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Daniel Campos
Photo Credits: chispita_666 ©

Una caminata por el Jardín Botánico de Río

Es una tarde gris, fresca, de garúa, ideal para una caminata serena, lúdica y libre por el Jardín Botánico de Río de Janeiro. Conforme me interno en sus vericuetos, queda atrás el escándalo del tránsito en la calle y se escuchan los sonidos del bosque tropical que crece en los cerros atrás del jardín: agua cayendo en cascadas, chicharras chillando, pererecas (ranitas) croando, aves melancólicas cantando. Paz.

Atravieso transversalmente el jardín y me dirijo directamente al orquidário. Me llama la atención una flor de pétalos y sépalos color papaya y labio morado por lo inusual de sus colores. Hay muchas orquídeas perfectas, de inmaculados pétalos lila, blanco, púrpura y demás. Pero me doy cuenta de que las orquídeas que más me atraen son raras y pecosas, como las que florecen un par de veces por año allá en mi jardín en San José. Aquí me encuentro una de pétalos y labio blancos con pecas que parecen flores moradas estampadas en seda blanca. Otra tiene pétalos glaucos pero su labio es blanco con pequitas como rayas moradas. Memorizo su aspecto para no olvidarlas entre tantas otras especies.

Fuera del vivero de orquídeas me dedico a vagar sin rumbo. No quiero leer el mapa. El azar me lleva hasta un paubrasil. Su tronco exfoliante bota las capas superficiales de la corteza, como un cas o un guayabo, pero es de color arcilla. La copa está tupida de hojas de un verde oscurísimo, como el interior de la selva al atardecer. Dicen que su flor amarilla es muy aromática. La especie abundaba en los litorales fluminense, bahiano y pernambucano cuando llegaron los portugueses. Pero su madera era preciosa y valiosa para construir desde barcos hasta violines y para teñir y pintar. Lo cortaron tanto al pobre paubrasil que está casi extinto.

Ambulando más entre ipês, mangueiras y paseos de altísimas palmeiras imperiais alineadas, me encuentro una samaúma amazônica (ceiba tropical). Es maciza, robusta y ha crecido unos treinta metros, calculo. Una plaquita dedica esta ceiba como homenaje a la memoria del compositor Tom Jobim. ¡Salud maestro!

Continuando mi deambular vagabundo, en una esquina un poco escondida y menos transitada del jardín, me encuentro otra ceiba aún más robusta y gigante. Sus gambas son tan grandes que invaden el sendero. No tiene placa dedicatoria. Me gustan las ceibas anónimas así como las orquídeas pecosas y raras. Me recuerdan a la gente que prefiero.

En mi corazón le dedico esta samaúma anónima a algún antiguo sambista desconocido y olvidado cuyo espíritu, sin embargo, pasea por entre las rodas de samba de su barrio. Y le regalo una orquídea pecosa a alguna poetisa carioca cuyos inéditos poemas de amor nunca fueron leídos por el hombre que amaba y quedaron guardados, en una cajita de madera labrada, entre sus recuerdos de juventud.


Photo Credits: chispita_666 ©

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