Aquella mañana el calor me robó el sueño, lo primero que pensé fue que mi esposa había apagado el aire acondicionado, para evitar una sanción por no contribuir con el “ahorro energético”. Me levanté y fui a encenderlo pero cuando pulse on, el aparato no arrancó, fui hasta la TV y nada; encendí la luz y nada, así comenzó el sábado a la cubana.
Las paredes de mi apartamento se me vinieron encima, corrí a la habitación y le avisé a mi esposa que no teníamos luz. Como nuestra cocina es eléctrica, me pidió que fuera a comprar pan, empanadas o cualquier otra cosa al pueblo de Naiguatá; eso sí, antes de que los niños despertaran, pues tienen la particularidad de levantarse y pedir su desayuno, tal y como corresponde.
Bajé al estacionamiento, encendí el carro, lo puse en marcha y justo cuando estaba frente al portón y presioné el botón, recordé que la puerta era eléctrica, y obviamente no abriría, así que caminé hasta la parada para tomar un autobús. Allí estuve unos 20 minutos y el Bus nunca llegó, entonces decidí ir caminando los apenas 4 Km que hay desde nuestro apartamento hasta el pueblo.
La verdad el paisaje era hermoso, pues uno va caminando por la orilla de la playa y disfruta de la vista, de la brisa y del agradable olor que despide el agua salada cuando golpea las piedras. Sin duda un paisaje muy hermoso.
Luego de una media hora caminando (estoy algo fuera de forma) llegué a la primera panadería de Naiguatá (solo hay dos) y justo cuando me disponía a entrar, lo primero que vi fue un tumulto de gente algo molesta porque tampoco tenían luz, y de paso no había pan. La razón de la falta de pan en todo el pueblo era muy simple: el camión de la harina tenía dos semanas sin surtir, pues la planta que producía la materia prima fue expropiada y como no le daban respuesta a los trabajadores acerca de su futuro, se lanzaron a una huelga.
Por un segundo me detuve a pensar que si no había pan, tenía la opción de las empanadas, después de todo hay varios puestos en el pueblo; lamentablemente ya muchos se me habían adelantado y no dejaron ni las espinas del cazón. Como último recurso fui al “Bodegón”, un gran mercado donde se consigue de todo; seguramente tendrían pan de sándwich, como dicen los cubanos podría resolver. Cuando llego al anaquel donde habitualmente está el producto, no había nada. Di varias vueltas por los pasillos del lugar y nada, entonces le consulté a una de las personas que trabajaba en el local acerca de las opciones que tenía para llevar el pan a la mesa, y esta con indiferencia me respondió:
– Lo que hay pan sueco, ese que parece cartón y cachapas esas de marca “La Soberana”. No son muy buenas pero a falta de pan cualquier cosa…
Titubeé un poco pero al final emprendí el camino de regreso con Las Soberanas y el queso bajo el brazo.
Por suerte tomé el autobús, llegué a mi casa y cuando abrí la puerta encontré a mi esposa con cara de pocos amigos pues los niños se habían levantado, no había aire y estaban fastidiados. Entre el llanto de los niños y el desespero por el calor se nos ocurrió una idea:
Terminamos desayunando nuestras cachapas dentro del carro, con el aire encendido.