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Lara Solórzano
Photo Credits: Ben Seidelman ©

Una mañana clara en San Pedro de Montes de Oca antes del Boom de las Construcciones

Como de costumbre me levanto respirando con dificultad; sintiendo las primeras horas de la mañana como la hora del naufragio. Hora dramática, recuento que sólo amantes y allegados pueden confirmar. Hora trágica, en que tengo la fortuna de salvarme gracias al inhalador que amanece pegado a mi mano.

Abro las cortinas para permitir que el verde del pequeño bosque de enfrente ilumine mi sala.

Se escuchan la oropéndola de montezuma, el pechoamarillo, el colibrí libando la flor de la verbena jamaiquina; y un poco más para allá el bobo o soledad que me mira de reojo desde el platanar.

Me siento en la roja con una taza de café caliente y abro las Memorias de Adriano en la página 89. El libro se apoya en mis rodillas y el café entre mis pechos proveyendo de calor a mis helados bronquios que no se deciden entre continuar o sucumbir. Veo mi reflejo en el vidrio del hermoso vidor que cuelga de mi pared, y noto como se me hunde profundo el espacio entre las clavículas, pero sonrío.

Se escuchan las viuditas, el cuyeo insomne, las tortolitas y ardillas. Abrió la orquídea y la carolina rebosa en fruta y el manzano hace con sus flores una alfombra púrpura que separa los apartamentos del bosque. Repaso las páginas y subrayo con el lápiz una imagen que me atañe: … tout tournait autour de moi dans cette salle où les têtes d’aurochs des trophées barbares semblaient me rire au nez…

La taza ahora está vacía así que chorreo más café. El apartamento huele a café y a bosque, y mis bronquios tienen un episodio de tranquilidad. Sonrío. Afuera, la brisa mece la hamaca que cuelga entre el frondoso limón dulce y la palmera y del 4 sale la bailarina a ejercitarse bajo las deliciosas sombras que ofrece el dosel; combina ballet y yoga. De repente comienza a ladrar su blanco y enano perrito, me asomo despacio y veo que la bailarina, la del cuatro, otra vez se convirtió en manaquín de cola larga y vuela por los alrededores de este pequeño bosque que tenemos la dicha de compartir.

Se empieza escuchar la voz del corno inglés impregnando la mañana con un adagio de Albinoni, es mi amigo, el del 12. En seguida las risas de su hijo corriendo con una espada de madera detrás del gato blanco de la del 5, y éste que se esconde entre los ramajes de indómitos cafetos y sábilas.

La bailarina baja del higuerón convertida en ella de nuevo y el perrito se tranquiliza. Un rayo hiere de muerte al manzano. Comienza a llover. Cierro el libro empezando el capítulo sæculum aureum y me dispongo a narrar estas cosas, el cuaderno apoyado en mi pecho y el café sosteniéndolo con las rodillas.

2012.


Photo Credits: Ben Seidelman ©

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