Ha sido bailando con gente querida como me he sentido más feliz en Brooklyn. Y en el último par de años, Yotoco ha sido el grupo que más ha alimentado esa felicidad con sus alegres ritmos colombianos y puertorriqueños.
Entonces salgo de casa en busca de su alegría una noche de sábado. Desde mi barrio, Windsor Terrace, atravieso Prospect Park hasta el barrio en el lado opuesto del parque, Lefferts Gardens, y llego a la nueva casa de música, The Owl Music Parlor, para escuchar a mi banda latino-brooklyniana favorita.
Al llegar al Owl me encuentro en la barra con Sebastián, el paisa acordionista y cantor, y Gabo, el conguero boricua. Los saludo y conversamos un toquecito. Sebastián anda un toque cansado por su trabajo como ingeniero. Gabo está engripado pero dispuesto a tocar. Cerquita andan también Natalia, la cantante caleña, Evan, el floridiano baterista, y Gio el cuatrero puertorriqueño e integrante más reciente de la banda. Por la vuelta, reconozco más compas y amigas.
Recuerdo la noche en que conocí a Yotoco. A las 9:25 p.m. estaba lavando los platos y trastos de cocina después de cenar y pensaba: «Es lunes. ¿Voy o no voy a bailar?» Restregaba con la esponja la grasa del sartén. “Ah, ni lo piense, vaya que después nadie le quita lo baila’o”. Solito me convencí. Me fui a bailar con Yotoco en Barbès y me la pasé purísima vida. Me moví a ritmo de cumbia, plena, bomba, bolero y las fusiones propias del grupo.
Cerca del final del concierto, la letra de una cumbia, «Indocumentado», en el timbre cálido de Sebastián, me llegó profundo:
Yo soy indocumentado
y no puedo ir a estudiar.
Aunque sepa más que nadie
no entro a la universidad.
Tengo que comer callado.
Cuando acabó el concierto fui a conversar con Natalia y Sebastián, los cantantes. Resultaron muy simpáticos. A Sebastián le dije que me gustaría citar algunos versos de la letra de “Indocumentado” en mi libro, Loving Immigrants in America, y que si podía escribirle para explicarle y pedirle permiso por los derechos de autor. Le gustó la idea.
Unos días después tomamos un café juntos y conversamos más. Así comenzó nuestra amistad. Formamos un dúo irónico: un filósofo enamorado de la música y un músico enamorado de la filosofía. Él piensa que la filosofía es el llamado más noble del ser humano. Yo en cambio siento que con la música soy feliz y quisiera poder tocarla. No lo logro. Desde la primaria siempre he reprobado en la ejecución de cualquier instrumento. Pero por lo menos tengo ritmo y bailo. Y a eso vengo de nuevo esta noche de sábado. Con Yotoco el baile está garantizado.
Ya empieza a tocar la banda. Y ha llegado a complacer. El salón tiene un piso de madera lisa y encerada, delicioso para bailar. Entonces toda la gente querida que he conocido en bailes de Yotoco se lanza a la pista. A y K, boricuas, E, mexicana, D, siria, L y G, boricuas también. Incluso me encuentro a I, un colega, filósofo ruso-brooklyniano, que me sorprende con su alegría. Esta noche nos faltan R, el DJ Tres Dos, su hermano G-C y C, mi amiga fotógrafa. Pero ya nos encontraremos de nuevo.
Los que estamos, bailamos todas las piezas con ganas. “La música”, cantada por la voz grave y hechicera de Natalia: “Yo soy quien te cura el dolor, borrando las sutiles heridas”. “Siete mares”, que comienza con un riff riquísimo en el cuatro de Gio. “Manglares”, que recuerda los paisajes de Florida donde nació la banda antes de mudarse a Brooklyn. “Las piedras”, interpretada en armonía por las voces de Natalia y Sebastián: “Adelante caminante, con la frente siempre arriba, que las piedras del camino son regalos de la vida”. “La hiedra”, un bolero marcado con sentimiento por Gabo en las congas mientras los colombianos nos cantan: “Yo sé que estás ligada a mí, más fuerte que la hiedra, porque tus ojos de mis ojos no pueden separarse jamás”. “La brujita”, para menearnos, merengueando con alegría. Y más piezas. En dos sets, Yotoco nos regala una «Sabrosería», como se titula una de sus cumbias ricas pa’ gozar, la que siempre me gusta bailar con K.
Después del baile rematamos comiendo tacos todos juntos en Oaxaca, no el estado mexicano que añoro conocer, sino la taquería. Pero igual me imagino que de Colombia y Puerto Rico he viajado a México con toda esta gente linda y me siento feliz.
Photo Credits: François Philipp ©