el grado más demente. Ella y yo desmentíamos la especie, se podía ir a una letrina de ideas con nuestra conexión.

El ron bajaba con mucha velocidad y la gente de la casa, a veces hacía una escala por la estación para escuchar nuestro silencio de risas. No juzgo a nadie por no entendernos, ni siquiera nosotros nos entendíamos, pero nos soportábamos ante tal ignorancia, y le hacíamos cosquillas.

El sol estaba demasiado inclinado y el naranja se fue haciendo rojo. El frío de la montaña no tenía nada que ver con la tarde. Ella saltó sin demasiada brusquedad y dijo: “No me aguanto más ese brillo en los ojos”. Entonces se cambió de lugar y dándole la espalda a la luz, quedó mirándome.

Su rostro se hizo silueta de tarde. Fue como ver una negrura contra el gran sol. El brillo no me permitía encontrarle los ojos, ni la boca, ni la nariz, solo sé que allí estaba ella, mucho más cómoda sin los ojos cerrados, entendiendo muy bien como estaba constituido mi rostro que es parecido a una mueca del vientre. Su rostro era una noche a plena luz del atardecer. Tal vez era el ron el que hablaba un poco, el que conversaba por los dos, que le decía a nuestros ojos cómo hablar.

No dejaba de buscarla en medio de la luz y entonces me armé un cigarrillo con tabaco negro. Me gusta el humo, mucho, el ron también, a ella por igual, y después de todo se sentía una melancolía extraña en medio de tantas sonrisas silenciosas. Nuestras alegrías son bastante modestas, no queremos llamar la atención con ellas. Yo sabía que no había nadie más en aquel lugar, aunque sí, pero no me importaba y ella seguía perdida en medio de la luz. La luz nunca estuvo de nuestro lado, siempre hemos sido hechos a la penumbra, siluetas en una calle con grietas, una acera con vidrios regados, humo por todas partes. Suficiente estar en silencio para reírnos.

¡Noche! Eso era lo que nos faltaba y la que nos gustaba, porque estábamos acostumbrados a ella. Entonces nuestros rostros se encontraron tranquilos, pálidos como dos estrellas. Aún nos quedaba algo más por callarnos.


Photo Credits: Walt Stoneburner

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