A Denise
Conozco una sola lectora. Antes de dormir, después del almuerzo, en el avión, en el tren, lee. Lee una novela de aventuras, sin prisa, sin un propósito moral, sin una búsqueda póstuma y solemne. Ella lee como una forma de evitar el tedio, para seguir el ritmo cardiaco del tiempo, como un divertimento inútil y feliz.
No como los otros lectores, los doctores del aburrimiento, los profetas, los teóricos insípidos de la doctrina, que leen por deber o para mostrar un saber ubérrimo. Esos doctores abundan y aburren. Ella lee como si fuera una actividad visceral, lee porque el mundo no importa y la lectura es lo mejor de la existencia.
Conozco una sola lectora. Y cada vez que la veo atrapada por «ese» libro, siento que el otro puede ser honesto.
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